George Blake, famoso oficial de inteligencia británico que trabajó como agente doble para la Unión Soviética en una de las épocas culminantes de la Guerra Fría, ha muerto en Rusia a los 98 años. Blake, que fue descubierto como topo y condenado en 1961 en el Reino Unido, protagonizó una huida legendaria de una cárcel británica que humilló a los servicios de inteligencia ingleses. Logró cruzar el telón de acero y llegar hasta Moscú, donde el KGB le otorgó el rango de coronel. Fue recibido y aclamado como un héroe hasta la actualidad. Durante sus años como agente doble, Blake pasó a los oficiales soviéticos secretos de importancia estratégica que derivaron en la captura y ejecución de varios topos soviéticos. Nunca se consideró como un traidor.
El presidente ruso, Vladímir Putin, antiguo oficial del KGB, ha lamentado este sábado la muerte del mítico agente doble, al que ha definido como un hombre “brillante” con un “coraje especial”. Su trabajo contribuyó a “garantizar la paridad estratégica y a mantener la paz en el planeta”, ha dicho el líder ruso en un telegrama dirigido a sus allegados.
Hijo de un judío sefardí nacido en Constantinopla y de nacionalidad británica y de una holandesa protestante, nació con el nombre de George Behar en 1922 en Róterdam. Durante la ocupación nazi de los Países Bajos colaboró para la resistencia y sirvió de correo durante dos años, antes de emigrar al Reino Unido. Allí se cambió el apellido por el de Blake, se unió a la Royal Navy y entrenó para trabajar en submarinos. Hablaba neerlandés, alemán, inglés, árabe y hebreo, y fue reclutado por el servicio de inteligencia británico MI6 hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la guerra estudió ruso en Cambridge. En 1948, bajo cobertura diplomática, fue enviado a Seúl con la misión de montar una red de espionaje sobre las fuerzas comunistas, China y el Lejano oriente soviético. En 1950, cuando empezó la guerra de Corea, fue capturado junto a varios diplomáticos británicos por las fuerzas comunistas norcoreanas. Estuvo retenido durante tres años. Durante su cautiverio fue sometido a torturas y adoctrinamiento comunista. Algunos analistas reflexionaron después sobre si fue un lavado de cerebro lo que le hizo convertirse en agente doble. Aunque Blake siempre aseguró que lo que le llevó a abrazar el comunismo fue la actuación del ejército estadounidense sobre Corea.
“Asistí a los implacables bombardeos de las pequeñas aldeas coreanas por la aviación de EE UU. Murieron mujeres, niños, ancianos; los hombres estaban en el Ejército. Nosotros mismos pudimos haber sido las víctimas. Aquello me hizo sentir una gran vergüenza”, comentó en 1999. “Sentí que estaba en el lado equivocado”.
Durante ese tiempo se reunió con un oficial del KGB y aceptó convertirse en topo. Inmediatamente comenzó a revelar secretos británicos. Para evitar despertar sospechas, no se le otorgó ningún privilegio y fue liberado junto a otros diplomáticos cautivos en 1953. En el Reino Unido se le recibió como un héroe nacional.
En 1955, el MI6 le envió a Berlín para reclutar a oficiales soviéticos como agentes dobles. Allí empezó a pasar a la URSS secretos británicos y estadounidenses, entre ellos las identidades de unos 400 espías y detalles de numerosas misiones occidentales. En algunas de sus entrevistas contó que al menos una vez al mes y con un cuidado extremo se desplazaba a Berlín Oriental, donde se encontraba con su contacto soviético en un apartamento. Allí, compartiendo una botella de vino espumoso de fabricación soviética, le entregaba información. Alguna tan valiosa como la ubicación y detalles de un túnel estratégico en Viena y otro aún más largo e importante dentro de Berlín, que el espionaje anglo-norteamericano usaba, entre otras cosas, para interceptar conversaciones telefónicas de los soviéticos. Unos datos tan importantes que los soviéticos esperaron 11 meses para desmantelar el túnel.
En 1961, la información de un desertor de la inteligencia polaca expuso la doble vida de Blake, que por entonces estaba ya casado y con tres hijos. Fue juzgado a puerta cerrada y condenado a 42 años de prisión. La investigación determinó que llevaba años espiando para Moscú con el nombre en clave DIOMID, allí solo su controlador conocía su identidad real y que era un oficial del servicio secreto británico.
Blake fue enviado a la prisión de Wormwood Scrubs, donde pese a que había mandato de mantenerle bajo estrecha supervisión debido a sus contactos y su peligrosidad protagonizó en 1966 una fuga de novela. Apoyado por algunos de sus compañeros, entre ellos varios activistas antinucleares que habían coincidido unos meses con él prisión y consideraban injusta su condena, y con colaboración del exterior, el agente doble escaló los muros de la prisión con una escalera de cuerda y afianzada con peldaños hechos con agujas de tejer. Tras pasar una semana escondido, se ocultó bajo los asientos de la parte trasera de la caravana de uno de los activistas, que le llevó así en un fingido viaje familiar con su esposa e hijos, atravesando el canal de la Mancha y llegando hasta un puesto de control fronterizo de Alemania Oriental, donde el controlador del KGB de Blake, que ya tenía organizado su traslado a Moscú, les esperaba.
Ya en la URSS, el notable agente fue condecorado con la Orden Lenin y se le proporcionó una vivienda y una dacha en el campo. Se divorció de su primera esposa, que aún vive, se casó de nuevo y tuvo otro hijo. Asumió la identidad de Georgi Ivanovich y empezó a dar clases a otros agentes. En la URSS se veía frecuentemente con otros destacados agentes dobles británicos. Especialmente con Kim Philby —el espía que recibió órdenes de Stalin para matar a Franco— y Donald MacLean, miembros del llamado grupo de los Cinco de Cambridge. También con Lona y Morris Cohen, el matrimonio de espías estadounidenses que puso al descubierto el programa atómico de Washington conocido como Manhattan.
Conocedor de las vidas y hazañas de todos ellos, el escritor John Le Carré comentaba que su autobiografía Sin otra opción era el mejor libro de espías que había leído. “De todos los agentes dobles que trabajaron para el KGB, sin duda el más interesante y el gran traidor fue Blake”, comentó en una entrevista a este diario en 2009 el escritor, fallecido hace unas semanas.
Blake, condecorado en varias ocasiones también por el presidente ruso, Vladímir Putin, nunca se vio a sí mismo así. “Para traicionar primero tienes que pertenecer”, dijo en una entrevista a una cadena estadounidense en 1991, en la que se presentó más bien como un cosmopolita que derivó en un comunista comprometido que aspiraba a la igualdad y la justicia social, y contó que jamás se había sentido británico: “Nunca pertenecí”.
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