Las dunas que bordean la costa situada al norte de la ciudad holandesa de La Haya son hoy un entorno natural protegido para favorecer la biodiversidad. Durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, fue declarada zona de exclusión por los nazis, que ocuparon Países Bajos entre 1940 y 1945. Allí, los soldados alemanes ejecutaban a los miembros de la Resistencia y enterraban luego sus cadáveres en fosas comunes pensando que nunca se descubrirían.
Los tabúes de la Segunda Guerra Mundial
Pero hubo un hombre silencioso y tenaz que marcó las sepulturas sutilmente, sin llamar la atención de los invasores. Se llamaba Piet Kuijt (1892-1972) y tenía permiso para trabajar en ese paraje plantando carrizo, una especie de caña cuyos tallos fijan los terrenos arenosos. Gracias a su determinación, las familias de unos 270 fusilados pudieron recuperar sus restos. Kuijt nunca lo contó, ni siquiera a su familia, que le tenía por un hombre taciturno. Este viernes, su nieto Peter no pudo contener la emoción cuando se desveló la placa que lleva el nombre del abuelo, en la vía para bicicletas construida en la misma ruta que debió recorrer tantas veces durante la contienda.
Piet Kuijt era un hombre muy alto nacido en la localidad de Katwijk, un municipio costero que en 1943 rondaba los 20.000 habitantes (hoy son 66.000). Contratado por la empresa de mantenimiento de las dunas, tenía un pase de los nazis para entrar y salir del entorno, que permanecía cerrado al resto de la población. Conocía cada palmo del terreno, y como las ejecuciones se producían al amanecer, cuando veía una fosa recién tapada plantaba allí carrizo para poder encontrarla después. Lo hizo con tanta pericia que no se ha podido averiguar el tipo de patrón que seguía, pero en julio de 1945 —Países Bajos había sido liberado en mayo— dio las pistas necesarias para proceder a la exhumación de los cuerpos.
Las fotos que se conservan de esos días en el Instituto para el estudio de la Guerra, el Holocausto y el Genocidio (NIOD) le muestran con gorra, apoyado en una pala a pie de fosa. Hay una cierta expresión de sorpresa en su mirada, como si el fotógrafo le hubiera llamado interrumpiendo la triste labor en la que se afanaba como uno más. “La verdad es que no sabemos por qué señaló las fosas arriesgando su vida si le descubrían, y tenía nueve hijos. Por lo que cuenta su familia, lo más probable es que pensara que los ejecutados no podían quedarse en el olvido. Que merecían un entierro con su propia identidad”, explica, en conversación telefónica, Edward Verheij, gerente de marketing y comunicación de Dunea, la empresa que se ocupa actualmente de esta zona y del agua potable que almacena.
Licenciado en Historia, Verheij oyó en la empresa retazos de la historia de Piet Kuijt y se puso a investigar. Parecía uno de los héroes más silenciosos de la historia del país, y valía la pena recuperar su memoria porque van a cumplirse cincuenta años de su muerte. Tuvo que emplearse a fondo para seguir su rastro. “Kuijt es un apellido muy común en su pueblo, en Katwijk, y nadie le conocía. Acabé pidiendo al diario local que publicaran un artículo y di con familiares lejanos y después con los dos hijos que siguen vivos: Adrie, de 85 años, y Piet, de 80”.
Ellos ignoraban que su padre, durante la guerra, no solo plantaba carrizo en las dunas y cazaba algún conejo, que luego repartía también entre los vecinos. En sus recuerdos, era un hombre callado que fumaba absorto en su silla favorita, y ahora entienden mejor su carácter. Sí hay un episodio de ira recogido en la biografía que se ha ido completando estos días. Ocurrió cuando un soldado nazi llamó a su puerta para salir con la única hija de Kuijt, y recibió un par de puñetazos del progenitor allí mismo. No hubo paseo con la chica y Kuijt recibió al día siguiente un aviso del comandante nazi local.
Según Verheij, “se trata de una generación que no hablaba de la contienda, y Kuijt rechazó incluso la Cruz de la Resistencia, una condecoración instituida por la entonces reina Guillermina”. También declinó la propuesta de que su nombre apareciera en un programa de televisión sobre las ejecuciones de los miembros de la Resistencia.
Sí se había reconocido su labor en el Erepeloton de Waalsdorp, el lugar dedicado a homenajear a quienes fueron ejecutados por las fuerzas de ocupación en el claro de las dunas utilizado para fusilarlos, y poco más. Que era un hombre modesto lo ha confirmado su nieto Peter, durante la presentación de la placa en nombre del abuelo. “Él marcó los enterramientos, y creo que apreciaría este honor. Pero vio demasiadas cosas horribles en la guerra y tuvo que asimilarlas”, dijo.
Cavar con las manos
La exhumación de los cadáveres dio comienzo poco después de la liberación, y la llevaron a cabo los antiguos miembros del Movimiento Nacional Socialista de Países Bajos (NSB, en sus siglas en holandés), que estaban encarcelados. Según los testimonios recogidos en la prensa del momento, realizaron la excavación con palas, pero en ocasiones fueron obligados a cavar con sus propias manos hasta dar con los restos. Unos pocos años antes, Piet Kuijt recorría ese mismo terreno plantando literalmente la memoria de la guerra en la tierra, mientras en otro lugar de La Haya, un compatriota dibujaba un mapa mental de la zona.
Se llamaba Gerrit Bos y era pastor protestante en la cárcel de Scheveningen, el distrito costero de la ciudad. Confortaba a los miembros de la Resistencia que iban a ser fusilados y le costó mucho que los nazis aceptaran este tipo de apoyo espiritual para los prisioneros, pero estaba presente durante las ejecuciones. Les acompañaba hasta las dunas y vio las fosas abiertas donde luego les arrojaban y echaban cal viva encima. Kuijt y Bos no se conocieron, pero la información del religioso fue igualmente valiosa a la hora de proceder a las exhumaciones. Aunque el nombre del sacerdote aparece en los documentos históricos de la cárcel, el Erepeloton de Waalsdorp baraja la posibilidad de incluirle en el recuerdo que cada 4 de mayo se rinde a las víctimas en las dunas.
La recuperación de la figura de Piet Kuijt aporta luz a los héroes prácticamente anónimos de la Segunda Guerra Guerra Mundial. El padre, y luego abuelo, que no contaba historias de la guerra, se había jugado la vida para que sus compatriotas caídos tuvieran un funeral honroso, y su nieto cree que estaría “secretamente orgulloso, aunque sin llamar la atención”. En las dunas hay ahora un sendero, de paso, pero que tiene una placa con su nombre.
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