Werner Teske pasó a los anales de la República Democrática Alemana, en 1981, como el último ejecutado por sentencia de pena de muerte antes de su abolición, seis años después y tres antes de la reunificación del país con la parte occidental, en 1990. El método, nada convencional: un disparo en la nuca. Las características del juicio, indefendibles: duró un solo día. La información sobre el proceso y la sentencia, nulas: se mantuvo en secreto durante años y en su certificado de defunción ponía como causa de la muerte una insuficiencia cardiaca. Aunque lo que redondea finalmente un caso de película es la profesión de Teske: alto oficial de inteligencia de la Stasi.
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“Solo sé que quien se encadena está perdido. El germen de la corrupción ha entrado en su alma”. Esta frase de Joseph Conrad, con la que se abre la novela de Graham Greene El factor humano, encaja a la perfección en Teske, el hombre en el que se inspira El espía honesto. Su captación, al menos en la explicación de la película, no deja de ser un pacto con el diablo: de tener que marchar a un país africano a hacer méritos y ganar puntos mientras espera para poder casarse con su prometida, a quedarse en Alemania como nuevo catedrático de la Universidad. El “premio” por empezar a trabajar también en labores de inteligencia. Cuántos pactos semejantes se hacen en la vida, no necesariamente como espías profesionales, gérmenes del encadenamiento moral al que hacía referencia Conrad.
Franziska Stünkel, directora y guionista debutante, narra su relato haciendo hincapié en la vertiente principal en la que se desarrolló la labor de Teske: el fútbol. Corrían tiempos de huida desde el Telón de Acero para jugar en equipos de Occidente, algo que resultaba fatal para la credibilidad del régimen comunista. Y ahí entraban los maquiavélicos métodos de la Stasi, como diagnosticarle un cáncer inexistente a la mujer de un futbolista huido (e incluso darle quimioterapia) para provocar el regreso a casa del marido.
Eso sí, Stünkel ha compuesto una película de una austeridad que a veces se da de bruces con las peculiaridades del género. Por un lado, es interesante la sequedad en la utilización de los elementos formales, sobre todo por la ausencia de música, lo que acrecienta en muchos momentos el trasfondo de la soledad del espía. Sin embargo, la puesta en escena, de un academicismo ramplón, no acaba de encajar con esa sobriedad.
Lars Eidinger, al que ya vimos en El profesor de persa en un registro semejante, es perfecto para el papel, con esa mirada de vulnerabilidad presta para la humillación, pese a su gran estatura física. Pero es posible que la película se quede finalmente a media altura. Con el evidente interés que conlleva la historia real y el trasfondo histórico, aunque con la sensación de no estar viendo nada particularmente sugestivo en lo cinematográfico.
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Dirección: Franziska Stünkel.
Intérpretes: Lars Eidinger, Devid Striesow, Luise Heyer, Moritz Jahn.
Género: espionaje. Alemania, 2021.
Duración: 115 minutos.
Estreno: 5 de enero.
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