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El horror de los ataques con ácido en Irán


TEHERAN, Iran – Arezu tiene el rostro desfigurado. Cuando tenía 8 años, su tía le arrojó ácido por celos. A ella, a su madre y a sus dos hermanas. Pasado el sufrimiento físico, descubrió otro dolor mayor: “la mirada de la gente”.

Las víctimas de ataques con ácido no encuentran consuelo ni justicia en Irán. La cirugía no les devuelve su piel ni su vida.

No se reconocen en el espejo ni aceptan su nueva situación. Se encierran en casa por el rechazo social y apenas sienten el apoyo de las autoridades.

“La directora de la escuela no me dejaba ir al patio o estar junto a los otros estudiantes, decía que los niños se asustaban”, cuenta Arezu Hashemineyad, que ahora tiene 17 años.

La mirada de los demás ahora es diferente: “es de pena o de espanto, y eso es muy difícil de digerir”.Pero la determinación de su padre para que llevara una vida normal dio sus frutos.

Protestó ante el Ministerio de Educación y la directora fue expulsada. Su hija pudo seguir acudiendo a la escuela y formándose, aunque no todos tienen ese coraje.

“Es posible que se encierren y no salgan de casa porque de repente cuando se miran en el espejo se enfrentan a un cambio negativo al cien por cien y muchos rechazan ir a la calle o a su trabajo”, cuenta Kamal Forutan, director y cofundador de la Asociación de Apoyo a Víctimas de Ataques con Ácido.

Forutan, un médico especialista en cirugía plástica que fundó esta ONG independiente hace tres años y medio junto a un cineasta, un periodista y varios abogados, calcula que en los últimos diez años ha habido en Irán entre 600 y 800 personas víctimas de ataques con ácido.

No existe un registro oficial, pero la percepción social es que estos ataques van en aumento. 

El 80% de las víctimas son mujeres de clases desfavorecidas.

Una chica que ha rechazado a un pretendiente, una mujer que ha querido divorciarse, una infidelidad o cualquier problema dentro del matrimonio puede desencadenar esta venganza cruel y devastadora. 

“La mayoría de los casos se deben a rencillas familiares y al sentimiento de que la mujer es propiedad del hombre”, denuncia Forutan.

El patrón de víctimas se ve influido en Irán por el hecho de que las mujeres dependen del hombre.

Mientras son menores de edad del padre y, una vez casadas, del marido, que ostenta la custodia de los vástagos mayores de 7 años y puede divorciarse con mucha más facilidad.

También debe dar su consentimiento para una miríada de asuntos, como obtener el pasaporte o trabajar.

Los celos, sin embargo, no siempre son del hombre hacia la mujer. En el caso de Arezu, su tía guardaba un gran rencor por la buena relación que tenían los padres de la joven. Ella no era feliz en su matrimonio.

“De madrugada, estábamos dormidos y me desperté al escuchar ruidos y gritos. Vi que mi madre estaba duchando a mis hermanas en el baño, pero me dormí otra vez porque estaba cansada y no sabía qué había pasado… en ese momento me echó ácido a mí”, cuenta con dolor la joven, que ahora se está formando como peluquera.

Sintió “una profunda sensación de ardor” pero no comprendía lo que le ocurría, era muy pequeña.

Los primeros médicos que las atendieron no distinguieron que se trataba de ácido y tardaron dos días en confirmarlo. Junto a su madre, fue la más afectada por el ataque, mientras que sus dos hermanas, una de ellas un bebé, sufrieron heridas menores.

En ocasiones, este tipo de violencia  trasciende al ámbito familiar. Mohsen Mortazaví fue atacado por un compañero de trabajo que estaba celoso de sus éxitos profesionales y personales.

El agresor le arrojó ácido en la cocina de la oficina y lo apuñaló en reiteradas ocasiones.

“Creí que me había echado agua como una broma, pero luego sentí una quemadura extraña en mi rostro, mis ojos, mi cuello y en todo mi cuerpo, y mis ropas empezaron a deshacerse.

La quemadura del ácido era tan fuerte que no sentía el dolor del cuchillo, era como si me hubiese caído en una hoguera”, explica Mortazaví, quien ha tenido que someterse ya a 97 operaciones quirúrgicas.

La mayoría de las víctimas operadas por Forutan -que lo hace gratuitamente- necesita un centenar de intervenciones, pero “de ningún modo se logra que vuelvan a ser como antes”, advierte. 

“Son quemaduras de tercer grado, el ácido profundiza en la piel y elimina todas sus capas llegando hasta los huesos”. En ocasiones provoca ceguera. La cirugía les ayuda a recuperar ciertas funciones como abrir y cerrar la boca o los párpados.

“Necesitan un gran número de cirugías. Sus operaciones no son de estética sino reconstructivas, para que los pacientes puedan presentarse ante la sociedad y que tanto esta como sus padres, mujeres e hijos puedan aceptar y soportar su aspecto”, señala con crudeza el cirujano.

En un momento de gran trauma psicológico, las víctimas deben afrontar también una dura decisión, y aún más difícil si el ataque ha sido en el ámbito familiar. La ley acepta tanto una suerte de venganza (el “ghesas”) como el perdón al agresor, así como penas de cárcel que se están aumentando y el pago del llamado dinero de sangre.

El “ghesas” consiste en inyectar con una jeringuilla una pequeña cantidad de ácido en el agresor, en las mismas zonas del cuerpo que la víctima tiene desfiguradas. Aunque está recogido en la ley, implica una serie de dificultades y los médicos se niegan en general a implementarlo.

“Hasta día de hoy no se ha aplicado ningún ‘ghesas’, solo el ‘diye’ (dinero de sangre) y las penas de cárcel”, que no son un alto castigo, aclara el abogado Morteza Salimí, que colabora de modo altruista con la Asociación de Apoyo a Víctimas de Ataques con Ácido.

En la mayoría de los casos no es posible aplicar un daño igual al provocado. Y por ello los médicos optan por no efectuarlo, ya que ellos serían los responsables si surge cualquier problema.




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