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El cura que riñe a sus fieles por no aportar suficiente dinero a la Iglesia: “Nadie se me ha quejado”


“Esas relaciones que te ofrecen en el Tinder y en esas cosas, esos guarrichongueos que tenéis en Internet (…) no son relaciones, hijos míos”. La magia sonora de la palabra hace que el diccionario sobre. Salió de la boca del cura Emilio Montes en un sermón en el que alertaba de los males de Internet. Pero ha sido otro el que ha hecho popular a este párroco de Valdepeñas: el vídeo de esa otra plática ha rebasado con creces las 90 personas, el aforo máximo de su iglesia durante la pandemia, para difundirse por doquier en redes sociales: ya se ha reproducido 200.000 veces en YouTube.

En Valdepeñas no parece haber vecino que no haya visto el sermón del 4 de octubre. Montes, acabada ya la eucaristía que se emitía a través de Internet, pidió al cámara que siguiera grabándolo. Comenzó entonces su reprimenda a sus fieles por no rascarse los bolsillos lo bastante y sufragar así 80.000 euros de unas obras que han costado 1.100.000 euros. “Luego desgrava a Hacienda”, incidió.  

La perorata de Montes, en la que detallaba casos particulares de feligreses que no pagaban —siempre sin dar nombres—, ha sido carnaza golosa para WhatsApp y objeto jugoso de comidilla, en formato electrónico o cara a cara. Así la comenta el empleado de una pequeña gasolinera junto a la iglesia del Cristo de la Misericordia. No da su nombre y no le parece bien que el cura exija más dinero. “Siempre han andado pidiendo los curas, pero esto ya es pasarse”, subraya otro paisano, mientras un cliente aparca junto al surtidor para repostar. Refiriéndose a él, dice el de la gasolinera: “Es como si a este hombre le digo que me dé 20 euros en lugar de 5, que es lo que me tiene que pagar”. Desde el coche, el cliente saca un billete de 20 euros de la cartera y se lo ofrece con gesto guasón por la ventanilla. Todos ríen.

El sacerdote Emilio Montes sermonea a sus feligreses, el 4 de octubre.

El viernes, Manolita, 83 años, llegaba a la puerta de la iglesia una hora y media antes de misa de ocho. “Los feligreses no debemos hablar mal del cura. Él es muy espontáneo. Y al Señor lo mataron por decir la verdad, que es lo que él hace”. Dice la mujer que en los 11 años que lleva Montes de párroco en Valdepeñas ha hecho mucho por que las dos hermandades de la parroquia se lleven bien, tras desencuentros del pasado. Los responsables de la del Cristo se reunieron en pleno revuelo mediático para decidir si hablaban o no respecto al sermón. Al final, fue que no. Su presidente y también la presidenta de la hermandad de la Soledad rechazan opinar sobre el sacerdote cuando por teléfono se les pide, en el segundo caso tras haber hablado con él. Paqui Madrid, concejal que se ocupa de las hermandades, dice que la cuestión es “algo interno” entre el cura y sus feligreses. “Nosotros desde el Ayuntamiento poco tenemos que decir”.

En un bar cercano al Cristo de la Misericordia, María del Rosario, 52 años, relata malas experiencias con el sacerdote. “No quiso bautizar a mi nieto porque mi nuera es rumana y no es católica”, comenta dolida. De eso “ya hace años”. Desde entonces, no ha vuelto a pisar esa iglesia. Sentado en la misma mesa, Antonio, 67 años, jubilado del servicio de aguas, interviene en tono severo: “Me bautizaron, hice la comunión y me casé en esa iglesia. Y este cura me puso trabas y trabas para que no se pudiera casar en ella mi hijo, que al final lo hizo en un convento. No quiero saber nada de él. Ahí no pongo un pie más”. Le enfadó también que en los últimos años, con Montes en la parroquia,  dos tallas de su “iglesia de toda la vida” hayan terminado, asegura, en otros templos fuera de Valdepeñas.

En el anterior destino del sacerdote, Carrizosa, varios vecinos se enfadaron con él porque les pidió fotografías suyas para retratarlos como ángeles pintados en la iglesia. Las mismas fuentes aseguran que también litigó con el Ayuntamiento por una casa que consideraba que una feligresa había donado a la parroquia tras morir, y donde se instaló un consultorio médico. “Dividió al pueblo”, comenta un vecino que pide permanecer en el anonimato. 

“¡Olé! por este cura”

A la puerta del bar, una feligresa del barrio que tampoco quiere dar su nombre matiza que la polémica del sermón deriva de las formas “bruscas” con la que el sacerdote se expresa. Ella lo respalda: “Yo digo ‘¡olé!’ por este cura. Yo veía ya al Cristo en el suelo, de lo mal que estaba la iglesia, y él lo ha levantado”. Añade que, si las obras han resultado tan costosas para que Montes tenga que estar apretando a sus fieles, el proyecto debería haber sido más modesto. Otros vecinos ponen en el haber del religioso que haya conseguido rehabilitar además dos ermitas.

Toñi, 60 años, se enganchó a los sermones del párroco durante el confinamiento. Los veía con el móvil desde su casa en Pozo de la Serna, a pocos kilómetros de Valdepeñas. “Me gustaba que hablara tan claro, pero no que haya exigido un dinero que ya le estaban dando y con formas tan malas”. El sermón de la regañina ha sido el último que, ha decidido ella, escuchará de Montes.

Fiel le es, en ambos sentidos de la palabra, el matrimonio de Marisa y Juan, ambos de 57 años. Esta semana han oído al párroco pedirle a Dios por los agraviados. Es la única mención, indirecta, que le han escuchado sobre la enorme repercusión de la controversia; la mayoría de los consultados, como ellos, la considera excesiva. A don Emilio, como lo llaman, lo han encontrado “sereno” y “seguro”. Confirman que ellos sí que pagan a la iglesia; el sacerdote había afeado que de algunos matrimonios solo aportaba dinero uno de los cónyuges.

Algo menos de una hora antes de dar misa, Emilio Montes está en la sacristía. Aún no se ha puesto la casulla. Media la cuarentena y se ha dejado crecer la barba desde la diatriba viral que lo ha vuelto involuntariamente famoso. “No quiero hacer declaraciones”, señala, en un tono firme pero calmado, cuando se le aborda. “Yo hablo muy claro a mis fieles, no hablo para todo el mundo; para eso está el Papa”, dice cuando se le pregunta por qué no quiere hablar. No ha dado “entrevistas a nadie”, explica. Tampoco “a medios de casa, es decir, incluso a Religión Digital o Infovaticana” en unos días marcados por un ir y venir de periodistas en torno a la parroquia. Y lo han llamado “de todas las televisiones”.

“No se debería haber tratado [en los medios], porque no creo que sea noticia, estoy convencido”, comenta. “No es lo peor que he vivido de cura”, responde a la pregunta sobre cómo se siente; “bien” y “contento” está en su parroquia. ¿Y qué dice de los comentarios en el pueblo? “Sí, hay mucho comentario en el pueblo… [pero] hace dos semanas [los] había también por un comentario del alcalde que hizo en su cuenta…”, rebaja la cuestión. ¿Qué peso le da Montes a la que ha liado con su sermón? “¿Por qué debería darle importancia? Yo no he ofendido a nadie y nadie se me ha quejado, que es lo más importante”.

Critica que los medios de comunicación han reproducido el vídeo “a toro pasado”, semanas después del sermón. La reforma de la iglesia se inauguró pocos días después, y en el acto Montes destacó, además de las aportaciones de las instituciones, las más modestas: “Ha habido cantidad de ayudas de personas sencillas (…) para poder sentirse parte del proyecto”. Muchos feligreses y vecinos confirman que en efecto no habían visto la grabación hasta que se ha emitido en televisión, ya en los últimos días.

Asegura el sacerdote que ningún feligrés le ha reprochado nada de lo que comentó, “y se dijo en cinco misas, ¿eh? No solo en esa”. ¿Ha notado más implicación económica hacia la obra a partir del sermón? Parco, responde que la obra “está acabada”, al menos la parte que él ha podido abordar. La suma que queda pendiente, un préstamo de 60.000 euros hasta 2033 incluido, “no es problema”, zanja. 

Minutos después, comienza la misa. Unas pegatinas de angelotes pautan sobre los reclinatorios la distancia de seguridad entre fiel y fiel, y se respeta rigurosamente por más que casi todos los sitios permitidos estén ocupados. También se han llenado las eucaristías de las últimas semanas, asegura Pilar, una feligresa que gestiona las plazas por teléfono; hay que reservar sitio para las misas de los fines de semana.

“La catequesis de hoy es muy sencilla”, anuncia el cura al final de la celebración. Se ciñe al joven Carlo Acutis, muerto de una leucemia a los 15 años y beatificado este mes. Un día antes, los fieles han escuchado una charla sobre el santo millennial de casi una hora y media. Cuando salgan de la iglesia, ya en plena noche, llegarán unos hermanos de la Soledad a vestir a su virgen para el mes de los difuntos. Y una misa más habrá pasado desde la de su sermón más famoso, aquellos diez minutos en los que dijo que él se calla más de lo que parece.




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