La relación más delicada y simbólica del andamiaje constitucional y político del Reino Unido es la que existe entre el soberano y el Parlamento, que es donde reside realmente la soberanía. Cuando el Black Rod (Caballero Ujier del Bastón Negro) se dirige a la Cámara de los Comunes para anunciar que el monarca (la monarca, durante 70 años) ha llegado al palacio de Westminster y va a pronunciar el discurso —hasta ahora, el Discurso de la Reina—, que en la práctica no es más que la agenda legislativa del Gobierno, la tradición ordena que se le dé con la puerta en las narices. Solo aceptan abrir después de que golpee hasta tres veces con el bastón. Es el modo de dejar claro que ningún rey está por encima de los representantes del pueblo.
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Este lunes, el Parlamento no recibirá a Carlos III con un portazo. Acompañado de la reina consorte, Camila, el nuevo monarca escuchará los discursos del speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes y del presidente de la Cámara de los Lores. Y se dirigirá a ambos cuerpos legislativos, ya por primera vez como rey, para reiterar ante ellos los compromisos esbozados en sus primeras declaraciones. Solo en una ocasión anterior se había dirigido a los diputados y lores: fue el 10 de mayo, en sustitución de su madre, cuyos “problemas de movilidad” le impidieron cumplir con una de sus obligaciones anuales más solemnes.
Será un momento de extraordinaria relevancia, pero apenas un paréntesis en la congelación total que ha provocado en la vida parlamentaria y política del país la muerte de Isabel II, así como el duelo oficial programado. Da igual que haya llegado a Downing Street una primera ministra, Liz Truss, que genera aún mucha incertidumbre, y que estaba obligada, desde que tomó posesión de su cargo, el pasado martes, a demostrar con celeridad sus planes para frenar la recesión y la crisis energética que se avecinan. No importa que la oposición laborista tuviera preparada una poderosa estrategia de desgaste al Gobierno, y que ya estuviera centrada en su próximo congreso anual de Liverpool (conferencia política, se llama en la jerga de los partidos británicos), para calentar motores, con unas encuestas que señalan ventajas de más de 10 puntos porcentuales sobre los conservadores. Todo ha pasado a un segundo plano, hasta el lunes 19 de septiembre, cuando se celebre el funeral de Estado, y Londres reciba más de un millón de visitantes y centenares de dignatarios de todo el mundo.
Ocho días para llorar a la reina
Lunes, 12 de septiembre
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En Escocia falleció Isabel II. Una nación con la que la familia real tenía una relación especial. Paradójicamente, el territorio con un anhelo secesionista cada vez mayor simboliza más que ningún otro el vínculo de los Windsor con las tradiciones. Carlos III iniciará allí una gira fugaz por las cuatro esquinas de la Unión: en Inglaterra está su residencia oficial, pero el monarca quiere hacer acto de presencia en Escocia, Gales e Irlanda del Norte. En Edimburgo, junto a su esposa, atenderá el servicio religioso, con el féretro presente de Isabel II, que llegaba desde Balmoral un día antes, en la catedral de San Gil.
Martes, 13 de septiembre
Carlos III y la reina Camila viajarán a Belfast. En el castillo de Hillsborough, su residencia oficial de Irlanda del Norte, celebrará reuniones con representantes políticos del territorio y con un grupo seleccionado de miembros de la sociedad norirlandesa. Por culpa de la parálisis provocada por los unionistas a cuenta del Protocolo de Irlanda del Norte firmado entre Londres y Bruselas, no hay ahora mismo un ministro principal designado. Después de su reciente victoria electoral, correspondería a la candidata del Sinn Féin, Michelle O´Neill, el partido que durante años fue el brazo político del IRA, ocupar ese puesto. La dirección de la formación republicana ha confirmado su presencia en los actos previstos para la visita de Carlos III, y ha pedido a sus seguidores que expresen respeto ante el duelo por la muerte de Isabel II. Aquel apretón de manos, en 2012, entre Martin McGuinness, exjefe del IRA y uno de los actores del acuerdo de paz, y la reina, quedará en la historia de la región como uno de los momentos en que algo cambió para bien.
A las seis de la tarde (siete de la tarde, horario peninsular español), un avión trasladará el féretro de Isabel II desde Edimburgo hasta la base aérea de Northolt, cerca de Londres. Su cuerpo llegará poco después al palacio de Buckingham. El rey y su esposa ya estarán allí para recibirlo.
Miércoles,14 de septiembre-domingo,18 de septiembre
El miércoles será el día en que una procesión traslade el féretro de Isabel II, cubierto con el estandarte real, a Westminster Hall, el solemne vestíbulo del edificio más antiguo de los que componen el palacio del Parlamento. Allí estuvo el féretro de Winston Churchill, y allí se han celebrado banquetes históricos como los que acogieron en su visita de Estado a Nelson Mandela o Barack Obama. Hasta el domingo, durante cinco días, cientos de miles de ciudadanos podrán acudir a despedirse personalmente de la monarca. A Jorge VI, el padre de la reina, le dijeron adiós 300.000 personas. Los cálculos del palacio de Buckingham apuntan en esta ocasión a cifras por encima del medio millón.
Sobre el féretro de la reina se colocará la State Crown (The Crown, para los amantes de la serie de Netflix), la corona que llevó Isabel II en su ceremonia de coronación de 1953.
El jueves y el viernes, Carlos III visitará Gales, y el fin de semana lo dedicará a atender a los dignatarios internacionales y miembros de otras casas reales que habrán llegado ya a Londres.
Lunes, 19 de septiembre
Declarado fiesta nacional, será el último día del largo duelo. A las ocho y media de la mañana (nueve y media, hora peninsular española) se cerrará la capilla ardiente. Media hora más tarde sonará el Big Ben. Inmediatamente, se cubrirá su martillo percutor con una gruesa funda de piel para que las campanadas del resto del día tengan un sonido sordo y apagado.
A las 10.30 (11.30 en la península), el féretro será trasladado sobre un armón —el mismo que transportó el cuerpo de Lady Di— hasta la Abadía de Westminster. A las 11.00 comenzará el funeral, con la presencia de unos 2.000 invitados. Una hora de servicio religioso después, el ataúd volverá al armón, y recorrerá, ante la presencia de cientos de miles de personas, la plaza del Parlamento, Whitehall, Constitution Hill, The Mall y, finalmente, el Arco de Wellington.
Desde allí viajará, para el último servicio religioso, al castillo de Windsor. Isabel II será enterrada esa tarde en la capilla de San Jorge, junto a su esposo Felipe de Edimburgo.
El martes, bajo un nuevo reinado, regresarán al Parlamento y al debate público las urgencias políticas congeladas por la muerte de Isabel II.
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