Por la estación de la ciudad de Kramatorsk transitan desde hace semanas miles de personas que tratan de escapar de una de las regiones más calientes de la guerra en Ucrania. La afluencia de pasajeros ha ido aumentando en los últimos días a medida que las autoridades les rogaban a los civiles que buscaran refugio fuera de esta zona, donde se preveía un endurecimiento de los ataques de las fuerzas invasoras rusas, pero este viernes ese viaje quedó brutalmente truncado. Nate Mook, responsable ejecutivo de World Central Kitchen (WCK), la ONG que lidera el cocinero español José Andrés, pasó por la estación dos minutos antes del terrible ataque que mató al menos a 52 personas. “Iba en coche con un compañero de la organización para ir a cargar harina”, cuenta Mook por telefóno, “y vimos muchísimas personas en la estación”. Hablaron de la cantidad de trenes que debían llegar para que todos pudieran huir a un lugar más seguro del país. “Dos minutos después”, continúa Mook, “escuchamos entre cinco y 10 explosiones”. Corrieron al almacén en busca del búnker. No sabían de dónde venían los bombazos.
WCK acude a diario a la estación de Kramatorsk para dar de comer y beber a los que aguardan para abandonar la franja oriental de Ucrania, castigada por las bombas rusas, en dirección al oeste. Hablan con ellos. La mayoría no se dirigen a atravesar la frontera sino a lugares sin violencia dentro de su territorio. Poco después del ataque, Mook regresó a la estación con su equipo. Ahora ya sabían que habían golpeado el sitio desde donde hacía tan poco tiempo desarrollaban su trabajo.
“Lo que vimos fue catastrófico, horrible”, prosigue Mook. Los equipos de emergencia y bomberos habían acudido raudos para atender a las víctimas. Los coches aún estaban en llamas, los destrozos eran enormes: cristales por los suelos y proyectiles sin detonar. “En uno de los coches había una persona que había muerto quemada”, recuerda Mook, “y en las plataformas de la estación, muchos cadáveres”. Admite que está conmocionado por el ataque, pero se declara, insiste en ello, “afortunado” en relación con todos los que han perdido la vida.
La entrega interrumpida de suministros médicos
La fuerte explosión sorprendió en torno a las 10.30 de la mañana del viernes al equipo de Unicef que se encontraba en el edificio del departamento de sanidad de Kramatorsk. La estación de la ciudad ucrania, situada a menos de un kilómetro de distancia de donde se encontraban, había sido atacada y los mensajes que inmediatamente llegaron a los teléfonos de los miembros de la administración local, a quienes estaban haciendo entrega de un suministro médico, comunicaban la tragedia.
Todos marcharon del edificio, y el equipo de Unicef, en el que no se encontraba ningún médico, regresó, sin haber completado la entrega de kits de higiene y agua, materiales médicos y medicinas, a Dnipró, a unos 250 kilómetros, donde se ubica la base de operaciones en la región de esta agencia de la ONU dedicada a la infancia. “Condenamos en los términos más enérgicos el ataque contra la estación de tren de Kramatorsk en Ucrania”, dice Murat Sahin, representante de Unicef en Ucrania en el comunicado difundido el viernes. “No sabemos todavía cuántos niños han muerto o resultado heridos en este ataque, pero nos tememos lo peor”. Según el alcalde de Kramatorsk, cerca de 4.000 familias estaban en la estación al producirse el ataque, y entre las 52 víctimas mortales se incluyen cinco niños. Más de un centenar de personas resultaron heridas.
Unicef cerró su oficina en Kramatorsk el 23 de febrero, la víspera del ataque ruso contra Ucrania, y el último trabajador de la agencia salió de allí hace dos semanas, pero han continuado haciendo entrega de suministros médicos a la ciudad. La semana pasada llevaron allí unas 50 toneladas de suministros vitales, pero el camión que llegó este viernes llevaba dos días de espera dado que se consideraba que esta era una “entrega de alto riesgo”, según explica el portavoz de la organización, Juan Haro. En Transcarpatia, en el suroeste de Ucrania, donde Haro se encuentra, han recibido en estas semanas a los refugiados que salían desde Kramatorsk y otras ciudades del país, pero el tren del jueves procedente de allí fue suspendido sin que hubiera una aclaración de los motivos.
Jean-Clément Cabro, coordinador de los trenes medicalizados de Médicos Sin Fronteras, abandonó la estación atacada apenas unas horas antes de que se produjera el ataque, a bordo de uno de los tres vagones de la organización que recorren el país. Dos son utilizados para transportar pacientes hospitalizados, el tercero es para medicinas, médicos y material sanitario, agua y comida. “En este último viaje hemos transferido 40 pacientes desde Kramatorsk, y en el anterior otros 17. Había sobre todo heridos”, explica por teléfono. “En la estación estaban esperando principalmente mujeres y niños, madres amamantando a sus hijos, abuelas, también adolescentes. Se trataba de familias enteras, con solo una pieza de equipaje. Yo no me olvidaré de esa gente que esperaba a poder ser evacuada”, relata.
Punto neurálgico en la evacuación de civiles hacia el oeste del país, el bombardeo de la estación de Kramatorsk, que las autoridades rusas niegan que sus tropas hayan cometido, impactó dos zonas de espera en el exterior y un andén, según los reporteros de The Washington Post que accedieron al lugar momentos después. Un reguero de cuerpos y heridos atestaba la estación donde miembros del Ejército ucranio, policías y voluntarios trataban de ofrecer auxilio. “Hay tantos cuerpos, hay niños, son solo niños”, gritaba una mujer en uno de los vídeos difundidos de la trágica escena.
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