Zverev celebra su triunfo contra Djokovic, este sábado en Turín.GUGLIELMO MANGIAPANE (Reuters)
Tal es la admiración que profesa Alexander Zverev por el rival al que acaba de tumbar, que al cerrar el 7-6(4), 4-6 y 6-3 definitivo (tras 2h 28m) se gira y dedica un gesto a la esposa de Novak Djokovic, apenada en la grada porque al número uno se la acaba de escapar la final de la Copa de Maestros. “Para mí, no hay nadie en el mundo que merezca ser más respetado que Novak”, dice casi disculpándose el alemán, citado con Daniil Medvedev este domingo (17.00, #Vamos) después de batir al número uno por segunda vez esta temporada.
“Somos amigos, hablamos mucho sobre la vida y le deseo lo mejor. Pronto ganará un Grand Slam”, le devuelve el de Belgrado, rendido en su día en Tokio, en uno de los episodios más difíciles de su carrera, y también en la noche de Turín. Los focos iluminan esta vez a Zverev, un tenista que este año ha dado un giro de tuerca a su carrera y que con su doble triunfo contra Djokovic se gana el doctorado. Pero no tanto por el fondo, que también, como por la forma. Zverev, ahora sí, va camino de convertirse en la figura que se adivinaba.
Tras varios años de chispazos, dejando muestras contadas de su genialidad, el de Hamburgo se ha redimensionado esta temporada a base de victorias –con 58, líder anual junto a Medvedev–, títulos –cinco, entre ellos dos Masters 1000 (Madrid y Cincinnati)– y, sobre todo, dando un salto de calidad en los compromisos en los que debía darlo. Así tutea Nole y así se le atraganta al balcánico, ofuscado al final porque espera una concesión que no llega. No, Zverev ya no es aquel Zverev de gelatina, sino un ganador de colmillo afilado.
Acostumbraba a flaquear el alemán (24 años, tres del mundo) en los tramos críticos de los duelos y ante las situaciones de excepción, pero los hechos subrayan el cambio y la evolución. A falta de consolidar el crecimiento con la medalla de un grande en la solapa, regresa a la final del torneo maestro (que ya conquistó hace tres años, precisamente frente al serbio) y dispara su tenis parcheando varias taras (derecha, movilidad, dobles faltas…) y diciéndole al rey del circuito que no va a abrir la puerta: cada intercambio superior a diez golpes cae de su lado.
Regreso a 2005: Federer y Nalbandian
Negado, Djokovic se despide de un curso resumido en tres grandes, varios récords y el trono –”ha sido un gran año”, subraya antes de apuntar hacia la Copa Davis–, mientras él, cada día mejor tenista, más hecho y más entero, enfila a Medvedev (25) por el título. El Masters, pues, rejuvenece y retrocede hasta 2005, cuando el suizo Roger Federer y el argentino David Nalbandian protagonizaron la última final (6-7, 6-7, 6-2, 6-1, 7-6 para el segundo) entre dos jugadores de 25 años o menos.
“Tengo ganas de enfrentarme a él, porque la última vez que lo hice [hace cinco días] estuve muy cerca de ganarle”, afirma Sascha sabiendo que los precedentes avalan a su rival, 6-5 en el global y 20 en finales. “Está jugando muy bien, saca bien, resta bien, se mueve bien… pero yo trataré de proponer algo distinto”, anticipa Medvedev, a lomos de una racha de nueve victorias consecutivas en el territorio maestro y que esta campaña también ha dado un salto cualitativo.
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