Una imputación mal fundada beneficia al acusado. Es lo que suele suceder con algunos de los fantasiosos expedientes de investigación urdidos por el teniente coronel de la Guardia Civil, Daniel Baena, su jefe de la unidad de policía judicial en Cataluña.
A saber, no acierta ni una. Aún no ha cosechado la menor pista de cómo se introdujeron las urnas para el referéndum ilegal del 1-O de 2017. Aún no ha sido siquiera reprendido por su falta de eficiencia.
Las pruebas pretenciosamente definitivas que recabó en el juicio del procés, como el famoso documento Enfocats, fueron descalificadas con sublime desdén, al reputarlas irrelevantes, por el presidente de la sala del Supremo, Manuel Marchena. Y las acusaciones lanzadas al Major Josep Lluís Trapero, a quien afeó que “aceptó un ascenso” por apoyar la consulta levantisca, sufrieron idéntica suerte en la Audiencia Nacional. Albert Batlle las desarboló con datos contundentes, ciertos. Así que el Major pasea justamente libre e incólume.
Ahora, la incompetencia, desaliño, desidia o mala fe de Baena provoca que los estrategas del Estado Mayor del procés que detuvo a todas luces sin pruebas concluyentes, sean liberados y de facto, beatificados.
Ese episodio no significa, como pretende cierta secta indepe, que toda la Guardia Civil, la Justicia en pleno y el entero Estado español hayan abierto una “causa general” contra Cataluña, o contra su porción secesionista: que estudien lo que fue la “causa general” del franquismo contra los republicanos, perfectamente orquestada desde El Pardo con técnicas de Goebbels.
La exoneración de Josep Lluís Trapero, la de Sandro Rosell e incluso las de activistas menos admirables —como Tamara Carrasco—, así como las condenas al PP por la Gürtel, al socialismo andaluz por el caso de los ERE o al cuñado del Rey, Iñaki Urdangarín, evidencian que el victimismo de algunos solo trasluce trastorno mental.
Estaba pendiente averiguar cómo operó el Estado Mayor clandestino del procés, cómo mandaban los visitantes nocturnos del Palau, cómo el Tsunami ordenaba a la masa que actuase cual robot, qué algortitmos utilizaron…. y hasta quiénes componían esa peña: ¡y nos traen episodios del nepotismo y la corrupción habituales!
La coyunda entre falta de transparencia y violación de las leyes democráticas ha facilitado hasta ahora su impunidad, amparándose en la falsa idea de que la democracia implique darle con la urna al rival.
Así que la creencia en la historieta del más lunático y putinesco de los conspiradores, Víctor Terradellas, sobre una invasión militar rusa; o el carácter parcial de la lista de los conspiradores, favorecen a estos y a su actuación secretista, antidemocrática.
Estas incompetencias han propiciado la reacción airada de la secta, incluso explicable. Y un espurio cariño en el trato a la conjura —verdadera— tal, que hasta el inquisidor cotidiano del Ara contra la prensa enemiga, Àlex Gutiérrez, oculta que uno de sus grandes subsidiados, Oriol Soler, fundó y presidió el diario desde el que ahora emite sus diatribas y condenas. Asquito.
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