La legendaria modelo Linda Evangelista (St. Catherine’s, Canada, 56 años) nunca dijo que no se levantaba de la cama por menos de 10.000 dólares o al menos no lo dijo en serio. “Fue un comentario irónico pero se ha estado reproduciendo una y otra vez durante años y no lo puedo parar”, contó a la edición española de la revista Vanity Fair en 2013. “Lo que más rabia me da es que Augie [su hijo] va a leer esas cosas cuando sea mayor”. Lo que sí dijo a esta periodista, y en varias ocasiones, era que no descartaba la posibilidad de hacerse una intervención quirúrgica: “Pero cuando lo haga tendré a mi lado a Steven para decirme exactamente dónde tengo que actuar”. Steven es Steven Meisel, el fotógrafo fetiche de Vogue Italia que en 2005 firmó una sesión con Evangelista titulada Makeover Madness en la que la modelo interpretaba a modo de parodia a una diva que deambula por los pasillos de un hotel de cinco estrellas vendada de los pies a la cabeza después de haberse sometido a una cirugía estética integral.
Aquellas fotos, que suponían una mordaz crítica a la tiranía del culto a la juventud cobraron un sentido totalmente nuevo, casi premonitorio, cuando su protagonista decidió confesar en su propia cuenta de Instagram, el pasado 23 de septiembre, el motivo por el que lleva mucho tiempo “desaparecida”: hace seis años empezó a someterse a un tratamiento llamado coolsculpting —una técnica alternativa a la liposucción, supuestamente no invasiva y sin postoperatorio, que elimina grasa localizada mediante la congelación de células— que la dejó “brutalmente desfigurada”, la obligó a rechazar, según sus propias palabras, “importantes citas del calendario de la moda” y la sumió en una profunda depresión.
Esto explicaría su comentada ausencia en el reencuentro de supermodelos icónicas de los noventa organizado por Donatella Versace en 2017, del que sí formaron parte Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helena Christensen, esas mujeres sobrenaturalmente bellas que en los años noventa fueron tan famosas como estrellas del rock. En las mismas fechas en que se celebró ese desfile en Milán, el diario británico Daily Mail publicaba unas imágenes de la modelo canadiense paseando por el aeropuerto de Nueva York “totalmente irreconocible”. Grandilocuente titular que ella ha mencionado en su último comunicado y que en realidad encerraba un malicioso eufemismo: a diferencia del resto de sus compañeras, que apenas habían experimentado cambios físicos en veinte años, ella sí había ganado peso con el tiempo y el óvalo de su cara, anguloso y felino, no era el mismo “de siempre”. ¿Eso es estar desfigurada?
Hace dos semanas, la periodista Rhonda Garelick especificaba en un artículo de The New York Times, al que Evangelista ha dado su visto bueno, detalles que la propia modelo omitió en su comunicado como en qué partes del cuerpo se habría aplicado el tratamiento fallido —en los muslos, el abdomen, los costados y bajo la barbilla—, en qué consistía exactamente la lesión —partes de su piel habrían quedado permanente abultadas— pero sobre todo formulaba el gran debate que se esconde tras este escándalo: ¿cómo es posible que esté universalmente aceptado tal nivel de violencia sobre el cuerpo para conseguir una supuesta perfección? “Admitamos que el simple hecho de extraer grasa así es intrínsecamente agresivo”, apostillaba la periodista. “A pesar de lo mucho que se habla hoy en día de aceptación corporal y diversidad, la delgadez, las dietas, la juventud y refinar la piel humana hasta que sea suave como un cristal siguen siendo una obsesión nacional”. Sobre la pervivencia de esta obsesión y su reflejo en la cultura interna de las agencias de modelos han rehusado hacer declaraciones varios responsables de casting internacionales, a los que se les ha ofrecido la posibilidad de hablar off the record: Linda Evangelista es una figura demasiado grande y el caso suficientemente espinoso como para entrar a hacer valoraciones, sobre todo cuando la demanda contra Zeltiq, la empresa comercializadora de la técnica coolsculpting, sigue abierta. Tampoco han deseado dar ningún testimonio desde DNA Models, la agencia que representó a la modelo durante años y con la que Evangelista hizo su último trabajo relacionado con el mundo de la moda. Fue en 2018 y consistía en ejercer de jurado, junto a otras grandes como Naomi Campbell y Adwoa Aboah para un certamen en el que se decidió quién ocuparía la portada del 20º aniversario de la prestigiosa revista Love.
La modelo española Nieves Álvarez, quien desfiló con Evangelista para Oscar de la Renta y a los 47 años sigue en activo, explica por qué comprende perfectamente que un accidente como este pueda sumir en la depresión a una supermodelo, por mucho que la diversidad corporal sea la conversación de moda: “Es muy traumático mirarte al espejo y no reconocerte. Tengo muy cerca un caso similar, de una persona que sufrió un cambio de metabolismo y sé que ha sufrido muchísimo. Esta es una profesión en la que se nos juzga por el físico, somos un escaparate y te dicen muchas cosas crueles. A mí me preguntan muchas veces qué me hecho, que si antes tenía la cara más redonda, que si me he inyectado algo en el pómulo. ¡Y es simplemente que con la edad cambias!”.
A partir de 2017, Evangelista nunca volvió a aparecer en las páginas de ninguna publicación, ni las agencias volvieron a distribuir ninguna imagen suya. Sin embargo, no estaba desaparecida: en 2018 concedió, sin fotos, una entrevista al periódico canadiense Vancouver Sun en calidad de embajadora de una firma de productos de belleza llamada Erasa (de la que sigue siendo imagen a día de hoy). En esta entrevista, que ha pasado desapercibida para todos los medios que hasta el momento se han hecho eco del drama personal de la modelo, ella misma explicaba cómo manejaba la complicada relación de los medios con la idea de que un icono envejezca: “Si no tienes el aspecto que solías tener cuando eras joven no estás bien. Si intentas hacer algo, dicen ‘¡Ay, mírala, está intentando parecer joven! No hay manera de ganar”. Y aunque no mencionaba que estuviese ya pasando por un calvario por culpa del coolsculpting (que según los datos que proporciona el New York Times, comenzó en 2015) sí hablaba de cómo su propia cuenta de Instagram le había hecho comprender que el público no está dispuesto a aceptar que por los iconos también pase el tiempo: “Las pocas veces que al principio ponía una foto mía natural sin maquillaje, el comentario era ‘Dios santo, ¿estás enferma?’. Esperan que tengas el mismo aspecto que en las fotos del Vogue Italia pero, ¡es que yo no tengo ese aspecto! ¡Eso se consigue después de cuatro horas de maquillaje y peluquería! Así que cuando a la gente les das tu yo real, no lo quieren. Al menos no el mío”.
Cuando el pasado septiembre la modelo decidió dar el paso de hablar públicamente de su situación, una de las personas que le transmitió su solidaridad y comprensión, también públicamente, fue Edward Enninful, quien en la actualidad es director de la edición británica de Vogue pero que en 2005 fue el encargado del estilismo de aquella sesión de fotos premonitoria de Steven Meisel, en la que ella aparecía cubierta de vendas.
A lo largo de los últimos cuatro años, Evangelista (a la que este periódico ha intentado contactar, sin éxito) ha continuado actualizando sus propias redes en las que todo el que hubiese deseado curiosear se habría encontrado imágenes de su carlino Mini Moon, fotos de Augie, el hijo que tuvo con el magnate del lujo (y ahora esposo de Salma Hayek) François-Henri Pinault —cuya manutención también hubo de pleitear con el consecuente ruido mediático— y muy de vez en cuando, un selfie. El último es de 2019 y en él no se ve a una mujer “brutalmente desfigurada” sino a la persona que es.