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El embudo migratorio en Canarias tensa la convivencia en las islas

Un grupo de casi un centenar de migrantes, la mayoría senegaleses y malienses, se concentra en el hotel del sur de Gran Canaria donde se alojan para demandar que se les permita viajar a la Península.Javier Bauluz

La estrategia de concentrar a miles de inmigrantes en Canarias está tensando la convivencia en las islas. Los incidentes han aumentado en las últimas semanas, el número de extranjeros llegados en patera que ahora viven en la calle se ha disparado y la frustración de los inmigrantes que llevan meses en hoteles sin poder seguir su viaje a la Península se ha convertido en protestas. Además, los altercados aislados protagonizados por inmigrantes corren como la pólvora por las redes y sirven de munición xenófoba: por segunda vez en poco más de un mes se han convocado patrullas vecinales para “ir contra los moros”.

Una espectacular pelea por el control de un aparcamiento en Maspalomas, zona turística del sur de Gran Canaria, encendió la mecha que aún coletea. En el vídeo se ve a varios hombres atacando a dos aparcacoches. Todos eran marroquíes, algunos llegados en patera recientemente y otros ya asentados, pero los internautas hicieron sus propias interpretaciones, las redes sociales se llenaron de mensajes de odio y la Policía Nacional tuvo que comenzar a desmentir bulos. “Muere el joven canario agredido por un inmigrante”, aseveraba falsamente uno de los mensajes más compartidos. “Esto ocurre en Sevilla, Madrid o Barcelona tres veces al día, pero no tiene esta repercusión”, lamenta una fuente policial. “Se habla de los 10 malos, pero no de los 6.000 buenos”.

Pero los puñetazos entre gorrillas se sumaban a otros incidentes que vienen incrementándose en las últimas semanas, según los alcaldes de Mogán y San Bartolomé de Tirajana, los municipios donde se encuentran los hoteles que alojan miles de inmigrantes desde septiembre. Entre esos incidentes, que pueden ir de una borrachera a una discusión por una cancha deportiva, los delitos son una minoría y cometidos por un número pequeño de personas, según fuentes policiales. Los datos, según estas fuentes, no justifican la alarma social, pero la percepción de inseguridad ya ha cundido y las autoridades asumen que irá en aumento. La presión de estos municipios ha llevado a la Policía y a la Guardia Civil a desplegar equipos de sus antidisturbios que patrullan las zonas de los hoteles para tranquilizar a los vecinos.

La preocupación ahora es contener la xenofobia que comienza a desatarse. Como ya ocurrió a mediados de diciembre en el municipio de Arguineguín, algunos vecinos de Gran Canaria se están movilizando en redes para reunir entre este viernes y este sábado patrullas vecinales “contra los moros”, como recogen algunos textos de la convocatoria. Tanto Policía como Guardia Civil investigan el origen de los mensajes para evitar que se concreten en violencia contra los inmigrantes. De momento ya hay un detenido por grabarse amenazando a un joven marroquí desde su coche con un cuchillo en el asiento del copiloto. “Estamos muy preocupados. Se están magnificando los incidentes malintencionadamente. Y el ambiente, en lugar de calmarse, se tensa aún más”, lamenta el subdirector de Inclusión Social de Cruz Roja, José Javier Sánchez.

Los picos de tensión social que se viven en Canarias son una de las consecuencias de concentrar a miles de personas, primero en hoteles y ahora en campamentos. Es la estrategia europea para los países del sur para evitar que los inmigrantes sigan su camino a otros países de la UE y los problemas en las poblaciones locales se han repetido en otras islas europeas como Lesbos (Grecia) o Lampedusa (Italia). Desde el pasado 10 de diciembre, además, prácticamente ningún inmigrante ha conseguido viajar a la Península. Los controles policiales desde entonces son constantes en puertos y aeropuertos y, aunque en teoría velan por el cumplimiento de las restricciones sanitarias, sirven en la práctica para el control migratorio. En este tiempo en el que nadie ha podido seguir su camino han llegado, al menos, otros 2.700 migrantes, según los datos quincenales del Ministerio del Interior, y se ha expulsado —calculando la capacidad máxima de los cuatro vuelos semanales de deportación a El Aaiún—, a cerca 480 marroquíes.

Sin techo ni medios

El tapón en las islas comienza a tener su reflejo también en las calles, donde cada vez hay más inmigrantes sin techo ni medios para subsistir. Perdieron su plaza en los hoteles, los abandonaron o les expulsaron y ahora duermen en la playa, en portales o en parques. “Estamos en el límite de nuestras capacidades”, advierte la secretaria general de Cáritas de Canarias, Caya Suárez, que ha visto cómo en un mes y medio se ha duplicado el número de usuarios inmigrantes llegados en patera: de los 126 de noviembre a los 246 del mes de enero. Entre ellos, alerta Suárez, hay una parte muy relevante de jóvenes que estaban en centros de menores y que se han quedado en la calle tras cumplir 18 años o porque las pruebas forenses han determinado que eran mayores de edad.

”No existe ningún proyecto para ellos. Aquí tiene que haber una intervención social porque nosotros no tenemos tanta capacidad de absorción. Este, además, es un momento muy complicado porque la gente local también está demandando mucha ayuda”, lamenta el párroco Jorge Hernández, responsable del pequeño comedor de la iglesia de San Pedro que también amortigua como puede el problema que se avecina.

Con miles de proyectos migratorios frustrados, la situación en los alojamientos, donde se cubre lo básico, pero no hay ninguna actividad para ocupar las horas, también se empieza a complicar. Llevan meses mano sobre mano. “Estamos muy estresados, hay compañeros con depresión. Solo queremos reunirnos con nuestras familias en la Península y trabajar”, explica desde un hotel de Tenerife Khalifa Ndiaye. Este senegalés, estudiante de derecho de 28 años, lideró a otros 170 compatriotas en una protesta —con huelga de hambre frustrada incluida–— para que les permitan marcharse. La protesta de Tenerife inspiró a otros grupos de migrantes y este miércoles cerca de un centenar de senegaleses y malienses, entre ellos mujeres y niños, protagonizaron otra protesta pacífica en un hotel del sur de Gran Canaria. “Tenemos muchos problemas aquí. No me he jugado la vida para solo comer y dormir, quiero trabajar”, reclama Mando Malick, un comerciante senegalés de 23 años, padre de un niño de un año. Malick está a punto de cumplir cuatro meses en las islas y ha perdido la paciencia, pero los hay que llevan ya un año esperando en las islas.


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