Un millón y medio de ucranios han buscado refugio en el país que les despertó con la peor de sus pesadillas la madrugada del 24 de febrero. Sin ver morir sus vecinos ni oír las bombas en sus calles, no se habrían visto forzados a dejar sus hogares y no soñarían hoy en Rusia por un incierto regreso a casa. Muchos eligieron ese país por pura supervivencia: el idioma o la presencia de familiares como único patrimonio tras haber dejado todo atrás. Otros ni siquiera tuvieron opción: los combates les habían separado del resto de Ucrania. En cualquier caso, denuncian que su situación en Rusia no es fácil: los bancos solo tienen permitido cambiarles una escasa cantidad de los ahorros en grivnas que pudieron traer, la ayuda rusa es ínfima y, lo más grave, empresarios y caseros prefieren no aceptar refugiados para evitar problemas. “Solo quiero un puesto de trabajo. No quiero comprar un piso; solo alquilar y alimentar a mi familia el tiempo que duren las acciones militares y sus consecuencias, antes de volver a casa”, lamenta uno de ellos, Vladímir Semeriazhko.
Según la agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, hay 5,6 millones de refugiados ucranios en Europa. En Rusia viven 1,51 millones y el estatus de asilado temporal restringe las ayudas a las que tienen derecho. Decenas esperan turno silenciosamente a la entrada de la sede en Moscú de Ayuda ciudadana, una decana ONG para la defensa de los migrantes fundada en 1990 y que dirige la histórica activista de los derechos humanos rusa Svetlana Gánnushkina. Muchos acuden con sus hijos. No tienen dónde ir y en sus rostros es visible la tristeza y el cansancio.
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El Gobierno ruso prometió un único pago social por refugiado de 10.000 rublos, unos 150 euros o dólares al cambio actual. Alemania y España ofrecen 449 y 400 euros al mes, respectivamente, más otras ayudas. Ayuda ciudadana, colaboradora de la ONU a la par que agente extranjero para las autoridades rusas por recibir aportaciones externas, entregó al principio 5.000 rublos por cabeza (75 euros) a unas 3.000 personas, hasta que se quedó sin dinero y comenzó a restringirlo a los casos más necesitados. Cruz Roja también ofrece desde junio de 5.000 a 15.000 rublos por familia. “La gente viene pensando que recibirá ayudas sociales y no las hay”, lamenta Gánnushkina, quien subraya que muchos rusos que vivían en Ucrania no son considerados refugiados al regresar al país. “Hemos tenido casos en los que el hijo ha recibido la ayuda y los padres, no”, afirma. La ONG estima en 200.000 los niños refugiados en Rusia, 2.000 de ellos no acompañados.
Además, el proceso burocrático para conseguir la subvención del Gobierno es muy complicado. “La gente espera de dos a tres meses, o más, es un sistema terrible”, explica la activista. Primero deben llevar todos los documentos al servicio de Migración, algunos traducidos y compulsados con su consiguiente coste, y después les remiten a otros organismos que pueden estar en otras regiones.
“Necesitan el dinero al llegar. Si solo vienen con su sombra y no traen ni un kopek ―céntimo―, vivir es imposible”, subraya quien fuera hace años candidata al premio Nobel de la paz. La activista denuncia los costes de tiempo y dinero que supone un procedimiento imprescindible para poder cambiar después en el banco, y con grandes limitaciones, los ahorros en grivnas, la moneda ucrania. El Banco Central de Rusia solo permite a cada ucranio cambiar legalmente hasta 8.000 grivnas (267 euros), y únicamente tras haber completado el proceso previo.
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“Es injusto”, dice Aliona Aleksín, una ucrania de mediana edad que denuncia otro problema: la desconfianza de los rusos para hacerles algunos trámites que son obligatorios por ley. “Los caseros no nos quieren hacer el registro; y si aceptan, nos cobran mucho. Es muy difícil estar en Moscú sin él. No aceptan a los niños en los colegios, por ejemplo”, lamenta. El documento se puede rellenar en minutos en las numerosas oficinas públicas de la ciudad y no cuesta nada, pero los rusos, protesta, “no quieren problemas”.
“En Rostov [ciudad del sur de Rusia] tampoco se lo hacen a ninguno de mis conocidos”, asegura Semeriazhko, de 36 años, quien ha evitado este problema porque su mujer tenía parientes en Rusia, el principal motivo por el que eligió ese país al huir. “El gran problema es conseguir empleo. He trabajado 18 años y nunca he tenido un parón así”, recalca.
Sus quejas las comparten otros ucranios que hacen turno, y también pueden leerse en los grupos de refugiados que pueblan vKontakte, el Facebook ruso. El Ministerio ruso del Interior anunció en marzo que los ucranios no necesitarían permiso de trabajo. Han pasado cuatro meses y aún no se ha solucionado este obstáculo legal. “Además, los empresarios deben comunicar en un plazo de tres días la contratación de cualquier extranjero, y los empleadores no quieren, salvo si estos tienen la patente laboral”, denuncia Gánnushkina. A diferencia del permiso de trabajo, este documento lo tramita el propio empleado para el puesto que va a ejercer y él mismo adelanta los impuestos.
Muchos desconocen asimismo que tienen derechos como la atención sanitaria básica. Tampoco se les comunica siempre. Gánnushkina pone el ejemplo de una familia de cinco miembros que fue acogida por tres parientes. Dos llegaron heridos de Ucrania y en el hospital ruso no les informaron de que era gratuito el cambio de vendajes por el que pagaban cada vez 1.500 rublos. Los ocho viven en una habitación de 15 metros cuadrados.
Lo más peligroso es cruzar la frontera y desaparecer en los llamados “puntos de filtración” del Servicio Federal de Seguridad (FSB). Allí, el interrogatorio es totalmente aleatorio, según los testimonios recabados por Ayuda Ciudadana y abarcan desde contar el despliegue de los soldados ucranios a revelar detalles de los propios parientes. Además, la organización denuncia que ha habido tratos vejatorios a mujeres, obligadas a desnudarse entre burlas “para tomar su identidad”, y que se niega la acogida en Rusia a quienes han cometido alguna falta leve o cumplido condena en el país.
Allí no hay abogados. “A veces el detenido es enviado a una cárcel y los parientes no saben dónde está”, explica Gánnushkina. “En ocasiones ni siquiera podemos enviar un abogado porque estos se niegan a ir. Nos dicen: ‘A ese SIZO ―centro penitenciario― no vamos”, resalta la activista, que menciona como ejemplo la colonia penal número dos de Briansk, cerca de la frontera con Ucrania. El medio Radio Free Europe se hizo eco el mes pasado de denuncias de hacinamiento y torturas a civiles ucranios en sus instalaciones.
¿Por qué Rusia?
“Algunos han querido venir a Rusia, hay que entenderlo. Comprendo que es muy difícil concebir que los refugiados de Ucrania vayan al país que les ha atacado, pero hay algunas razones”, explica Gánnushkina. La principal: el idioma. Son personas cuya lengua materna es el ruso y se identifican con la cultura rusa. “No todos querían irse lejos de Ucrania y pensaban que en el oeste, en Lvov [nombre en ruso de la ciudad de Lviv], no les querrían”.
“Otra es la propaganda, piensan que nosotros estamos mejor, que aquí hay orden”, añade. Pone el ejemplo de una mujer que en un primer momento escapó a Alemania, pero luego decidió mudarse a Rusia y acabó pidiendo ayuda. “Pensaba que aquí encontraría mejores condiciones de vida mejores porque se habla su idioma y la gente sería cercana. Resultó que no tiene dónde vivir, nada que comer y, en general, nadie la necesita”, señala.
Si hubo algún tipo de elección de destino, fue en la semana previa a la ofensiva, según Gánnushkina. Luego, el avance ruso ha atrapado a millones de personas. “La gente está en el sótano y no sabe qué ocurre fuera. De pronto se abre y nuestros soldados dicen: ‘Subid al autobús, os llevará a un lugar seguro’ […] Aceptan con tal de salvar a los niños, a los padres, a los discapacitados, etc. Necesitan huir”, subraya. “Hay gente que no quería irse. También ha habido personas engañadas, a las que decían que iban a otra región de Ucrania. Y amenazas. Les decían: ‘Si no subes, haremos una limpieza, como los chechenos, y dejaremos tu cuerpo tirado en la estación”.
Los refugiados evitan hablar de política y solo quieren tirar adelante. “Varios conocidos se marcharon por territorio ucranio, otros a Rusia… Y algunos se han quedado atrapados en zona de guerra porque no han tenido la oportunidad de escapar”, resume con discreción Vladímir Semeryazhko entre el asentimiento silencioso de otros ucranios que aguardan turno para rehacer su vida.
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