Julio Moguel
I
En el tiempo mexicano del Coronavirus, la pandemia corre en paralelo con el meme o con el chiste. Las redes y algunos medios de comunicación alimentan un lenguaje que combina la llana información o las recomendaciones necesarias para hacer frente al flagelo (la parte propiamente seria del asunto), con imágenes, textos, caricaturas, signos o bromas, burlas y comentarios o frases cuyo efecto de hilaridad, que se contagia, logra oxigenar un poco el asfixiante ambiente de la “sana distancia” y del confinamiento masivo.
¿Tiene este fenómeno algo que decirnos sobre la forma de ser del mexicano? Mucho, en mi opinión. Y nos permite ahora hacer una breve revisión de algunos rasgos que conforman justo su lenguaje, a saber: un español “compuesto” (su imbricación con el hablar o las maneras de “decir” del mundo indígena –aunque no sólo– ha generado de hecho otro lenguaje, el mexicano, no de menor riqueza que el de su origen europeo) que, en una buena parte de sus “díceres”, resulta ser prácticamente intraducible a otras lenguas o lenguajes (incluso al español ibérico, o al hablado en otras partes de Latinoamérica y del mundo).
Alfonso Reyes consideraba que el “decir” del mexicano se caracterizaba por una cierta mesura o discreción. Pedro Henríquez Ureña, por su parte, llegó a hablar del “tono velado”, del “sentimiento discreto” o del “matiz crepuscular”del mexicano, sin dejar de atribuirle un cierto “don de observación”, particularmente de la “observación maliciosa y aguda, hecha con espíritu satírico” que, si bien “no es privilegio de ningún pueblo, y el español la expresa con abundancia y desgarro, el mexicano lo guarda socarronamente para lanzarla, bajo concisa fórmula, en oportunidad inesperada”. Refiriéndose, con ello, a la construcción lingüística de “observaciones breves”, de “réplicas imprevistas” y del uso de “fórmulas epigramáticas”.
II
De estas observaciones breves, réplicas imprevistas o fórmulas epigramáticas del habla mexicana provienen en parte, por ejemplo, los muy diversos y complejos usos de diminutivización que se utilizan: “¿me pasas por favor la salecita?”; “¿hacemos en la noche una fiestecita?”. Determinadas expresiones o palabras que sesgan o suavizan respuestas y mensajes: “sólo está tantito atarantado”; “¿qué tanto es tantito?”. Dichos o frases que fijan ambigüedades o indeterminaciones de sentido para sentar una determinada posición de forma suave: “yo no sé, pero el que sabe sabe”; “así nomás porque sí”.
Encontramos a la vez dichos o modismos que recogen alguna fórmula de saber acumulado o de filosofía popular: “De todos modos Juan te llamas”; “Si la campana no repica es porque no tiene badajo”; “no hay mal que por bien no venga”; “el que nace pa tamal del cielo le caen las hojas”; “a buen hambre no hay mal pan”; “de esos que no comen miel libre Dios nuestros panales”. O ecuaciones verbales que previenen –y en ocasiones conjuran– una ofensa: “a lo mejor después”, o “a lo mejor lueguito”. O se reduce o elimina, en trato amable, el decir imperativo, que se cambia muchas veces por preguntas: “¿me pasas la sal?”; “¿me acercas la salecita?”.
También “se dice que se dice”: “dicen por ahí”; “dicen los que saben”. Se previene con un suave o amenazante “ahí te lo haiga”, o “allá tú”. Se habla desde un inasible y no pocas veces travieso “dizque”. Se caracteriza alguna cosa, fenómeno o circunstancia con el preventivo, barroco o atenuante “como si”: “como si no me hubiera escuchado”; “como si yo no fuera su amigo”. Y se utiliza un “mande usted”, o simplemente un “mande”, que, en contra de su sentido literal de servilismo, es sólo, por lo general, voluntad de escucha, de atención, o disposición abierta y franca de colaboración o de servicio.
III
En tiempos de malas (he oído alguna de estas frases telegráficas en el tiempo actual del coronavirus) se aplican remedios verbales a punto para sobrevivir los accidentes o sobrellevar las malas circunstancias, así como para marcar las líneas de resistencia: entre ellos el lance irónico, la burla chusca, el doble sentido o la broma compensatoria; o se salda alguna conversación en torno a alguna desgracia o contratiempo con un llano y simple “ni modo”. Se añade a esta lógica de compensaciones sicológicas o de humor el simple dicho de que “cuando le toca a uno le toca”, o el más crudo y lapidario “de cualquier modo nos vamos a morir”. Cuando no llega pura y se implemente el relámpago, cortante e irrebatible, de que “así son las cosas”.
Y si no “somos hijos de la mala vida”, en la verbalización que es negativa, contraponemos, a la gravedad de la circunstancia, la frase, acaso más universal, de que “el león no es como lo pintan”. En el lance optimista podremos escuchar que requerimos “sacar al buey de la barranca”, previniendo a quien escucha que nadie deberá “asustarse con el petate del muerto”. Y no faltará en ese contexto que oigamos y usemos con frecuencia el “me canso ganso” o, retadoramente, el “¿de qué quieren su nieve?”, dichos entre otros que López Obrador ha vuelto a poner nuevamente en una amplia circulación.
No sobra señalar que, en el activismo presupuesto en tiempos de las vacas flacas, emergente generalmente desde abajo, aparece el dicho “más vale paso que dure y no trote que canse”, o el incontrovertible “no por mucho madrugar amanece más temprano.” Sin que llegue a faltar, en el descreimiento muy común frente a lo dicho o prometido por ciertos personajes de la gran política, la presencia de la frase o la sentencia, fulminante, de que “abajo hablan los hechos”.
IV
“Son los tiempos, señor”, dice el arriero a Juan Preciado cuando éste le pregunta por qué “se ve esto tan triste” (cuando desde lo alto del camino Preciado ve Comala, en su primer momento). A Pedro Páramo la muerte de su capataz no le preocupa, pues “al fin y al cabo [éste] ya estaba ‘más para la otra que para ésta’”. En la idea de Perseverancio el cacique de La Media Luna “no le daría agua ni al gallo de la pasión”, y Gamaniel Villalpando piensa y dice sin rodeos que “la vida [vale] un puro carajo”.
En la novela de Rulfo, como en las fr ases anteriores que aquí hemos recogido, se distinguen claramente algunas de las particularidades del habla mexicana a las que se refería Henríquez Ureña: con su “tono velado”, el “sentimiento discreto” y el “matiz crepuscular”. Claro: sin dejar de mencionar esa actitud maliciosa y aguda, hecha con sentido satírico, cuando las frases surgen con cierta socarronería y de manera totalmente inesperada.
Sin olvidar la peculiar manera del habla mexicana para inyectar a todos, en las dificultades generadas por “la crisis del Coronavirus”, el humor picante y vigoroso de los memes, chistes, bromas o burlas del momento, que aligeran el físico y el alma para reandar la vida.
*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias.