La deriva hiperpartidista que ha secuestrado la política de Estados Unidos, acelerada sin remedio por la presidencia de Donald Trump, ha llegado a la esencia misma del sistema, el derecho al voto. El presidente Joe Biden apoyó esta semana un cambio del reglamento del Senado para poder aprobar una nueva ley electoral federal. El objetivo es poner límites desde Washington a las leyes que algunos Estados republicanos están aprobando descaradamente dirigidas a limitar el voto de minorías, tradicionalmente demócratas, y a influir en la independencia del proceso. En un año electoral, y tras el trauma no resuelto del intento de impugnación de las últimas presidenciales, se trata de una emergencia.
Biden fue senador durante cuatro décadas. Se labró un prestigio como hombre de consensos. Es un convencido de que los cambios partidistas dañan el sistema, pues generan una espiral de resentimiento y acaban provocando un contragolpe del otro partido en cuanto cambian las mayorías. Pero en el último año hay realidades que se han hecho evidentes. Primero, que la democracia está amenazada por una corriente iliberal liderada por Donald Trump, un hombre que no cree en el sistema. Segundo, que los republicanos de Washington no piensan ponerle freno. Y tercero, que el sistema electoral es frágil, y las normas elaboradas por los republicanos locales pueden tener una influencia desproporcionada e injusta en los Estados clave. Son necesarias normas federales que garanticen el acceso al voto y la limpieza del proceso. Pero los demócratas tienen solo 50 senadores. En el Senado, la mayoría de las leyes requieren al menos 60 para su tramitación, una norma llamada filibusterismo. Pensada para obligar al consenso, en la práctica es una herramienta de boicoteo. La frustración de los demócratas ha puesto sobre la mesa la “opción nuclear” de cambiar el reglamento para poner límites al filibusterismo. No está claro que puedan, pues al menos dos senadores demócratas se niegan.
Trump dinamitó las convenciones políticas de EE UU. Escándalo tras escándalo, el país fue descubriendo que muchas cosas que daba por sentadas en realidad no están escritas en ningún sitio, sino que dependen de una envidiable forma de ejercer el servicio público, reverencial con la tradición, las instituciones y los símbolos. Entre ellas está la gestión de las elecciones. Si hoy no hay una crisis constitucional en el país es gracias a que unas pocas personas, entre ellas republicanos de manual, plantaron cara a Trump. Este es el contexto en el que actúa Biden. Forzar las reglas del Senado abriría un capítulo incierto en la democracia norteamericana. Las posibilidades de que se vuelva en contra de los demócratas son evidentes. Pero cuando se trata de la credibilidad de las elecciones, es demasiado lo que está en juego para que dependa de que un puñado de personas hagan lo correcto.
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