Kiko Amat (51 años, Barcelona) se mueve con nervio y sorna. Sus manos tatuadas hasta las uñas cambian de una pose a otra, sin necesidad de órdenes, ante la cámara. Insiste en que aparezca Huesitos, el esqueleto shakespeariano de plástico que ha traído al set. El escritor recuerda por la rapidez de sus gestos a un saltimbanqui, y el interior de su cabeza a un ring. O estás conmigo o contra mí. El autor de Revancha —un Irvine Welsh con ultras de Boixos Nois del extrarradio de Barcelona— acaba de estrenar el festival Subsol de cultura popular y subcultura que define como la antítesis de la cultura académica. Los escritores autodidactas; los cómicos mordaces; los músicos drill salen de su hábitat y se colocan bajo los focos del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Un alegato en favor de la diversión y del macarrismo. Muerte a la solemnidad.
A Amat le irrita la cultura seria. Le fastidia que unos cuantos sienten cátedra sobre “determinados clasicorros del siglo XVIII, que pueden ser una chapa y a lo mejor ya no tienen utilidad práctica de entertainment”. Le horrorizan los libros encriptados, como el Ulises, de Joyce. Detesta que la alta cultura cierre sus puertas a la “chusma”, “a quien no tiene estudios o linaje”. No perdona que, con sus exageradas teorizaciones, “esa gente, con ausencia de alma o de fornicio”, malvenda a sus clásicos: “Shakespeare era descojonante. Escribía teatro para el pueblo y la gente iba a pasárselo teta durante cuatro putas horas en el fango y con la peste negra en ciernes”.
La enemistad artística con las altas esferas es su combustible. “El rencor es lo que me impulsa a abrir el ordenador a las siete de la mañana. El amor no”, sentencia con ecos a su último ensayo, Los enemigos. Autodidacta, abandonó los estudios a los 17. Creció en la periferia de Barcelona, de espaldas a las exposiciones o los encuentros literarios, en un entorno donde lo extremo no era una performance sino la sangre con mocos que supura la nariz de un amigo. La cruda realidad, “un espacio no hablado” en el canon literario que Amat ha verbalizado a través de sus novelas, y que forjó su habilidad para contar historias. Toma una reflexión del periodista Marc Giró y explica: “¿Por qué [los de la clase obrera] hablamos tan rápido e intentamos hablar siempre divertido? Porque no tuvimos papis ni profes que nos dijeran que éramos geniales. Tenías una audiencia hostil y tenías que ganártelos”. Con razón, de ahí su elocuencia y los chistes que va soltando como dardos mientras pasea arriba y abajo con Huesitos.
A pesar de su batalla contra la teorización, el diálogo con Amat ha resultado bastante sesudo, un contraste natural en un adversario de la vida literaria que ejerce de literato. “Hay una paradoja aparente en las cosas que hago que me interesa”, explica. “Yo me reconozco en gente como John Carey, un intelectual que odia a los académicos de Cambridge, o Kevin Rowland, un músico pop que pasó la vida cagándose en la música pop”.
Subsol nace con ímpetu de vodevil, para contar buenas historias. En la primera jornada participaron el novelista granadino Juarma (Al final siempre ganan los monstruos); Kike García, de El Mundo Today; la rapera Bebegrande. El próximo 9 de abril, acogerá el trap-punk en euskera de Chill Mafia o el humor de cuatro autoras de El Jueves. El 12 de mayo cerrarán el telón el historietista Peter Bagge; el líder de Primal Scream, Bobby Gillespie, y el rap macarra catalán de Baya Baye. Es una doble vuelta de tuerca del festival Primera Persona, dirigido por Amat junto al escritor Miqui Otero de 2014 a 2021. Este es un intento por hacer algo “más canalla, menos recuperable por la intelectualidad”. Elegir a los artistas fue para Amat como escribir una carta a los Reyes: “¿Quiénes son los que me molan?”. Y ya. Así de banal y de pueril. Auténtico. Espectáculo guay por sí mismo. “Para reír, bailar, fornicar”.
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