Ha sido finalmente el hombre que más contribuyó a que Boris Johnson alcanzara su sueño, ser primer ministro del Reino Unido, quien ha pedido perdón este miércoles por la errática gestión de la pandemia. “Ministros, funcionarios y asesores como yo estuvimos desastrosamente por debajo del nivel que la ciudadanía tenía derecho a esperar de su Gobierno en una crisis como esta”, ha dicho Dominic Cummings, hoy enfrentado con Johnson, en el Parlamento. El exasesor de Downing Street ha presentado una imagen de caos e incompetencia en la respuesta inicial ante el virus, y afirmó que el primer ministro no está preparado para el cargo.
Las acusaciones de Cummings han dejado boquiabiertos a los diputados de la Comisión de Salud, por mucho que ya las hubiera anticipado días antes en un frenético hilo de tuits en su cuenta personal. Ha dicho que el primer ministro defendió en un principio que las noticias del coronavirus no eran más que una alarma exagerada, similar a la que despertó en su día la gripe porcina; el Gobierno y sus asesores apostaron por permitir que la infección siguiera su curso hasta alcanzar la “inmunidad de grupo”; y el ministro de Sanidad, Matt Hancock, es un “mentiroso que debería haber sido despedido ya en 15 o 20 ocasiones”, ha afirmado Cummings en una intervención estremecedora que el equipo de Johnson había intentado rebajar preventivamente con ataques personales contra el asesor.
El 12 de marzo de 2020 fue un “día surrealista” en el seno del Gobierno de Johnson, ha recordado quien fuera el máximo ideólogo del Brexit. Debía decidirse si, finalmente, Downing Street cambiaba su errático rumbo y ordenaba el confinamiento del país para frenar el virus. A la vez, el equipo de Seguridad Nacional exigía dar prioridad a la petición de Donald Trump de que el Reino Unido se sumara a una nueva campaña de bombardeos en Oriente Próximo. Y para colmo, la novia de Johnson, Carrie Symonds, estaba furiosa con el diario The Times por sus informaciones sobre cómo trataba la pareja a su nueva mascota, un pequeño terrier llamado Dilyn. Quería una respuesta inmediata del equipo de prensa.
Al día siguiente, Cummings reunió a su equipo más cercano en Downing Street para diseñar el plan de acción que presentaría al primer ministro al día siguiente. Durante varias semanas, muchos de los que estaban al frente del Gobierno estaban convencidos de que, alguien, en algún departamento, tendría preparada una respuesta de contingencia ante una crisis de tales dimensiones. De repente, ha contado el asesor, Helen MacNamara, por entonces la vicejefa de Gabinete de Johnson y número dos en el escalafón de altos funcionarios, entró en la sala: “Durante años se me ha dicho que había un plan para casos así. No hay ninguno. Estamos absolutamente jodidos. Creo que este país se dirige al desastre, y que vamos a provocar la muerte de miles de personas”, asegura Cummings que dijo MacNamara. El Reino Unido es el país europeo con más muertes registradas por coronavirus (128.000).
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Johnson se enfrenta a un serio desafío para el que la única respuesta es lo que los anglosajones llaman “character assassination”: El asesinato del personaje. El equipo de Downing Street se ha volcado en desacreditar al mismo hombre en cuyas manos el primer ministro dejó toda la estrategia política de su Gobierno cuando ganó las elecciones en diciembre de 2019. Le acusan de actuar motivado por la venganza, después de que su enfrentamiento con la novia de Johnson acabara provocando su dimisión en noviembre del año pasado. Le reprochan que haga juicios sobre la gestión de la pandemia desde la barrera, y más de un año después de que todo comenzara. Y le recuerdan que, con el inmenso poder que acumulaba como asesor principal del primer ministro, su responsabilidad en los errores cometidos es tanta como la del resto del Gobierno.
Precisamente por todo eso, Cummings ha pedido perdón a los ciudadanos desde el principio de su comparecencia. Se ha presentado como un hombre atormentado por no haber sabido leer a tiempo las señales. Pero no ha podido disimular su arrogancia y desprecio hacia gran parte de los actores políticos para los que trabajó. “Cuando a los ciudadanos solo se les ofrece la posibilidad de escoger entre dos personajes como Boris Johnson o Jeremy Corbyn [el anterior líder laborista], es evidente que el sistema político está extremadamente averiado”, ha llegado a decir ante unos diputados atónitos por sus explicaciones.
Cummings no ha revelado nada que los ciudadanos no intuyeran previamente, pero los detalles que ha aportado, refrendados en muchos casos por correos electrónicos, mensajes de WhatsApp, o documentos internos, han dibujado un panorama de caos en el Gobierno británico que Johnson se había esforzado en diluir con su exitosa campaña de vacunación. Su antiguo asesor ha confirmado que la estrategia oficial de Downing Street hasta mediados de marzo fue la famosa “inmunidad de grupo” o “inmunidad de rebaño”. No porque se persiguiera a propósito una infección masiva de la ciudadanía, sino porque ministros y asesores científicos estaban convencidos de que ese escenario era “inevitable”. Cualquier intento de confinar a los ciudadanos, creían, no haría más que agravar una segunda ola que sería aún más mortífera.
Las críticas más duras, casi despiadadas, de Cummings han ido dirigidas al actual ministro de Sanidad, Matt Hancock. “Un mentiroso que debería haber sido despedido ya al menos en 15 o 20 ocasiones”, y cuya incompetencia fue señalada a Johnson por su propio asesor y por el entonces jefe de Gabinete, Mark Sedwill. Ambos pidieron que se expulsara del Gobierno a un ministro “en cuya honestidad ya no creían” y que se había visto desbordado por la situación. Johnson no quiso escucharles. Pero el primer ministro también sale malparado, a pesar de que Cummings haya intentado rebajar su culpa por ser simplemente la víctima de un “pensamiento burbuja” en el que estaba preso todo el equipo que le rodeaba. Johnson, ha dicho, infravaloró la amenaza del virus y lo comparó con una alarma exagerada como la que en su día supuso la gripe porcina. E incluso, ha contado, llegó a sugerir a su médico jefe, Chris Whitty, que le inoculara el virus en televisión para tranquilizar a los ciudadanos. Al mismo tiempo que el Gobierno entró en pánico, al comprobar que la pandemia se desbordaba y que se enfrentaban a la posibilidad de centenares de miles de muertos, Johnson acabó cayendo víctima de la covid-19, hasta el punto de ingresar en la UCI de un hospital londinense.
Mientras Cummings ofrecía su testimonio en una sala del Parlamento, Johnson se enfrentaba a la habitual sesión de control de los miércoles. El líder de la oposición, Keir Starmer, lo tenía fácil. No hacía más que reproducir las palabras del antiguo asesor y preguntaba al primer ministro si eran ciertas. No solo negaba todo, sino que el político conservador comenzaba a recitar todos los logros de su Gobierno, aunque no vinieran a cuento, y reprochaba a los laboristas que se empeñaran en mirar al pasado en vez de concentrarse en ayudar al país a salir de la crisis.
Esa es la gran baza de Johnson. Sabe que nadie se sorprenderá a estas alturas de su errática personalidad, pero también cuenta con que la ciudadanía le ha perdonado gran parte de sus errores ante una crisis que sorprendió a todos los gobiernos del mundo. Que aplaude el éxito de su campaña de vacunación, y que está más preocupada por levantar cabeza del hundimiento económico que por escarbar en el pasado. Y que Cummings, un personaje soberbio que fue capaz de saltarse el primer confinamiento para llevar a su mujer e hijo desde Londres a su casa de campo, no será capaz de granjearse, no ya la comprensión, sino la mera atención de la ciudadanía.
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