El gran juego de Putin


El peligroso pulso entre los protagonistas del conflicto en Ucrania parece ahora haber alcanzado su cénit; los aliados euroatlánticos mueven sus (pequeñas) tropas y el Gobierno de Kiev se prepara para “toda eventualidad”, aunque busca relajar la tensión. EE UU, por su parte, pretende apuntalar su hegemonía en Occidente en esta primera parte del siglo, encontrando en esta contienda una oportunidad ideal para reforzar el papel de la OTAN, muy deteriorado tras la catástrofe de Afganistán. Mientras, Vladímir Putin rechaza la ampliación de la OTAN a los países del Este porque es sinónimo de instalaciones militares y armamento pesado en zonas limítrofes a Rusia, es decir, un manifiesto incumplimiento del Acuerdo de 1997 y del compromiso de no desplegar armas ofensivas en dichos lugares. El mandatario ruso reclama, pues, el respeto del acuerdo y la retirada del arsenal logístico.

Al mismo tiempo que aumenta su capacidad ofensiva frente a Ucrania, Putin acepta dialogar desde hace semanas: ha recibido al presidente de turno de la UE, Emmanuel Macron, y hará lo propio con su colega alemán. Y está poniendo también a prueba la solidaridad europea (¿quién quiere morir por Ucrania?) bajo la misma reivindicación y argumentos: la integración en la OTAN que pretende Kiev sería un casus belli. Son muchas las opciones que tiene entre sus manos, como la ocupación parcial de nuevos territorios, proclamar la independencia del Donbás, concentrar en frontera más tropas y armas ofensivas, incluso nucleares, desarrollar la guerra híbrida (ciberataques, estrategias de desestabilización política), etc. Ante semejante estado de cosas, ¿qué busca en realidad Putin?

Primero, quiere poner fin a lo que supone, según él, una amenaza “existencial” para Rusia. La hostilidad actual de Ucrania, el conflicto inacabado y la perspectiva de la OTAN pueden permitir a este país armarse cada vez más peligrosamente. También pretende demostrar que su interlocutor en la negociación no es la UE, sino EE UU, con la expectativa de redefinir con este país una nueva arquitectura de seguridad en Europa. Si la diplomacia rusa evoca constantemente el armamento nuclear ya posicionado en Europa es que desea negociar principalmente con Washington, que gestiona su utilización al margen de la disuasión francesa. Y tampoco es por casualidad que Rusia haya logrado, recientemente, el respaldo de China, otra fuerza nuclear, en esta confrontación con EE UU. El acuerdo o el desacuerdo tendrá lugar, pues, entre Rusia y EE UU.

Hoy nos encontramos en la fase crucial de la contienda, con la combinación de la amenaza armada y de la diplomacia ofensiva. Putin no puede volver atrás, pues no desembocar en una solución tangible para sus reivindicaciones le costaría un alto precio político nacional e internacionalmente. Tiene sobre la mesa solventes apuestas que le permitirían ganar en un lado sin perder demasiado en el otro. Y ha dejado claro que la soberanía de los países fronterizos no debe amenazar potencialmente a Rusia, sobre todo en nombre de la OTAN.

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