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El debate sobre los precios del gas revela la división energética de los Veintisiete


Cuando uno lleva una batalla a Bruselas, sabe dónde empieza pero nunca dónde acaba. Primero, cuatro horas ininterrumpidas durante la tarde del jueves y luego, retomando el debate tras la cena, los 27 líderes se enzarzaron en la primera jornada de la cumbre europea en una discusión sobre el zarpazo de los precios de la energía y las posibles soluciones para atajarlo, pero aquello se pareció en ocasiones a una desordenada cacofonía. El acuerdo llegó al filo de la media noche, un consenso de mínimos, con avances poco contundentes y haciendo referencia explícita a la “diversidad y situaciones específicas de los Estados miembro” hasta en dos ocasiones: el mejor reflejo de que se ha abierto una de las discusiones más complejas y poliédricas del club comunitario.

Muy al estilo europeo, los Veintisiete decidieron procrastinar y darse más margen para seguir negociando, citándose para seguir trabajando en un consejo extraordinario de Energía la semana que viene y en la próxima cumbre de líderes de diciembre. La mayoría pudo irse al hotel a descansar con sensación de éxito.

La negociación, liderada por España desde el verano y aupada con perseverancia hasta la categoría de crisis existencial de la Unión, se convirtió en algunos momentos en un cruce de opiniones dispares en la que cada Estado iba aportando su visión, tratando de plantear su agenda doméstica al resto: con Francia liderando el grupo que aboga por tratar la nuclear como energía verde en el camino a la transición ecológica, Hungría al frente del bloque que reniega y pretende dinamitar el pacto verde europeo (que una vez más considera una nueva injerencia de Bruselas, y al que culpa de los males del alza de precios), y los checos denunciando la especulación en el comercio de derechos de emisiones –opinión que comparten otros socios, entre ellos España y Polonia–.

Mientras, los bálticos advertían contra el poder del vecino ruso y su capacidad de alcanzar objetivos políticos jugando con el flujo del gas, aunque otros animaban a firmar contratos a largo plazo con la también rusa Gazprom, que será quien además suministre combustible a Alemania a través del gasoducto Nord Stream 2 una vez reciba el visto bueno de Bruselas.

Berlín, junto a otros socios como Holanda o Suecia, se mantiene en una posición que evita jugar con material inflamable; una postura similar a la defendida por la Comisión Europea, que ve con temor cualquier reforma profunda de un mercado energético que ha costado años negociar.

La canciller alemana, Angela Merkel, pidió no mezclar el debate de los precios de la energía con la ambiciosa senda de transición ecológica pactada en la UE. Y reclamó prudencia en la reacción: con medidas de apoyo social hacia los colectivos afectados, pero sin reformas drásticas del sistema. También durante las negociaciones, el jefe de la diplomacia europea recordó a los Veintisiete la importancia de la dimensión internacional de lo que estaban tratando. “Un gran asunto geopolítico”, lo denominó antes de la cita, “con importantes consecuencias sociales”.

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“El debate está muy abierto”, señalaba una fuente al tanto de las discusiones, aún en el fragor de la batalla. “Hay posiciones muy diversas en función de la posición geográfica de cada país”. Desde la Comisión habían advertido que cada país es un mundo, con su propio mix energético, y su política labrada durante años. Otra fuente con acceso a las negociaciones, y con algo más de retranca, comparaba el apuntalamiento del texto de conclusiones del Consejo con un árbol de Navidad en el que cada Estado iba colocando por turnos su adorno. España, por ejemplo, y según esta fuente, logró plasmar así en el acuerdo una mención expresa a que se vuelva a revisar el tema en diciembre, manteniendo de este modo la tensión sobre el dosier energético, y evitando la tentación de que caiga en el olvido.

Tras cuatro horas, la negociación seguía encallada y el presidente del Consejo Europeo sudaba para acordar unas conclusiones que hicieran sonreír a todos. El texto pactado casi de madrugada refleja un lenguaje lleno equilibrios, forjado con habilidad de funambulista. En él, el Consejo pide a los Estados miembro que hagan uso urgente de las herramientas propuestas por la Comisión la semana pasada para aliviar a los colectivos vulnerables, e invita al Ejecutivo comunitario a que estudie el funcionamiento de los mercados del gas y de la energía y que vigile el comercio de derechos de emisión de CO₂ (sospechoso de especulación) para que valore si algunos movimientos de compraventa necesitan de acción regulatoria.

Fija también un adelanto a noviembre de estas conclusiones (algo que deja a España contenta) y añade que un consejo extraordinario de Energía se ocupará “de forma inmediata” de seguir desarrollando el trabajo la semana que viene y “el Consejo Europeo mantendrá la situación bajo revisión y volverá a ella en diciembre” (España, de nuevo satisfecha). También pide a la Comisión y al Consejo que consideren medidas a medio plazo que busquen una mayor “resiliencia” del mercado de la energía. Y menciona la diversidad de los países, pero no de forma directa la energía atómica. Aunque no va mucho más allá de lo que ya había entre las medidas adelantadas la semana pasada por la Comisión, sí apuntala sus conclusiones y les imprime la fuerza que tiene un pacto sellado entre los Veintisiete.

Las discusiones, de hecho, han tenido como base esta reciente comunicación del Ejecutivo comunitario, que reconoció la semana pasada la gravedad del momento, con un aumento del 200% de los precios mayoristas de la energía y la constatación de la dependencia europea del gas (las importaciones alcanzan el 90% del consumo). Su propuesta, sin embargo, fue en gran medida un conjunto de herramientas a corto plazo limitadas a lo que ya existe: ayudas y rebajas fiscales para aliviar a personas y empresas vulnerables, sin salirse una coma de la legislación europea. Bruselas también recogió propuestas novedosas como la compra conjunta y la creación de reservas de gas, pero no para su aplicación inmediata, sino para “explorarlas”; igual que ya se comprometió a estudiar el actual mercado de la energía y la posible especulación en el comercio de emisiones de CO₂.

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