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El gran reemplazo, una teoría conspiratoria letal con denominación de origen francesa

El gran reemplazo, una teoría conspiratoria letal con denominación de origen francesa

Francia exporta al mundo vinos y quesos, trenes de alta velocidad y productos de lujo. También, desde hace siglos, teorías y modas intelectuales. Desde las que han hecho avanzar a la humanidad, como la Ilustración, hasta las más descabelladas e incluso letales. La más reciente, en esta última categoría, es la llamada teoría de la gran sustitución, o del gran reemplazo.

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En poco más de una década, el gran reemplazo ha pasado de ser una teoría marginal, limitada a los rincones menos recomendables de la extrema derecha más radical, a normalizarse en el debate político. Peor aún: ha inspirado, en Nueva Zelanda y en Estados Unidos, atentados contra minorías religiosas y étnicas. El último lo perpetró un racista blanco el 14 de mayo en Búfalo, en el norte del Estado de Nueva York. El terrorista, de 18 años, mató a 10 afroamericanos en un supermercado.

A 6.170 kilómetros de Búfalo, al otro lado del Atlántico, en un castillo medieval en lo alto de una colina en el sur de Francia, vive el hombre que en 2011 puso en circulación la teoría del gran reemplazo. Tiene 75 años, barba de caballero decimonónico y una biblioteca de miles de volúmenes. Desde la torre de su castillo de la aldea de Plieux, se vislumbra la llanura de la Gascuña, la tierra de D’Artagnan y, a lo lejos, los Pirineos.

“El mundo que se acerca me parece un mundo atroz”, confesó Renaud Camus en la primavera de 2019 cuando lo visitó en Plieux. Camus se declara pacifista e inspirado por Gandhi y, tanto entonces como en un intercambio de correos electrónicos esta semana, se declara horrorizado por los atentados. Sobre la teoría que este escritor venerado por la extrema derecha contribuyó decisivamente a propagar, insistió durante aquella visita: “El gran reemplazo no es una teoría. Es el nombre para un fenómeno como la Gran Depresión, la Revolución Francesa o la Gran Guerra”.

Camus era un escritor con pocos lectores pero muy selectos, conocido sobre todo por sus volúmenes de diarios y por Tricks, libro de culto de la literatura homosexual de los años setenta. El ensayo El gran reemplazo le lanzó a la fama hace una década. Ahí definía el concepto: “Oh, es muy simple. Hay un pueblo y casi de golpe, en una generación, en su lugar hay otro o varios otros pueblos”.

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Suscríbete‘Reemplazados’ y ‘reemplazadores’

En Francia, el pueblo original serían los franceses de origen europeo; el nuevo pueblo lo formarían los inmigrantes musulmanes y africanos, y sus descendientes. En Estados Unidos, los reemplazados serían los blancos; los reemplazadores, los inmigrantes latinoamericanos y, según algunos adeptos a la teoría, los afroamericanos u otras minorías.

La idea no es nueva, pero sí la expresión. En otros momentos históricos se hablaba directamente de racismo o de supremacismo blanco. Uno de los referentes de Camus es el político tory británico Enoch Powell, que en los años sesenta pronunció un famoso discurso en el que alertaba, citando al poeta latino Virgilio, de que correrían “ríos de sangre” si continuaba la inmigración al Reino Unido procedente de sus antiguas colonias. “Es como ver a la nación empeñada en levantar su propia pira funeraria”, dijo.

A principios de los setenta, el escritor francés Jean Raspail publicó El campamento de los santos, una novela que imaginaba el desembarco en la Costa Azul de un millón de desamparados procedentes de la India. “Sin quererlo, por una especie de misterio, preví algo que está ocurriendo”, dijo Raspail en 2017 en una entrevista tres años antes de morir. “Somos una minoría que cada vez será más minoritaria”, lamentó.

Camus, que dedicó su libro El gran reemplazo “a los dos profetas, Enoch Powell y Jean Raspail”, no inventó nada. Pero dio con la expresión que, en una época de crisis migratorias y auge ultranacionalista, popularizaría esta variante de la xenofobia y el racismo de siempre.

“Pienso que Renaud Camus ha proporcionado un eslogan”, dice por teléfono el demógrafo Hervé Le Bras. “Había un estado de ánimo difuso. No estaba bien articulado. Las personas que nadaban en este universo necesitaban un punto de apoyo y en esta fórmula lo encontraron”.

Le Bras acaba de publicar en Francia No existe el gran reemplazo, donde demuestra, apoyándose en las estadísticas sobre la inmigración, que la supuesta teoría es pura fantasía. Ni en los escenarios con una mayor inmigración, ni contando a los hijos de inmigrantes —como hacen los creyentes en la teoría—, los supuestos reemplazadores superarían, ni de lejos, el 50% de la población.

Pero las estadísticas no importan para Camus. Las califica de “pseudociencias” al servicio de lo que denomina “el negacionismo genocida” del gran reemplazo que, en sus palabras, “es el crimen contra la humanidad del siglo XXI”.

A la pregunta sobre si lamenta haber difundido la teoría cuando ve los crímenes y atentados que inspira, como el de Búfalo, Camus se defendió el viernes por correo: “Es esta realidad [la del gran reemplazo] lo que inspira a los asesinos, no yo”. Y afirmó: “Estos crímenes son atroces y la desgracia que causan gratuitamente, estúpidamente, es espantosa, imperdonable. Al mismo tiempo, son un desastre para la causa antirreemplacista, a la cual le hace perder, cada vez, años y millones de partidarios”. Lo que llama la causa antirreemplacista es la suya: la que se opone al imaginario proceso de reemplazo.

Según el demógrafo Le Bras, existe un elemento “escatológico” en el gran reemplazo. Es decir, en vez de apoyarse en datos empíricos, plantea, como si fuese una evidencia y sin necesidad de pruebas, un escenario apocalíptico sobre el fin de los tiempos. No habla de lo que ocurre, sino de lo que ocurrirá. Apela a miedos atávicos. “Es astuto”, valora Le Bras. “En vez de ser histórico, es profético”.

Lo significativo es cómo, en pocos años, el gran reemplazo ha pasado de figurar en los libros autoeditados de Camus con un puñado de lectores a aparecer citado en manifiestos de terroristas racistas. Y cómo, en paralelo, una expresión casi proscrita —en Francia, ni la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, quería pronunciarla— se convirtió en un término aceptable en la campaña electoral para las elecciones presidenciales de abril.

El candidato ultra Éric Zemmour introdujo el gran reemplazo en los debates y lo normalizó. “Señala una realidad”, dijo Jordan Bardella, número dos de Le Pen. “Donde crecí [en las afueras de París] hay franceses que ya no reconocen el país donde crecieron, incluidos franceses de origen inmigrante”. En un mitin, la candidata de la derecha moderada, Valérie Pécresse, se preguntó: “En 10 años, ¿seremos una nación unida o rota? Ante estas cuestiones vitales, no debe haber ninguna fatalidad, ni ante el gran desclasamiento [de Francia como potencia mundial] ni ante el gran reemplazo”.

Pécresse y Zemmour quedaron eliminados en la primera vuelta. En la segunda vuelta, el presidente Emmanuel Macron derrotó a Le Pen.

“Yo voté a Éric Zemmour”, revela Renaud Camus, condenado varias veces en Francia por provocación al odio. “Y en la segunda vuelta, y sin ilusión, a Marine Le Pen. A fin de cuentas, es un poco menos reemplacista que Emmanuel Macron”.

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