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El ideólogo del Brexit revela que Johnson ya planeaba incumplir el tratado cuando lo firmó


Nada más peligroso que dejar por libre a un asesor estrella despechado. Dominic Cummings (Durham, 49 años) era el ideólogo del Brexit. El autor de eslóganes políticos brillantes como Take Back Control (Recuperemos el Control) o Get Brexit Done (Hagamos ya Posible el Brexit), que contribuyeron a la victoria euroescéptica en el referéndum de 2016 o la llegada a Downing Street de Boris Johnson en 2019. Pero desde que el primer ministro decidió echarle de Gobierno, hace ya casi un año, Cummings resucita ocasionalmente en el momento menos oportuno, a través de Twitter, para recordar que el emperador está desnudo. Este miércoles ha desatado los nervios del Gobierno británico, justo cuando Londres se disponía a comenzar un nuevo duelo de fuerza con Bruselas en torno al delicado Protocolo de Irlanda del Norte.

Cummings ha revelado que el equipo de Johnson, durante la fase final de las negociaciones con la Unión Europea para sacar adelante el Brexit, tenía absolutamente claro que no cumpliría parte de lo firmado. “Asumimos el mando de un partido que tenía un respaldo popular de apenas un 10%, en medio de la crisis constitucional más grave del siglo. La mayoría del establishment presionaba para lograr un Brexit suave o un segundo referéndum. Nos manejamos con las mejores opciones que teníamos, con la intención de que el [primer ministro] se deshiciera de las partes que no nos gustasen una vez hubiéramos acabado con [Jeremy] Corbyn [el entonces líder de la oposición laborista]. Simplemente, priorizamos”, ha escrito Cummings en las horas posteriores a que el Gobierno de Johnson haya exigido a Bruselas una revisión drástica del delicado Protocolo de Irlanda del Norte. Cummings utiliza en sus mensajes de Twitter el emoticono de un carrito de la compra para referirse a Boris Johnson. Cuando el pasado junio, el exasesor entró en barrena contra el Gobierno conservador que le había echado por la puerta de atrás y comenzó a revelar interioridades de Downing Street ante una comisión parlamentaria, describió al primer ministro como un carrito desbocado que da bandazos a derecha e izquierda por los pasillos de un supermercado. La revelación de Cummings, sin embargo, no describe un bandazo sino un engaño calculado. Cínicamente, exculpa a Johnson de una estrategia de engaño de la que se enteró a medias, según su ex asesor. “Nunca tuvo ni la menor idea de lo que significaba abandonar la unión aduanera [de la UE]. Poco después andaba balbuceando que ‘nunca lo habría firmado si lo hubiera entendido’ (pero eso era mentira)”, asegura.

El actual viceprimer ministro de Irlanda, antes primer ministro, Leo Varadkar, fue clave en los últimos días de las negociaciones para convencer a Johnson de que firmara el Protocolo, el principal escollo para que el Brexit saliera adelante. Se ha tomado lo suficientemente en serio los comentarios de Cummings como para arremeter duramente contra la credibilidad internacional del Gobierno británico: “El mensaje ha quedado claro. Que ningún país firme acuerdo alguno con el Reino Unido hasta que tenga claro que este Gobierno hace honor a sus promesas”, ha dicho a la BBC.

David Frost, el ministro encargado de negociar ahora con la UE, explica estos días una versión de las cosas mucho más inocente. El equipo de Johnson, según él, era consciente de que la aplicación del Protocolo de Irlanda iba a resultar complicado, pero firmaron con la voluntad de intentar cumplirlo. Han sido los sucesos de los meses posteriores -violencia protestante en las calles de Belfast o Derry; amenazas a los controladores aduaneros; estanterías vacías en los supermercados-, según Frost, los que han llevado al Gobierno británico a la conclusión de que el Protocolo estaba provocando precisamente lo que pretendía evitar, al poner en riesgo el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que trajo la paz a una región atormentada. El Protocolo retiene a Irlanda del Norte, territorio británico, dentro del mercado interior de la UE. Fue la solución para evitar una nueva frontera que partiera la isla de Irlanda (la República de Irlanda es la única frontera terrestre del Reino Unido con la Unión Europea), y no resucitar de ese modo tensiones y fantasmas. A cambio, el mar de Irlanda sería la línea de demarcación aduanera entre la UE y el Reino Unido. La propuesta nunca convenció ni a los partidos unionistas norirlandeses, que se consideraron traicionados y amenazan desde entonces con quebrar la frágil estabilidad política de la región, ni al ala dura del Partido Conservador, que consideró quebrada la integridad territorial del país.

Pero horas antes de que Bruselas planteara una solución amplia, que elimina casi un 80% de los controles aduaneros, el Gobierno de Johnson se ha sacado de la manga una nueva exigencia prácticamente imposible de complacer por la UE: quiere que el Tribunal de Justicia de la UE (TJUE), el máximo garante de las reglas del mercado interior, no tenga la supervisión del Protocolo, como Londres acordó y firmó. Lo han convertido en una nueva batalla ideológica con la bandera de la “soberanía” por delante. “Deben abordarse cambios importantes sobre aspectos fundamentales en el corazón del Protocolo, incluida la gobernanza [el tecnicismo con que Downing Street se refiere a la jurisdicción del TJUE], si queremos alcanzar un acuerdo duradero que obtenga el apoyo de Irlanda del Norte”, ha dicho un portavoz del Gobierno de Johnson después de conocer las propuestas de modificación del tratado realizadas por la Comisión Europea.

Cummings, sin embargo, ha descubierto todas las cartas de Johnson, al explicar que su equipo ya tenía pensado, en el momento de la negociación, desactivar parte del Protocolo a través de una nueva ley nacional: La Ley del Mercado Interior del Reino Unido. Con el propósito de coordinar las reglas de mercado de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, una vez abandonada la UE, el Gobierno conservador logró irritar a Bruselas con un proyecto legal que dejaba en manos de los ministros la decisión de imponer o no controles aduaneros entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña. Solo ante la amenaza de acciones legales de la Comisión Europea, Downing Street retiró la parte conflictiva de la ley.

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Puertos atascados

El Gobierno de Johnson se ha lanzado a su enésima batalla con Bruselas mientras se amontonan los problemas internos, derivados en gran parte de un Brexit mal gestionado. El puerto de Felixstowe, al noreste de Londres, ha comenzado a desviar hacia otros puntos los cargueros que llegan con contenedores. El mayor puerto del Reino Unido está al límite de su capacidad, porque la falta de camioneros ha retrasado drásticamente la salida de la mercancía acumulada en sus instalaciones.

Aproximadamente un 36% de las importaciones del país llegan a través de ese punto de entrada. Juguetes, artículos deportivos o muebles llegan al Reino Unido a través de Felixstowe. Son artículos no perecederos, y resulta más barato el transporte marítimo. Las empresas británicas ya han advertido al Gobierno de Johnson de que se vaya haciendo a la idea de unas Navidades problemáticas, en las que los consumidores van a encontrar muchos huecos en las estanterías de los grandes almacenes. Johnson dio finalmente su visto bueno, a regañadientes, a la concesión de 5.000 visados temporales, para que los camioneros de la UE pudieran acudir en ayuda al Reino Unido. Durante la pandemia, más de 20.000 de ellos regresaron a sus países, y las nuevas leyes de inmigración aprobadas después del Brexit, mucho más restrictivas, habían imposibilitado completamente su regreso. La solución, sin embargo, ha sido tardía, escasa y poco eficaz. Las cifras de conductores comunitarios que han solicitado el visado han sido prácticamente irrelevantes.

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