Un error común al apostar sobre el futuro político de Boris Johnson está en calcular sus posibilidades como si fuera un purasangre en las carreras de Ascot, y no como la ruleta rusa que es el político conservador más sorprendente e imprevisible de las últimas décadas. Y aun así, la empresa de apuestas Betfair no va este miércoles más allá del 1.8 en lo que pagaría a los que ponen su dinero a que el primer ministro no sobrevivirá hasta el final de año. Es un pronóstico que, aparentemente, resulta una obviedad. O no.
Lo primero que sugirió Johnson al grupo de diputados con el que estaba reunido cuando Rishi Sunak, su hasta entonces ministro de Economía, anunció su dimisión, fue que ahora sería más fácil bajar impuestos. A nadie se le oculta que, durante los últimos meses, era constante la tensión entre ambos políticos: el primer ministro aspiraba a salir de sus enredos políticos con más promesas de gasto; Sunak veía el horizonte de la inflación e intentaba mantener cierta disciplina fiscal. Y el hombre elegido en las últimas horas para dirigir las cuentas del país, Nadhim Zahawi, ya ha dicho, en sus primeras entrevistas a los medios británicos, que “nada está descartado” cuando se trata de rebajas fiscales. “Lo más importante es reconstruir la economía en este periodo pospandemia, y lograr que crezcamos de nuevo. Y con bajada de impuestos”, ha dicho a Sky News la nueva estrella ascendente de los conservadores británicos. De momento, Zahawi ya ha indicado que podría echar atrás la subida planeada para el próximo abril del Impuesto de Sociedades, que iba a pasar del 19% al 25%. Todo un guiño a los empresarios, en busca de su apoyo.
”¿Y cuando quede vacante el puesto de primer ministro, aspirará usted a ocuparlo?”, le ha preguntado la periodista de la cadena. “Ese puesto no está vacante”, ha intentado zanjar Zahawi, aunque el nombre de este empresario de éxito, británico de origen iraquí, y el político responsable del programa de vacunación ―uno de los pocos éxitos del Gobierno de Johnson― está desde hace meses en las quinielas.
Junto a las dimisiones de los dos ministros, se ha producido una pequeña cascada de cargos menores. En el escalafón gubernamental británico, los llamados secretarios parlamentarios privados son aquellos diputados que actúan de enlace entre el Parlamento y un ministro. Son el rango último (llamados despectivamente bag carriers, los que le llevan el maletín al ministro), pero sus dimisiones añaden ruido y tensión a la crisis. En las últimas horas han dimitido cinco.
Caso diferente es el de Will Quince, vicesecretario de Estado de Familias (tercero en el escalafón, después del ministro y el secretario de Estado), que ha dimitido este miércoles. Quince fue uno de los políticos a lo que el Gobierno de Johnson envió por los medios de comunicación a defender el papel del primer ministro en el caso Pincher con una información falsa suministrada por Downing Street. El escándalo sexual en torno a este diputado, y el modo en que Johnson ha mentido sobre lo que sabía antes de decidir nombrarle número dos del grupo parlamentario conservador, ha contribuido a irritar todavía más el ánimo de muchos críticos de sus críticos en el partido.
Este miércoles, el primer ministro británico se enfrentará a una oposición laborista que reclama ya abiertamente nuevas elecciones y extiende sobre todo el Partido Conservador la sombra de la corrupción. Lo más relevante, sin embargo, será el grado de respaldo, de jaleo, de gritos de apoyo, en la bancada de los suyos. Y nada sugiere que Johnson vaya a tenerlo fácil.
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Durante la sesión, el ya exministro Sajid Javid ha anunciado su intención de explicar las razones personales de su dimisión. Ecos históricos del famoso discurso en la Cámara de los Comunes de Geoffrey Howe, el político leal a Margaret Thatcher que, con su abandono del Gobierno, clavó el útlimo clavo en el ataud de la Dama de Hierro. Pero Javid solo ha sido leal a sí mismo durante años, y muchos críticos ven en su maniobra una jugada personal de autopromoción.
Mucho más complicada será, a las dos y media de la tarde (tres y media, hora peninsular española), su comparecencia ante la Comisión de Interrelaciones de la Cámara de los Comunes. El órgano que reúne a los presidentes de las distintas comisiones parlamentarias convoca dos veces al año al primer ministro para supervisar la tarea del Gobierno. Los diputados presentes son pesos pesados, y entre ellos hay varios conservadores dispuestos a poner a Johnson en aprieto.
Los escaños traseros de los conservadores en Westminster (los backbenchers, sin responsabilidad ni puesto el Gobierno) comienzan a llenarse de figuras de gran peso ―los ministros dimitidos, Sunak y Javid; pero también el rival histórico de Johnson, Jeremy Hunt― con tiempo de sobra, y contactos para conspirar y preparar el golpe definitivo. Según las reglas del grupo parlamentario conservador, no puede celebrarse una nueva moción de censura interna para intentar desbancar al primer ministro hasta que pase un año de la anterior, que fue a principios de junio. Pero las reglas pueden cambiarse con una mayoría simple, o con un cambio de dirección del grupo.
Johnson endureció su posición respecto al Protocolo de Irlanda del Norte y al Brexit para lograr entonces el apoyo de los euroescépticos y salvar su cuello. Ahora confía en que la promesa de una rebaja fiscal anime a los diputados conservadores más liberales, que ven llegar la nueva recesión y necesitan ofrecer resultados concretos a sus votantes. Pero con una perspectiva económica tan sombría, y el enorme grado de irritación en las filas conservadoras, resulta difícil incluso pronosticar si el primer ministro podrá aguantar en pie las dos semanas que quedan hasta el receso veraniego del Parlamento británico.
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