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El gran lío del K2


Existen dos momentos inolvidables para aquellos que escalan la ruta The Nose, en El Capitán (Valle de Yosemite): cuando sus manos agarran la roca y toman impulso para empezar la aventura; pero también cuando, en mitad del último de sus 31 largos de escalada, se enfrentan a un enorme desplome desde el que pueden ver la enormidad de la vía y los 900 metros de vacío que se abren, majestuosos, a sus pies. Un segundo después, el plano inclinado cambia, se tumba y casi se puede caminar hasta la cima.

El pasado 1 de enero falleció George Whitmore, el último de los tres pioneros que conquistaron El Capitán en 1958 que quedaba con vida. Ya nadie podrá contar en primera persona la enorme emoción de la conquista, del sueño de apariencia irrealizable. Aseguran los líricos que la primera ascensión de una gran pared es una obra de arte, una creación, el dibujo de un itinerario legado a las generaciones venideras, una línea dibujada de forma indeleble y plasmada al papel en forma de croquis para futuros repetidores. Si esto es cierto, no hay obra de arte más celebrada que la génesis de The Nose, la vía de gran pared más deseada y estética.

Para recorrer la gigantesca proa de granito, su ideólogo, Warren Harding (el enfant terrible de la escalada en Yosemite), precisó 48 días de escalada repartidos en 18 meses de esfuerzos y espera, de esperanza y frustración. Uno no se enfrenta a un imposible todos los días. Frustrado por su rival Royal Robbins, quien le había arrebatado la primera ascensión al vecino Half Dome, Harding acabó por llevarse el gran trofeo… precisamente porque todos los escaladores de la época asumían que El Capitán jamás estaría a su alcance.

El 1 de noviembre de 1958, Harding, Wayne Merry y George Whitmore se engancharon a las cuerdas fijadas meses atrás dispuestos a salir por arriba costase lo que costase. Costó 11 días de esfuerzos terribles, de incertidumbre e inteligencia solo para dar con el trazado adecuado. “No sabíamos si era posible, y esa era la clave porque nadie lo sabía”, relataría Whitmore. El viento había dañado muchas de las cuerdas fijas, que tuvieron que recolocar, y las ratas habían destrozado los sacos de dormir que habían dejado como depósito en las repisas de la pared. El carácter discreto y servicial de Whitmore resultó el contrapunto perfecto al histriónico y faltón Harding. Mientras este último lideraba la escalada, Whitmore gestionaba la tremenda intendencia, que le obligaba a izar enormes petates de material. Adelantándose a la tarea, Whitmore diseñó y fabricó pitones de roca de aluminio para ahorrar peso y colocarlos en las anchas fisuras del final de la ruta.

El trío comprobó horrorizado cómo cuando ya estaban a escasos 50 metros de acabar la vía, las fisuras desaparecían, la roca pasaba de un plano vertical a otro extraplomado, como si fuese un techo, y mientras Harding maldecía Whitmore sacó de un petate un gran número de seguros de expansión, la clave para acabar su trabajo y salir de la ratonera en la que habían caído. Gruñendo por el esfuerzo y repitiendo, como un mantra, “hasta que acabemos o acabe con nosotros”, Harding fue ganando centímetro a centímetro hasta que la pared se tumbó.

Harding fue una celebridad en Estados Unidos, pero falleció en 2002. Wayne Merry desapareció en 2019. Whitmore, farmacéutico, siguió escalando hasta el final de sus 89 años de vida. Pudo asistir a la enorme atracción de su ruta y las gestas que se desarrollaron entre sus muros: en 1960, Royal Robbins, Tom Frost, Chuck Pratt y Joe Fitschen firmaron la primera repetición de The Nose en apenas siete días; en 1969, Tom Bauman se apuntó la primera en solitario, autoasegurándose en cinco días de trabajo. En 1975, llegó la primera ascensión en el día, en 15 horas a cargo de Jim Bridwell, John Long y Billy Westbay. Pero si ha habido un hito en la historia de esta vía, su protagonista es una mujer, Lynn Hill, el primer ser humano capaz de escalar la vía en libre (sin recurrir a técnicas artificiales, usando solo pies y manos para no caer). Fue en 1993. Poco después, la obsesión por el récord de velocidad atrajo a los mejores escaladores del planeta. Hoy en día, el récord pertenece a dos monstruos del valle de Yosemite como son Alex Honnold y Tommy Caldwell: una hora, 58 minutos y 7 segundos, más de 60 años después de que Harding, Whitmore y Merry brindasen en la cumbre del Capitán con champagne en vasos de cristal servidos por los amigos que fueron a recibirles.


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