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El comité de vigilancia sobre la eficacia de los fármacos contra la malaria hace balance de una década

Fármacos, mosquiteras e insecticidas. Cantidad de fondos y un escuadrón de medio millar de personas. Un equipo de investigadores se propuso en 2014 demostrar si con todos los medios existentes recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) era posible eliminar definitivamente la malaria. Para ello, probaron a suministrar medicamentos contra el paludismo masivamente a toda una población, les distribuyeron redes para protegerse de las picaduras de los mosquitos, vectores de la enfermedad, y se pulverizó insecticidas en todas las casas para reducir la densidad de los insectos. Lo hicieron en Magude, un distrito paupérrimo y rural a 150 kilómetros al norte de la capital de Mozambique, con 48.448 habitantes y 10.695 viviendas. Y ya se conoce el resultado: “El uso intensivo de las herramientas actualmente disponibles contra la malaria puede lograr una importante reducción en la carga de la enfermedad, pero no es suficiente para interrumpir su transmisión”.

Concretamente, en Magude, se consiguió reducir los casos de malaria en un 84,7% en tres años —pasando de un porcentaje de personas infectadas de 9,1% a un 1,4% al final del período—  y se estima que se evitaron más de 38.300 casos. Esta es la conclusión a la que ha llegado la Alianza Mozambiqueña para la Eliminación de la Malaria (MALTEM), coordinada por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y el Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM), con el apoyo de la Fundación “la Caixa” y la Fundación Bill & Melinda Gates y en colaboración con el Ministerio de Salud de Mozambique. Unos resultados que acaba de publicar la revista PLOS Medicine. 

“En septiembre de 2015 rociamos las casas con insecticidas que duran entre seis y ocho meses y matan a los mosquitos si se posan en la pared”, rememora Beatriz Galatas, en aquel momento investigadora de ISGlobal y epidemióloga de MALTEM. En esa “primera fase de aceleración”, también se repartieron mosquiteras impregnadas de insecticidas en cada uno de los hogares, explica la firmante del estudio y actualmente consultora en el Programa Global de Malaria de la OMS. “Después distribuimos antimaláricos a toda la población”.

Aquella era una experiencia tan ambiciosa para acabar con la malaria, enfermedad que en 2018 afectó a 228 millones de personas (el 4% en Mozambique) y mató a 405.000, que numerosos medios volvieron su mirada hacia África para contarla. También se hizo seguimiento de los positivos resultados en los siguientes meses. Eran tan buenos, que pensaron que podrían interrumpir la transmisión, reconoce Galatas. En 2016 se repitió el mismo proceso y al año siguiente comenzó la fase II. Volvieron a repetir ronda de pulverización de insecticidas y distribución mosquiteras. “Y empieza una intervención focalizada a cada caso detectado en el centro sanitario: le seguíamos a casa y le dábamos antimaláricos a su comunidad”, especifica.

Campaña de administración masiva de fármacos antimaláricos en Magude, Mozambique.

En tres años, como acaban de publicar los investigadores, lograron esa reducción de casi el 85% de la prevalencia de la enfermedad en Magude, donde apenas hay 27 trabajadores de salud comunitarios, nueve centros de salud rurales y otro de referencia con sala de hospitalización en la ciudad principal, aunque los casos más graves a veces se derivan a los hospitales del distrito de Manhiça. “Y al mismo tiempo no volvimos a ver muertes por malaria; salvo una en el centro de salud. Antes eran más de cinco al año, que se supiera”, detalla la epidemióloga. “Estas reducciones no tienen precedentes. Son buenas noticias. El resultado da esperanza: con las herramientas que tenemos es posible llegar a niveles de transmisión pre-eliminación. Aunque no hemos podido interrumpir la transmisión”, reflexiona Galatas.

En Magude apenas hay 27 trabajadores de salud comunitarios, nueve centros de salud rurales y otro de referencia con una pequeña sala de hospitalización en la ciudad principal del distrito

Ahora toca estudiar qué se puede perfeccionar para conseguir vencer al paludismo, tal como ha fijado la OMS como objetivo. “Sabemos que la cobertura de la intervención no es perfecta porque hay gente que se deja de tomar las medicinas, que no duerme bajo las mosquiteras o sufren picaduras fuera de las casas”, hace un primer balance. “Ese puede ser un motivo por el que no se puede eliminar la malaria con estas herramientas. También puede haber casos importados”.

Otros aprendizajes tienen que ver con la logística de la intervención. ¿Cómo se informa y convence a una población de 50.000 personas para participar en una investigación tan compleja? ISGlobal y el CSIM trabajan desde hace décadas en el distrito vecino de Manhiça y los residentes les conocen, pero para los de Magude, eran completos desconocidos. “Empezamos hablando con las autoridades, identificamos a los líderes comunitarios. Hicimos reuniones con ellos y con grupos de población”, relata la experta. Así, conocieron su nivel de conocimiento de la malaria, sus mitos, sus remedios… Con toda esa información elaboraron una estrategia de comunicación y obtuvieron, en cada ronda del programa, el consentimiento informado de los 50.000 habitantes del lugar.

“Ese fue uno de los factores de éxito, no subestimar la comunicación necesaria”. Aun así, cuando distribuyeron los antimaláricos, comenzaron los rumores sobre muertes y efectos adversos raros que nada tenían que ver con el tratamiento. Según los datos de los científicos, en realidad se dieron 109 eventos adversos entre todos los habitantes tras la primera administración de antimaláricos. Y entraban entre los normalmente asociados a la medicación, una terapia de artemisinina recombinada: falta de apetito, vómitos o dolores de cabeza que remitían tras los tres días de tratamiento.

Son buenas noticias. El resultado da esperanza: con las herramientas que tenemos es posible llegar a niveles de transmisión pre-eliminación

Beatriz Galatas, epidemióloga

¿Este modelo es replicable? Lo es, según Galatas. “Pero no significa que todos los países puedan hacerlo. Hay que prepararse. Y  una vez preparados, hacen falta fondos y recursos para llevarlo a cabo”. Y mantenerlo. “Es muy probable que haya repuntes si se interrumpe la intervención en Magude. Las casas son de paja, sin agua ni saneamiento y hay muchos mosquitos”, apunta Galatas. Aunque los tres años de estudio concluyeron en 2018, el proyecto en Magude continúa. “Lo fusionamos a otro”, anota la especialista. Pero la última distribución de mosquiteras fue en 2017 y la próxima será en 2023. “Habrá carencias de mosquiteras”. Y la pulverización de insecticidas va a focalizarse en zonas de alta transmisión, así como la distribución de antimaláricos, que se hará cuando se detecten casos en una comunidad. La intervención “está evolucionando hacia lo sostenible”.

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