El fantasma de la escisión planea sobre el Partido Socialista francés tras el pacto con Mélenchon

El fantasma de la escisión planea sobre el Partido Socialista francés tras el pacto con Mélenchon

Es el fin de una época para los socialistas, el epílogo de una historia de esplendores y miserias. La catástrofe en las elecciones presidenciales de abril y el acuerdo para las legislativas de junio con la izquierda populista de Jean-Luc Mélenchon sitúan al partido que ha gobernado Francia 20 de los últimos 40 años al borde de un abismo. Y de la escisión.

Los partidarios del centrista Emmanuel Macron no perdieron ni un minuto después de que, en la noche del jueves al viernes, el Consejo Nacional del Partido Socialista (PS) ratificase la unión con Mélenchon, hoy hegemónico en la izquierda. Varios colaboradores del presidente, recién reelegido, llamaron a los socialdemócratas insatisfechos con el acuerdo a unirse a la mayoría presidencial.

“En mi opinión, habrá una escisión del Partido Socialista”, dice por teléfono el politólogo Gerárd Grunberg, autor, junto al historiador Alain Bergounioux, de La ambición y los remordimientos: los socialistas franceses y el poder (1905-2005). Grunberg añade: “Los dos pedazos perderán cada uno por su lado: solos no pueden hacer nada y con Mélenchon tampoco. Sea cual sea la solución, es mala”.

El dilema para el PS era endemoniado. Si se presentaba a las legislativas del 12 y el 19 de junio en solitario, corría el riesgo de quedarse con tan pocos diputados que no tendría ni grupo parlamentario. Si se unía a Mélenchon, podría perder su alma socialdemócrata y europeísta.

El riesgo de desaparecer de la Asamblea Nacional no se evita del todo con el acuerdo con La Francia Insumisa (LFI), el partido de Mélenchon. Pero los dirigentes del PS confían en que, con esta solución, este riesgo se atenúe y los socialistas conserven una autonomía suficiente para preservar su identidad.

La capacidad de negociación era escasa. En las presidenciales, la candidata socialista, Anne Hidalgo, sacó un 1,7% de los votos, el peor resultado de la historia. Mélenchon sacó un 21,9%.

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El acuerdo tiene dos vertientes. La primera es el reparto de escaños. Los cuatro componentes (LFI, los ecologistas, los comunistas y el PS) se comprometen a apoyar a un solo candidato a diputado en cada uno de los 577 distritos electorales. A cada partido le corresponde un número de distritos. Al PS, 70; en el resto –el 85% de los distritos– no habrá ningún socialista por quien votar y tendrá a un insumiso, un comunista o a un ecologista.

La segunda vertiente del acuerdo es programática. Los socialistas han firmado un documento que repudia buena parte del legado del PS durante su última etapa al mando de Francia, entre 2012 y 2017, con el presidente François Hollande. E inscribe a los socialistas en la línea euroescéptica de Mélenchon.

El acuerdo recibió el voto favorable de un 62,3% de los cerca de 300 miembros del Consejo Nacional. La mayoría es rotunda, pero ha dejado heridas y una legión de descontentos.

La disidencia empieza a tomar forma. Figuras destacadas como Carole Delga, presidenta de la región de Occitania, han anunciado que no respetarán el acuerdo y presentarán candidatos por su cuenta. Hollande ha expresado su desacuerdo. Otros históricos, como el ex primer ministro Lionel Jospin o la alcaldesa de Lille, Martine Aubry, lo apoyan.

“No nos hemos vuelto insumisos”, aseguró a la prensa Olivier Faure, secretario general del PS. “Ahora Jean-Luc Mélenchon tiene una gran responsabilidad: es quien lleva las esperanzas de toda la izquierda y los ecologistas”.

Stanislas Guerini, jefe del partido macronista, La República en Marcha, declaró en la cadena RTL: “Cuando veo que el Partido Socialista ha abandonado simplemente la ambición de ser un partido de gobierno y ha renegado de sus convicciones por un puñado de distritos, yo digo a los socialdemócratas: ‘Uniros a nosotros”.

Macron aspira a congregar a una corriente amplia, desde el centroizquierda a la derecha moderada, pero la mayoría de votos y cuadros socialistas ya los absorbió en 2017. Si nombrase, en los próximos días, un primer ministro progresista, podría atraer a los desencantados que quedan.

“El debate enfrenta a quienes defienden una refundación dentro de la autonomía con los que defienden una integración en la melenchonía”, dice el antiguo primer secretario del PS Jean-Christophe Cambadélis, quien califica el pacto de “rendición”. “Pero no creo que el acuerdo sea duradero”, confía. “Muchos votaron a favor del acuerdo porque era una manera de proteger a este o aquel parlamentario, pero una vez que los parlamentarios sean elegidos volverán a sus posiciones anteriores”.

Las querellas internas podrían dirimirse en un futuro congreso tras las legislativas. “Si entonces la mayoría actual cae y los opositores toman los restos del PS, es la crisis: los diputados elegidos con LFI no estarán en esta línea”, analiza el historiador Bergounioux. “La otra opción es que Olivier Faure [actual secretario general] mantenga la mayoría y entonces se cree otra formación. Habría dos partidos socialistas, pero es algo que ya ha ocurrido en la historia. Es el desenlace de algo que viene de lejos, no es de ahora”.

La búsqueda de culpables se parece a la novela Asesinato en el Orient Express: todos son sospechosos del crimen y todos tenían sus motivos. Para el ala izquierda, no hay duda. Fue Hollande, con sus promesas incumplidas y su giro social-liberal. También su primer ministro Manuel Valls, quien en 2017, tras perder las primarias, se marchó con Macron en vez de apoyar al candidato Benoît Hamon. Para el ala centrista, los culpables son otros: los diputados del ala izquierda que se rebelaron contra Hollande y Valls y les hicieron la vida imposible.

La historia no acabó ahí. Hamon sacó un 6% en 2017. El primer quinquenio de Macron fue agónico para los socialistas y desembocó en la catástrofe de la primera vuelta de las presidenciales, el pasado 10 de abril.

Hasta aquí las causas inmediatas. Grunberg cree que todo viene de más atrás aún. “El PS nunca hizo su Bad Godesberg”, afirma en alusión al congreso en el que el SPD alemán renunció, en 1958, al marxismo. En el socialismo francés siempre han convivido las dos almas: la reformista y la radical. La Unión Europea es un ejemplo: este es el partido de Jacques Delors, patriarca de la Europa unida, y el del presidente François Mitterrand. Pero también de otra corriente –de la que salió el propio Mélenchon– que en 2005 contribuyó al naufragio del tratado constitucional de la UE.

“Nunca ha sido un verdadero partido socialdemócrata”, opina Grunberg. “Si lo hubiese sido, habría combatido verdaderamente el comunismo en el pasado, y hoy a Mélenchon. Pero no son capaces de hacerlo, porque no son lo suficientemente distintos. No están lo suficientemente seguros de su identidad”.

Grunberg se retrotrae más lejos aún para explicar los tormentos actuales: a 1905, año de la creación, y a los debates entre Jean Jaurès (más reformista) y Jules Guesde (más revolucionario). “Se intentó hacer un partido republicano, reformista y parlamentario, y a la vez un partido revolucionario y colectivista. Y en el fondo, nunca salió de ahí”, explica. “Mitterrand logró abrir un paréntesis para convertirlo en un partido de gobierno. El paréntesis se ha cerrado ahora”.

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