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El embajador de la República Azteca

“El asedio a la embajadora Bárcena no resultó como lo había pensado el canciller: no hubo promoción de su joven candidato y, en cambio, un extraño invitado aprovechó el retiro de la diplomática”, escribe Ignacio Rodríguez Reyna.

Por Ignacio Rodríguez Reyna

Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Relaciones Exteriores, logró desplazar y sacar del juego a una pieza que le era particularmente difícil de manejar por la convicción e independencia con que la embajadora mexicana en Estados Unidos se desplazaba, siempre institucional, en los círculos diplomáticos de Washington.

Ignoro si el canciller mexicano tiene afición por el ajedrez, pero el asedio al que sometió a la embajadora Martha Bárcena no le resultó como deseaba al final de la partida.

Aunque nunca gozó de la simpatía de Ebrard, la aún embajadora sostenía su posición a partir de un hecho difícil de superar: su nombramiento fue realizado directamente por el presidente Andrés Manuel López Obrador, con quien su interlocución, hay que decirlo, se desgastó al final.

Con experiencia en países como Turquía y Dinamarca, además de organismos multilaterales como la FAO, Martha Bárcena no tuvo una encomienda sencilla: le tocó establecer lazos con los principales liderazgos demócratas, en particular con Nancy Pelosi, líder de los senadores de ese partido, y convencerlos de que aceptaran firmar el Tratado de Libre Comercio México-Estados Unidos-Canadá, para lo cual hizo un sutil y fructífero trabajo de incorporación de temas de la agenda laboral y ambiental en él, en momentos en que la tensión con el presidente Donald Trump amenazaba con dinamitar todos los esfuerzos.

Mientras tanto, Marcelo Ebrard manejaba la relación con el primer yerno Jared Kushner y con el titular del Departamento de Estado, Mike Pompeo; el canciller accedió a realizar el trabajo sucio exigido por la Casa Blanca y a convertir a las instituciones mexicanas en las policías informales que supervisaban que la política de Washington en torno a la migración se aplicaba correctamente en territorio mexicano. 

Jugar con eficiencia ese papel le valió a Ebrard acercarse más López Obrador, así que asumir los costos políticos de ejecutar la voluntad presidencial no le resultó tan difícil.

Los exabruptos emocionales de Trump hacían muy difícil encontrar espacio para poner en práctica una estrategia que garantizara suavidad en las relaciones con México, lo que complicaba el trabajo de Martha Bárcena, pero López Obrador tampoco escuchaba mucho a su embajadora.

No le hizo caso cuando le advirtió que no era conveniente acudir a la firma del TMEC en la Casa Blanca en plena campaña electoral de Estados Unidos; tampoco cuando los resultados ya confirmados en Pensilvania, Georgia y Nevada señalaban a Joe Biden como ganador desde el 7 de noviembre y el presidente se negó tozudamente a felicitarlo.

Y cuando finalmente la carta de “felicitación” se envió, tampoco fue requerida su opinión sobre el contenido, por lo que no pudo evitar el tono irritante y amenazante de la misma.

 

 Aun con los contratiempos derivados de la apuesta presidencial por no molestar a Trump, Bárcena había logrado establecer nexos con el establishment demócrata y con figuras representativas del Caucus hispano en el Congreso.

Lastimada por la falta de tacto de López Obrador con Biden, la relación del gobierno mexicano con su par estadunidense podría haberse restañado con una cuidada estrategia diplomática que deshiciera los pasos andados con los republicanos.   

Pero algo ocurrió. Y lejos de aflojar el asedio sobre la embajada en Washington, Ebrard apretó un poco más el cerco hacia la diplomática.

Ante la conclusión de la tarea de Jesús Seade, quien llevó la negociación del TMEC en su calidad de subsecretario para América del Norte, Ebrard utilizó el llamado a la austeridad para eliminar esa vital subsecretaría. Al hacerlo, delegó todas las funciones de esa estratégica posición a la dirección general ocupada por uno de sus noveles alfiles, a quien colocó en los hechos como el jefe directo de la embajadora en EU.

Se pretendía así que los 43 años de experiencia diplomática de la embajadora se subordinaran a la corta carrera de Roberto Velasco Alvarez, quien comenzó colaborando en las oficinas de prensa capitalinas de Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano), luego fungió como asesor de un asambleísta del entonces DF, mismas tareas que hizo para el hoy alcalde de Miguel Hidalgo.

Cuando la embajadora solicitó a Ebrard instrucciones sobre qué responder al equipo demócrata a la pregunta de por qué el gobierno mexicano no felicitaba a Biden, quien le respondió fue el titular de la Dirección General de América del Norte que hace las funciones de subsecretario del área y antes fue vocero de la SRE.

“El Gobierno de México le instruye a esa representación comunicar que, por estas consideraciones, de orden histórico y constitucional, México esperará a la definición institucional del proceso electoral para establecer comunicación entre nuestro jefe de Estado y su presidente electo”, señaló el texto rubricado por Velasco Alvarez.

Ante las circunstancias, a la embajadora le quedó clara que su salida debía estar marcada por la ecuanimidad y dignidad. Y ante una pregunta inesperada en un foro académico, anunció que se retiraría anticipadamente del servicio exterior.

El asedio a la embajadora Bárcena no resultó como lo había pensado el canciller: no hubo promoción de su joven candidato y, en cambio, un extraño invitado aprovechó el retiro de la diplomática: Esteban Moctezuma Barragán, ese hombre que fue secretario de Gobernación y hace 20 años decidió atar su vida pública a Ricardo Salinas Pliego, un empresario del que ahora es embajador, lo mismo en la Secretaría de Educación que en Washington.

Ebrard habrá captado ya el mensaje. Una cosa es que Martha Bárcena hubiese incomodado al presidente con sus insistentes llamados a no distanciarse de los demócratas y otra que el canciller pueda disponer con entera libertad de las casillas centrales del tablero y fortalecer su posición hasta ahora dominante.

López Obrador decidió “resetear” la relación con Estados Unidos, exhibir una nueva muestra de inexplicable afecto a Salinas Pliego, propietario de TV Azteca y jefe político del próximo embajador, y darle un “estate quieto” al canciler.

Moctezuma Barragán responderá directamente a Palacio Nacional, pero deberá equilibrar sus lealtades hacia el presidente de la República y a su jefe de las últimas dos décadas. Será el embajador de la República Azteca en Washington. Habrá que estar atento a su desempeño.    

   




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