El Senado de Brasil aprovechó un receso navideño para hacer una pequeña obra de trascendencia histórica. Cuando los obreros acabaron, el plenario tuvo por fin un aseo para las señoras senadoras. Fue hace nada, en 2016. Las doce senadoras de aquella legislatura, como todas sus predecesoras, se veían obligadas hasta entonces a utilizar el cuarto de baño del restaurante de al lado. Tras años de demandas, las representantes de la soberanía popular consiguieron que el servicio de caballeros fuera dividido en dos. La larga lucha para lograr ese aseo en Brasilia —diseñada por el genial Óscar Niemeyer como símbolo de modernidad— refleja mejor la presencia de mujeres electas en las instituciones brasileñas que el haber tenido una presidenta ¿Cómo es posible que un país con cuotas del 30% para mujeres desde hace 25 años tenga solo un 15% de congresistas?
Sí, Dilma Rousseff hizo historia. La primera brasileña en la jefatura del Estado. Pero aquel logro no era reflejo de una presencia significativa femenina en los escalones inferiores del poder. En realidad llegó allí gracias al voto popular y a Lula da Silva, que la colocó en la línea de salida. Su presidencia tampoco se tradujo en un aumento significativo de mujeres en política.
Ahora, con un presidente que fue condenado por decirle a una diputada que era tan fea que no merecía ser violada, las condiciones son más adversas. No es que los Gabinetes de Dilma Rousseff fueran paritarios, pero Jair Bolsonaro solo tiene dos ministras. Es decir, son cinco veces menos que los ministros militares. Y, además, el presidente considera que la igualdad de género es peligrosa ideología comunista.
Pero bajo esa fachada, existe un problema estructural. Dilma fue en buena medida un espejismo porque Brasil sigue a la cola del mundo en diputadas, senadoras, gobernadoras, alcaldesas y concejalas. Algunas iniciativas de la sociedad civil están formando candidatas con la vista puesta en las elecciones municipales del próximo noviembre.
Porque la realidad en 2020 es que las mujeres rondan el 15% en todos esos cargos elegidos en las urnas, a la altura de Bahrein y a años luz de Suecia (47%), pero también de Bolivia (53% de diputadas) o de México (48%).
“Es una situación vergonzosa que coloca a Brasil entre los peores países del mundo respecto a participación política de las mujeres y a la defensa de sus derechos”, sentencia al teléfono Áurea Carolina de Freitas Silva, 36 años, diputada federal del izquierdista PSOL desde el año pasado y candidata a alcaldesa de Belo Horizonte. “Tener cuotas no es suficiente”, afirma esta mujer negra que es una auténtica rareza en un Congreso que poco tiene que ver con la diversidad que caracteriza a Brasil. Los hombres blancos son abrumadora mayoría.
Ellas ganan presencia y poder político a paso de tortuga pese a que desde hace 25 años existen cuotas legales para incentivar su entrada en política. Y aunque un 15% de diputadas es un número escaso si se compara con el resto del mundo, lo cierto es que es un récord: nunca hubo tantas en la Cámara baja. ¿Dónde está la trampa?
La explicación breve es que la resistencia de los partidos —de todos, aunque algo más de la derecha que de la izquierda— ha sido feroz durante estos años. Los hombres blancos que dominan las formaciones no quieren renunciar a su poder. “Los partidos han utilizado cada resquicio que han encontrado para driblar las cuotas”, recalca Hannah Maruci Aflalo, una investigadora de la Universidad de São Paulo especializada en la representación política femenina. “Al principio usaron el argumento semántico, luego crearon las candidaturas fraudulentas…”, dice la académica, cuya detallada explicación se resume así: los partidos, con sus enraizadas estructuras machistas, empezaron argumentando que la norma solo les obligaba a reservar un 30% de las listas para mujeres, no a que ellas las ocuparan. Decían que buscaban aspirantes pero no las encontraban.
Cuando la regla fue reformada para obligarles a tener un tercio de candidatas, proliferaron las candidaturas fraudulentas. Colocaban cualquier nombre femenino y poco importaba si sacaban algún voto, cumplían la letra de la ley. Un tercio de las candidaturas femeninas a diputadas en las últimas elecciones fueron falsas, según un estudio. Es más casi todos los partidos tuvieron alguna candidata que no sacó ni un votó… si votaron, fue por otro.
En un giro perverso, los partidos obtenían dinero del contribuyente para respaldar a las mujeres, pero ellas seguían sin ganar poder. Así se llegó, explica Maruci Aflalo, a la reforma de 2018 por la que un 30% de los fondos públicos electorales va a las campañas de las candidatas. Para la especialista es un cambio positivo porque ahora se trata de financiación. “Los partidos no van a querer tirar el dinero a la basura”, dice. Una vez más, algunos partidos lo interpretaron a su modo para reducir al mínimo los cambios. En vez de feminizar sus listas, invirtieron en una sola y de repente en las últimas elecciones las candidatas a vice se multiplicaron, vicepresidentas, vicegobernadoras…
Las brasileñas conquistaron el derecho al voto en 1932, y Dilma Rousseff gobernó en 2011-2016, pero ahora mismo entre los 27 gobernadores solo hay una mujer -del Partido de los Trabajadores, el de Lula da Silva y la expresidenta. Pero eso no es lo peor. En la Asamblea Legislativa de uno de los estados, Mato Grosso do Sul, no hay mujeres. Ni una. Los 24 diputados estatales son varones.
La política brasileña es tan masculina que raro es el domingo que la selección de las frases de la semana que hace el diario más leído aparezca alguna pronunciada por una mujer. Una ausencia que contrasta con una llamativa presencia de mujeres analistas en prensa y en la televisión o al frente de investigaciones policiales.
Una diputada bolsonarista acaba de presentar un proyecto de ley para eliminar las cuotas del 30% porque, dice, supone una “carga ideológica”. Existe otro proyecto de ley que reclama, en cambio, que la mitad de los escaños -escaños, no puestos en las listas– sean reservados a mujeres, incluido un 27% para negras. Porque aunque las negras suponen el 27% de la población son un misérrimo 2% de las diputadas.
“Tuvimos que construir trayectorias excepcionales para estar aquí”, dice la diputada de Freitas Silva en referencia a sí misma o a compañeras de partido como la asesinada Marielle Franco, concejala de Río, o la también diputada Talíria Petrone. Mujeres negras (y feministas) que antes de llegar a primera línea de la política forjaron sólidas trayectorias en movimientos sociales o en el mundo académico. En el año y medio que lleva en el Congreso ha tenido que aguantar actitudes y comentarios discriminatorios. Pero no quiere centrarse en eso. Prefiere destacar su trabajo para que las necesidades, reivindicaciones y anhelos de las mujeres y los negros, por supuesto, pero también de los brasileños LGTB, con deficiencias o indígenas sean escuchados en los espacios de poder.
Esta diputada izquierdista explica que a veces, incluso en este Brasil tan polarizado, se dan instantes de sororidad, de complicidad entre las diputadas pese a lo mucho que las separa. “Son momentos puntuales. Recuerdo el día que una diputada del PSDB dirigía la sesión plenaria y un diputado hizo un comentario machista. Todas nos solidarizamos con la agredida”.
Si llegar es difícil, aguantar firme en el cargo también lo es. Que Bolsonaro fuera famoso por sus comentarios machistas no le impidió ganar entre el electorado femenino. Y aunque la fiscalía lo investiga por misoginia, su popularidad bate récords. Eso da una medida del ambiente. Los mensajes pornográficos, las campañas difamatorias sexistas, los chistes machistas, las amenazas o las críticas al aspecto son constantes para las políticas brasileñas. Muchos defensores de la expresidenta ven elementos misóginos en la campaña que culminó en su destitución. Aparte de “¡puta!, oyó a menudo aquello de “Dilma, ¡vete a casa!”. “Dilma, vete a fregar”. El grito de guerra ahora es “Fuera Bolsonaro”. Nadie le manda a casa o a fregar.
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