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El debate sobre la continuidad de Kristalina Georgieva enturbia la reunión de otoño del FMI y el Banco Mundial

Kristalina Georgieva, en octubre de 2019 durante la reunión de otoño del FMI y el Banco Mundial en Washington.OLIVIER DOULIERY (AFP)

El futuro de la búlgara Kristalina Georgieva como directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) se abate como una losa sobre la reunión de otoño de la institución, la cita más importante del año, marcada en esta convocatoria por una recuperación en entredicho a causa de la inflación, el desabastecimiento por cuellos de botella en la cadena de suministros o las dudas que arroja la variante delta del coronavirus sobre economías como la estadounidense, además del desigual acceso a las vacunas. Presuntas irregularidades supuestamente instigadas por Georgieva para favorecer a China mientras trabajaba en el Banco Mundial han abierto una brecha entre dos bloques en apariencia irreconciliables: los que piden su renuncia, con EE UU al frente, y los europeos, partidarios de que continúe. Tras dos semanas de investigación maratoniana, la institución confía en poder cerrar la crisis “muy pronto” con la publicación de un informe sobre la conducta de la economista búlgara, según un comunicado hecho público el domingo.

La división entre las dos orillas del Atlántico se ahonda, pese a la creación de foros de cooperación como el establecido hace dos semanas en Pittsburgh, destinado también a superar el desencuentro que provocó la alianza de seguridad tripartita de EE UU, el Reino Unido y Australia contra la ambición hegemónica de Pekín (y contra los intereses de Francia y, por extensión, la UE). China, de nuevo y por enésima vez, aparece como el convidado de piedra en una nueva discusión global. EE UU y Japón por un lado -los mayores accionistas del Fondo-, y Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido, alineados con Rusia y China, se enfrentan según el diario Financial Times desde que el mes pasado se conociese un maquillaje de datos para mejorar los resultados del gigante asiático en el informe Doing Business de 2018 y 2020.

Tras dos semanas de investigaciones y reuniones, el organismo ha asegurado este domingo que espera completar “muy pronto” su informe sobre la conducta de Georgieva, pero la honda división entre los 24 miembros del directorio retrasa el consenso. El veredicto, pues, podría coincidir, tal vez como un mazazo, con la cumbre anual del FMI y el Banco Mundial (BM), que comienza este lunes en Washington. El Fondo publicará este martes su informe Perspectivas Económicas Globales, con una probable revisión a la baja de las perspectivas de crecimiento para 2021, que el FMI estimó en el 6% en julio.

No deja de resultar paradójico que el culebrón Georgieva coincida con una reedición del movimiento de países no alineados, esa antigualla de la Guerra Fría -una tercera vía antibloques precursora del diálogo norte-sur-, cuando la configuración del mundo en dos polos enfrentados al fantasma de China se refuerza con esta pelea de gallos global, donde influencias y presiones van de la mano. La hoguera a los pies de Kristalieva se encendió el mes pasado, cuando el BM decidió cancelar de forma indefinida su popular informe Doing Business debido a que una revisión externa había concluido que varios altos cargos de la institución presionaron a los técnicos para beneficiar a China en los rankings de 2018 y 2020. La publicación del documento parecía, en principio, un aburrido asunto interno: inexactitudes en los datos, fruto de errores técnicos. Pero tras los fallos de compilación aparecieron las sombras del entonces presidente, Jim Yong Kim, y la consejera delegada de la entidad, Georgieva, quien supuestamente habría presionado al personal del Banco para realizar “cambios específicos” en algunos indicadores de China para hacerle ganar puestos en la clasificación, en un momento en que el Banco buscaba el apoyo de Pekín para aumentar su capital.

La acusación sacó a la luz una “cultura tóxica” en el seno del equipo de Doing Business, con “miedo a las represalias”. “Los empleados sentían que no podían desafiar una orden del presidente o de la consejera delegada sin arriesgarse a perder sus empleos”, refleja la investigación publicada el 16 de septiembre, según la agencia Reuters. El búlgaro Simeon Djankov, alto funcionario a las órdenes de Georgieva, también fue acusado de supervisar la manipulación de datos y fomentar amenazas y chantajes contra el personal. Georgieva mostró su profundo desacuerdo con las revelaciones.

Bloques al margen, los más críticos temen que las acusaciones contra la economista búlgara pongan en peligro la capacidad de ambas instituciones de promover reformas e impulsar el crecimiento; es decir, su propia función de interlocutores con los Gobiernos. Sus partidarios, al contrario, subrayan su apoyo a las naciones más pobres durante la pandemia y la reformulación de las prioridades del Fondo en favor de asuntos tan candentes como el cambio climático y la igualdad de género.

Abonando la tesis del enfrentamiento entre países ricos y pobres -los países africanos han salido unánimemente en su defensa, por ejemplo-, economistas de prestigio como Jeffrey Sachs o Joseph Stiglitz se han alineado con Georgieva. El primero escribió en el Financial Times que su expulsión “sería una peligrosa y costosa capitulación ante la histeria anti-Pekín”. El Nobel de Economía, execonomista jefe del BM, describió los esfuerzos para eliminarla como un “golpe” y el informe del bufete de abogados que elaboró las acusaciones, como “un hachazo”. En un comunicado emitido por una firma de relaciones públicas contratada por Georgieva, seis exfuncionarios del Banco la presentan como “una persona de la mayor integridad y compromiso con el desarrollo”. En los últimos meses, Georgieva ha recalcado la desigual respuesta global a la pandemia y destinado fondos de emergencia del FMI a cien de los países más pobres del mundo para afrontar la emergencia.


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