En un intento de justificar su decisión de abandonar Afganistán, el presidente Joe Biden volvió a insistir este lunes por medio de su asesor en Seguridad Nacional, Jake Sullivan, en que la caída de Kabul no era inevitable y que la responsabilidad del colapso debe atribuirse a las fuerzas afganas. Este argumento, junto con la promesa de “liderar a la comunidad internacional en la defensa de los derechos humanos en Afganistán” -un brindis al sol anunciado también por Sullivan-, era el primer cortafuegos que la Administración de Biden interponía ante el alud de críticas por la evacuación precipitada del país centroasiático.
El presidente guardó silencio durante todo el fin de semana, en un mutismo subrayado por el ritmo de los acontecimientos, hasta que las imágenes de caos y violencia de una turbamulta desesperada en el aeropuerto de Kabul aconsejaron la interrupción de sus vacaciones para dirigirse a la nación, a primera hora de la tarde de este lunes, con unas declaraciones que solo horas antes aún no tenían calendario.
Más información
Biden pasó el fin de semana en la residencia de Camp David, desde donde voló a mediodía de hoy a la Casa Blanca pese a que pensaba quedarse hasta el miércoles. El suyo fue un fin de semana sin comparecencias públicas -salvo una foto que le muestra solo, siguiendo en varias pantallas el colapso de Kabul- y con un anuncio de tintes domésticos, su fuerte: el aumento en un 25% de la cuantía del programa contra el hambre del Gobierno federal, el sistema de cupones de alimentos.
Biden nunca ha ocultado su intención de soltar amarras de conflictos lejanos para centrarse en la recuperación y reconstrucción económica del país tras la pandemia, pero los logros del arranque de su mandato (el rescate para las víctimas del coronavirus, el plan de infraestructuras y el paquete adicional de ayudas sociales, en trámite) pueden quedar empañados por el fiasco de Afganistán, mientras Washington depura responsabilidades por los errores de cálculo sobre el terreno.
Tras solo siete meses en la Casa Blanca, la retirada de Afganistán se cernerá como una losa sobre el resto de su mandato. Pocos entre los demócratas y los republicanos, o el grueso de la opinión pública, discutían la pertinencia de la salida, pero sí la oportunidad y el modo. Y lo visto en Afganistán estos días confirma según la mayoría de analistas la desconexión entre la realidad sobre el terreno y los análisis de inteligencia y defensa, reduciendo a la categoría de anécdota aquel “misión cumplida” de George W. Bush, proclamado en mayo de 2003, pocos días después de la invasión de EE UU de Irak, antes de que el país fuera engullido por la violencia sectaria y la barbarie del ISIS. En comparación con el triunfalismo de Bush -el mismo que embarcó a EE UU en la “guerra contra el terrorismo” afgana tras el 11-S-, la confianza de Biden en una salida sin consecuencias de Afganistán suena a muchos a ingenuidad o miopía.
Sobreestimaciones y errores
Para algunos analistas, la convicción de Biden de que Afganistán no iba a caer en manos de los talibanes es un ejemplo de wishful thinking, basado en un cúmulo de sobreestimaciones (la capacidad real de las fuerzas afganas, por ejemplo) y errores tales como ignorar el precedente de Irak, o la propia estructura feudal de Afganistán. Altos cargos del Pentágono, a la cabeza de ellos su secretario de Defensa, Lloyd Austin, y el general Mark Milley, responsable de la Junta de Jefes del Estado Mayor, intentaron convencerle a finales de marzo de dejar un retén de unos pocos miles de tropas -de 3.000 a 4.500, casi el doble que los efectivos desplegados entonces- para evitar una repetición de la deriva bélica de Irak, cuando en 2014 el Ejército regular fue derrotado por el ISIS tras la salida de las tropas de combate de EE UU, lo que obligó al entonces presidente, Barack Obama, a enviar más efectivos al país árabe.
La insistencia de Biden en la necesidad de abandonar Afganistán, convencido de que la presencia de EE UU solo aumentaría la dependencia de Kabul, era ya definitiva en abril, cuando anunció la retirada, en principio para el 11 de septiembre. A finales de junio, las agencias de inteligencia sostenían que la amenaza sobre Kabul tardaría año y medio en concretarse si los talibanes continuaban ganando terreno, como habían venido haciendo tras el acuerdo de retirada suscrito por Trump con los muyahidines en febrero de 2020.
La realidad ha demostrado este fin de semana que a los talibanes les han bastado diez días para darse un paseo militar por Afganistán, Kabul incluido. La atribución de responsabilidades alcanza a todo el aparato de la Administración de Biden, pero también a las tres anteriores, por la sucesión de errores cometidos durante 20 años, los que ha durado el despliegue estadounidense.
Tropa analfabeta
Según un análisis de la agencia France Presse, el primero de ellos fue un equipamiento militar de alta generación, pensado a medida de un Ejército moderno, pero inadecuado en un país donde solo el 30% de la población tiene acceso a suministro eléctrico solvente y buena parte de las tropas, analfabetas, carecía de la capacitación para usarlo. Según el último informe del SIGAR (siglas en inglés de la oficina del inspector general para la reconstrucción de Afganistán), presentado la semana pasada al Congreso, ”los sistemas avanzados de armas, vehículos y logística utilizados por los militares occidentales estaban lejos de las capacidades de la fuerza afgana, en gran parte analfabeta y sin educación”.
Otro error de cálculo fue la confianza en la superioridad numérica de las fuerzas afganas -un total de 300.000 efectivos, entre militares y policías- frente a los 70.000-75.000 talibanes, como subrayó Biden el mes pasado. En realidad, en julio de 2020, según el Centro de Lucha contra el Terrorismo de la Academia Militar de West Point, de los 300.000 solo 185.000 eran efectivos del ejército o fuerzas de operaciones especiales del Ministerio de Defensa, mientras que la policía y otros cuerpos de seguridad constituían el resto. La evaluación de West Point cifraba en un 60% el porcentaje de combatientes entrenados, según Afp. Sin contar los 8.000 miembros de la Fuerza Aérea, la estimación más correcta sobre la composición del Ejército afgano estaría en los 96.000 efectivos.
A la falta de capacitación de la tropa se añade la desmoralización, a un ritmo de hasta el 25% de deserciones al año hasta 2020, según el informe de SIGAR. Entre los motivos para el abandono figura el impago de los salarios -responsabilidad única del Gobierno de Kabul tras anunciar EE UU su retirada en abril- y la falta de pertrechos, además de alimentos o suministros. A mantener alta la moral de las tropas tampoco ayudó, subraya el informe, la promesa del Pentágono de seguir ayudando a distancia a las tropas afganas, una vez completada la retirada, mediante la plataforma Zoom, dada la precaria tecnología existente en el país. La retirada de los contratistas de los que dependía el mantenimiento de la logística en Afganistán fue el clavo que remachó el ataúd.
Source link