Cuenta Herodoto en su Historia que el rey Darío tenía un sirviente cuya única misión era decirle antes de cada comida “acuérdate de los atenienses”; el persa había sufrido una derrota humillante y no quería olvidarse de vengarla. La viróloga Margarita del Val habría sido una candidata sobrecualificada para ese trabajo de Siri de las desgracias. Junto a científicos y médicos como Daniel López-Acuña o César Carballo lleva 18 meses evitando que la euforia que provocaban algunos datos nos hiciera olvidar que el mal seguía aleteando en la noche. Frente a nuestras ansias por recuperar la vida conocida, ellos han sido el “abandona toda esperanza”, el “hic sunt dracones”, el “que no te vistas que no vas”.
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Acostumbrados a opiniones de contertulios que ayer eran de cepa y hoy de lava, la presencia de expertos en los medios supuso una novedad refrescante. Y entre ellos brilló Alfredo Corell, que sustituyó los mensajes apocalípticos por la didáctica lúdica y las figuritas de Star Wars. Estoy segura de que gracias a él habrá niños (y adultos) que hoy quieren ser científicos como en los setenta quisimos ser directores de orquesta para tener la batuta que el maestro García Asensio regalaba en El mundo de la música, la única vez que hemos ansiado un palo que no desencadenase el expecto patronum.
Un hechizo contra los dementores le vendría bien al inmunólogo que, al igual que otros divulgadores durante estos meses, ha recibido amenazas de los negacionistas, como hace años las recibió por “maricón y socialista”. Esos anónimos de tuit y pasquín son los nuevos sirvientes de Darío que cada día nos recuerdan que el mayor peligro ya no son los atenienses, ni siquiera los virus, sino la maldad y la ignorancia, enemigos poderosos que tampoco nos van a dejar tener una comida en paz.
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