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El encuadre decisivo de Lee Friedlander


Describir la heterogénea mirada del fotográfo estadounidense Lee Friedlander significa sumergirse en su particular forma de combinar realidad, ficción, belleza e ironía. Sobre esos pilares ha construido a lo largo de cinco décadas un estilo único al que el Museum of Modern Art (MOMA) de Nueva York le dedica desde ayer, y hasta el 29 de agosto, la mayor antológica de su carrera. Casi 500 fotografías, 25 libros y ediciones especiales de su obra con un catálogo que abarca lo mejor de su producción configuran esta exposición que llegará a la Fundación La Caixa de Barcelona en 2007.

“La fotografía no es simplemente una forma de atrapar imágenes, sino una forma de relacionarnos con el mundo. Y ver las obras de Friedlander nos recuerda que estar vivos es maravilloso”. Peter Galassi, comisario de la muestra, describía así durante la inauguración el principal sentimiento que transmiten las obras de Friedlander, quien se aferró a una cámara cuando aún era un niño y a sus 72 años aún sigue explorando el mundo con ella.

La exposición abarca desde sus últimos trabajos, que indagan en el entorno natural del Oeste americano y que se exhiben públicamente por primera vez, hasta sus primeros pasos fotográficos como observador del paisaje social americano, en el que se sumergió siguiendo la tradición inaugurada en los años treinta por su mentor, Walker Evans y retomada en los cincuenta por su amigo Robert Frank en su célebre libro The Americans. Siguiendo esa línea Friedlander capturó escaparates, personajes anónimos, anuncios callejeros, situaciones corrientes de la vida de su país pero introduciendo en las imágenes travesuras artísticas como su propia sombra, una constante en su obra, o su reflejo fundido sobre otros reflejos, ideas consideradas hasta entonces errores insalvables y que él supo utilizar en su favor dándole un doble sentido a sus fotos. Esa particular forma de abrazar y describir la cultura norteamericana fue reconocida por el MOMA en 1967, donde se le dedicó una exposición junto a Diane Arbus y Garry Winogrand titulada Nuevos Documentos. Aquella muestra les consagró como líderes de una nueva generación, “cuyo objetivo no es cambiar la vida sino conocerla”, en palabras de su comisario John Szarkowski.

En ese intento por comprender su país entrarían trabajos posteriores como The American Monument, que muestra la variedad, la nobleza o incluso la ridiculez de algunos de los monumentos de su país o Factory Valleys: Ohio and Pennsylvania, en la que el contexto natural donde se erigen las fábricas se mezcla con el respetuoso retrato de sus trabajadores. Pintadas espontáneas y callejeras agrupadas en la serie Letters from the people o Nudes, un personal trabajo sobre el desnudo, también forman parte de su vasta obra. “Sus mejores fotos crecen en compañía de sus parientes. Una selección de sus trabajos individuales sería interesante pero amputaría el propósito de esta exposición”, explica Galassi, quien recuerda que para este artista “si crees que una foto no ha salido, puedes tirar otra. Si crees que es perfecta, puedes intentar sacar otras doce. El único freno es el tedio de la cámara oscura, donde el trabajo de Fried-lander toma forma”.

Su primer encuentro con la magia de ese espacio en el que dan a luz las imágenes ocurrió cuando tenía cinco años. Ser testigo del nacimiento sobre el papel en blanco del retrato de su padre, un emigrante judío alemán que se instaló en Aberdeen (Washington), cambió su vida. “Es una imagen indeleble en la memoria. Parte de la brujería a la que pertenezco”, recuerda Friedlander. Así decidió ser fotógrafo.

Siendo un adolescente se hizo asistente de un fotógrafo de su pueblo que también trabajaba en la radio, lo que le abrió las puertas de otra de sus pasiones: el jazz. La combinación de ambas le llevó a conocer a los grandes artistas de la época y a trabajar en los cincuenta retratando a estrellas como Ray Charles o John Coltrane para la recién fundada Atlantic Records, que se convirtió en su segunda casa neoyorquina. Friedlander se había instalado en Nueva York en 1955, tras años de vida bohemia en Los Ángeles. Construyó su carrera lejos del academicismo de las escuelas, como otros fotógrafos de su generación que aprendieron a la antigua usanza, observando y trabajando en las calles. La explosión editorial neoyorquina le convirtió en fotógrafo de revistas, después llegaron sus trabajos personales, el reconocimiento, sus libros y ahora esta antológica.


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