En el diccionario urbano de Estados Unidos existe el término Quid pro Cuomo. Un juego de palabras entre quid pro quo [algo a cambio de algo] y el apellido del gobernador demócrata del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo. El glosario online lo describe así: “Un ejemplo de corrupción que es severa y descaradamente pública. Un abuso de poder que el abusador no se molesta en intentar encubrir”. Fue acuñado en 2014 por un grupo de padres, defensores de las escuelas públicas, que protestaban contra el demócrata por impulsar medidas proteccionistas a favor de los charter —centros educativos gratuitos que reciben fondos públicos, pero que operan de forma independiente— por interés de sus financiadores de campaña. La anécdota quedó en el olvido, pero no en la jerga popular.
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Cuomo (Queens, Nueva York, 63 años) es un demócrata de origen italiano que presume de no pertenecer al establishment y ser un progresista forastero, pero que lleva casi una vida metido en política. Ahora su carrera peligra por las acusaciones de acoso sexual en su contra corroboradas esta semana por la Fiscalía.
Hijo de Mario Cuomo, gobernador de Nueva York durante 12 años, trabajó desde que era veinteañero como gerente de la campaña de su padre y luego como asesor. Ya entonces se forjó una fama de arrogante, sin escrúpulos y con la ambición del tamaño del Empire State. La prensa lo llamaba el Príncipe de las Tinieblas. Para el tercer mandato de su padre, en 1990, Cuomo se unió a una de las principales dinastías políticas de EE UU al contraer matrimonio con Kerry Kennedy, hija del asesinado fiscal general, Robert Kennedy,
El primer tropiezo llegó en 2002, cuando abandonó su primera candidatura a gobernador de Nueva York por una frase polémica contra el entonces gobernador republicano tras la conmoción nacional por el 11-S. Enseguida, Kennedy, con quien tiene tres hijas, le pidió el divorcio. Cuomo retomó la senda del poder cuando se convirtió en fiscal general del Estado. Con un apellido influyente, la reputación de ser un hombre competente y el discurso del chaval italoamericano de clase media de Queens que entiende mejor la calle que los políticos de Washington, ejerce ya su tercer mandato como gobernador de Nueva York, con aspiraciones de conseguir un cuarto. Su plan marchaba bien. Extremadamente bien.
Premio Emmy
Cuando Nueva York encarnaba el rostro más oscuro de la pandemia y necesitaba de un héroe, ahí estaba Andrew Cuomo. En medio del silencio del Estado, se oía a diario la voz del gobernador frente a las cámaras para hablar de vulnerabilidad, de comunidad y dar claras directrices frente al caos de la Casa Blanca de Donald Trump. En cuestión de semanas, conectó con los vecinos y con millones de ciudadanos de todo el país que ya lo miraban con ojos de presidenciable. Tanto que ganó un Emmy por sus intervenciones sobre la covid. Abandonó las comparecencias televisivas con un 70% de aprobación, el mismo porcentaje de neoyorquinos que hoy pide su dimisión después de que una investigación de la Fiscalía concluyera esta semana que acosó sexualmente a 11 mujeres y represalió a quien se quejó en público.
En el demoledor informe de 165 páginas encargado por la fiscal general de Nueva York, Letitia James, queda de manifiesto que el gobernador solía utilizar un patrón de conducta con sus empleadas: les pedía que lo ayudaran a encontrar una novia, les preguntaba si estarían con un hombre mayor, y si eran monógamas… A veces era más explícito y las cuestionaba por no usar vestido o maquillaje. A una le confesó que se sentía solo y quería que le tocaran. Las agresiones físicas también cumplían ciertos patrones. Les agarraba el trasero cuando se tomaban un selfi, les tocaba los pechos con la excusa de apreciar un detalle de su vestuario, y las besaba en las mejillas, manos y a algunas en la boca.
El temperamento y el mal carácter que le caracterizaron a lo largo de su carrera, pero que se borraron del inconsciente colectivo en la pandemia, volvieron a salir. Las denunciantes relataron a los investigadores que evitaban enfadarle por temor a las represalias y, basándose en las pruebas, la Fiscalía calificó su comportamiento como “vengativo”. En redes sociales hubo quienes recordaron lo del Quid pro Cuomo.
El gobernador lo niega todo. Tras las primeras acusaciones, varias de las denunciantes decidieron romper su silencio cuando le escucharon decir en marzo que nunca había tocado a alguien de manera inapropiada. Los pesos pesados de la cúpula del Partido Demócrata eludieron el escándalo durante meses, a la espera del informe oficial. Una vez que se hizo público este martes hasta el propio presidente, Joe Biden, pidió a Cuomo que renunciara. Senadores, congresistas y alcaldes de su partido y del republicano han exigido lo mismo, pero el gobernador está enrocado, aunque cada día más acorralado y solo.
La Asamblea estatal —controlada por los demócratas— prepara una investigación para poner en marcha un impeachment (juicio político) contra el gobernador y aumentan las posibilidades de que tenga que hacer frente a un proceso penal. Una empleada presentó el viernes pasado la primera denuncia penal contra el demócrata y los fiscales de varios condados de Nueva York han alentado a las mujeres que hablaron con la Fiscalía a que hagan lo propio.
En los meses previos a la campaña presidencial de 2020, antes de la crisis sanitaria y la cuomomanía, los medios solían preguntar al demócrata si se postularía como candidato. Cuomo tenía una respuesta preparada: “Voy a finalizar mi tercer mandato como gobernador de Nueva York a menos que Dios me mate”. Puede que ahora esté a la defensiva.
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