En la madrugada del 5 de enero, el gobierno mexicano se anotó un triunfo en su hasta ahora infructuosa guerra contra el narcotráfico con la detención de Ovidio Guzmán, uno de los hijos del legendario Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán. Al operativo, realizado en Culiacán, Sinaloa, no le faltó su dosis de violencia: dejó 29 muertos (entre ellos 10 militares) y una ciudad asediada durante horas por los narcos. Pero finalmente tuvo éxito y le sirvió al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como ‘obsequio’ para la reunión que tendría tres días después con su par estadounidense, Joe Biden.
El mandatario de Estados Unidos hizo su primera visita a territorio mexicano en el contexto de la cumbre de los tres países de Norteamérica, en la que AMLO fue anfitrión de Biden y del primer ministro canadiense Justin Trudeau. Allí, a los temas habituales (migración, comercio y política regional) se sumó otro que preocupa porque ha generado una epidemia de muertes en Estados Unidos: el fentanilo. Se trata de una droga sintética producida —entre otros— por el cartel de Sinaloa, cuya facción ‘Los Menores’ lidera Ovidio, conocido como el Ratón.
¿Qué hizo que ese tema relativamente nuevo escalara de ese modo en la agenda de la reunión de los “Three Amigos”? Una sola razón: la extrema letalidad de la sustancia. En su charla bilateral con AMLO, Biden —ya con el hijo del Chapo tras las rejas— pidió explícitamente una “acción conjunta para abordar la plaga de fentanilo que ha matado a 100 mil estadounidenses hasta ahora”.
En efecto, las cifras de muertos por sobredosis baten récords a un promedio de casi 200 por día. Se trata de víctimas del opioide más barato y adictivo, cuyos efectos son devastadores: las personas que deambulan como zombies en las calles, con sus cuerpos doblados sobre sí mismos, generan estupor entre los demás transeúntes.
Los hospitales usan el fentanilo como anestésico para tratar a pacientes con dolores crónicos. Es similar a la morfina pero 100 veces más fuerte y también 50 veces más potente que la heroína, por lo que en las últimas décadas se ha transformado en un objetivo de los narcotraficantes, que lo utilizan para ‘estirar’ esa droga y otras como la cocaína o la metanfetamina. Con una ecuación económica muy conveniente: “Los opioides son bien baratos. Cuestan 1.800 dólares por kilo en los Estados Unidos. Un kilo de cocaína en Nueva York vale 35.000 dólares”, explicó en Buenos Aires hace poco un agente de la DEA que capacita a agencias de seguridad latinoamericanas. “Los narcotraficantes mezclan la cocaína y el fentanilo como un pastel, y generalmente tienen un resultado de 10 kilos de droga que se vende a un costo menor a 50.000 dólares”.
Como le dijo al diario Expansión el experto José Andrés Sumano Rodríguez, “todos los grupos criminales en México están explotando el tema de la venta y tráfico de fentanilo. En el Cartel de Los Menores, Ovidio estaba liderando esa parte del negocio”.
Consultado por CONNECTAS, Carlos Rodríguez Ulloa, especialista en seguridad regional y defensa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), justifica entonces que Biden haya puesto en su agenda con AMLO el tema del fentanilo. Pero así como reconoce que la crisis de los opioides es solo un problema de Estados Unidos —y en menor medida de Canadá—, advierte que los gobiernos latinoamericanos no deben ignorarla, porque el consumo de esta peligrosa sustancia está apareciendo en nuestra región. “De hecho ya se está empezando a ver cómo en algunas ciudades fronterizas de México, como Tijuana o Ciudad Juárez, el fentanilo es un ingrediente que ya viene con los narcóticos”.
Un fantasma que acecha a Latinoamérica
Mexicali es una ciudad vecina de Tijuana. Allí funciona la primera y única sala de consumo seguro de sustancias en América Latina: un espacio donde los usuarios de drogas pueden consumir en condiciones higiénicas supervisados por personal de la asociación Verter. Su titular, Lourdes Angulo, le contó a CONNECTAS que el fentanilo se empezó a documentar en esa zona del norte de México desde 2018.
Como ellos realizan análisis de las sustancias que llevan los consumidores, han detectado un aumento sostenido de la presencia de fentanilo. Si en el segundo semestre de 2021 aproximadamente el 40% de las muestras eran positivas de este temible opioide, hoy la situación es más grave: “Desde el año pasado ya registramos que el 100% de lo que analizamos de opioides, o sea heroína, es positivo de fentanilo”, reconoce Angulo.
La titular de Verter asegura que por ahora el consumo de fentanilo está circunscripto a las ciudades fronterizas con Estados Unidos, donde el producto —en forma de pastillas o en polvo— pasa hacia el país vecino. “Somos las organizaciones que trabajamos en la reducción de riesgos con personas que se inyectan las que estamos detectando el fentanilo”, dice. Y agrega que han aumentado las muertes por sobredosis al combinar heroína con fentanilo, “lo que potencia el efecto y reduce los costos”. Tijuana, según datos de Cruz Roja citados por el diario El Universal, pasó de nueve muertes en los cuatro primeros meses de 2019, a 24 en el mismo período de 2022.
¿Pero solo en México deben las autoridades encender las alarmas sobre el fantasma del fentanilo? Martin Raithelhuber, experto en drogas sintéticas y coordinador internacional del programa Global Smart de las Naciones Unidas, manifestó en una entrevista que existe la sospecha de que su producción se está expandiendo desde México y Guatemala hacia Honduras. Y que se han reportado laboratorios en el sur de Brasil. “Pienso que puede haber un subregistro en Latinoamérica, donde ya están cortando cocaína, heroína y otras drogas con fentanilo u otros opiáceos sintéticos, pero como nadie llega a un hospital nunca se detecta la droga”, dijo.
En febrero de 2022, Argentina se encontró por primera vez con este fantasma cuando 24 personas murieron por consumir cocaína adulterada. Los análisis toxicológicos arrojaron que la droga había sido “estirada” con carfentanilo, un derivado de este opioide tan o más mortal en pequeñas dosis. Germán de los Santos, periodista especializado en cobertura de narcotráfico en Rosario, relató que en las principales ciudades argentinas “se está dando un fenómeno donde hay mayor consumo de cocaína con un porcentaje creciente de corte con otras sustancias, para abaratar los costos. Pero como no se analizan las drogas secuestradas en laboratorios, es muy difícil determinar si hay fentanilo en esas dosis”.
Es decir que los registros gubernamentales no documentan si el opioide que hace estragos en Estados Unidos ya circula también en el Cono Sur. En Colombia, como demostró una reciente investigación de CONNECTAS, el fentanilo ha aparecido entre los consumidores de heroína. Pero no se trata de algo masivo, como aseguró Julián Quinteros, investigador de la ONG Acción Técnica Social, que hace análisis de drogas en espacios de consumo como los festivales de rock. Para este experto, que Biden haya puesto al fentanilo en la Cumbre de Norteamérica es desafortunado porque Estados Unidos “sigue narcotizando las relaciones multilaterales” y “cargando la responsabilidad sobre los países productores o los países de tránsito”. En el mismo sentido, dijo que “el fentanilo sintético, la pastilla azul, es la respuesta ilegal a un mercado legal creado por las lógicas farmacéuticas y capitalistas de los estadounidenses”, algo que considera ajeno a la cultura latinoamericana.
Rodríguez Ulloa, por su parte, insiste en que los gobiernos de América Latina deben abordar este problema, pero “me parece que deberían poner más atención en las organizaciones criminales, que han avanzado a una ‘convergencia’ pues lo mismo te abastecen de marihuana que de cocaína, heroína o de ‘metas’. Sería mucho más efectivo atender a estos grupos delictivos que centrarse en contener la crisis de opioides en Estados Unidos”. Y cierra: “Desde las instancias de seguridad del Estado hay que tratar de desmantelar estas redes ilegales y compensar dándole seguimiento a los temas de salud, para evitar o acotar el consumo. Y sobre todo, los impactos negativos de esto en la sociedad”.
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