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El infierno de un campeón de la NBA


El pasado 28 de julio, en mitad de un partido de la primera fase de los Juegos Olímpicos, al pívot australiano Aron Baynes, de 2,08m y 35 años, le cambió la vida. Se estaba jugando el Italia-Australia de la segunda jornada del grupo G en el Saitama Super Arena de Tokio y, aprovechando el hueco entre el tercer y el último cuarto, Baynes se marchó corriendo al baño para afrontar en condiciones el desenlace de un encuentro igualadísimo. Estaba siendo una de las piezas destacadas del equipo dirigido por Brian W. Goorjian, sumaba 14 puntos en 14 minutos. Pero no volvió; ni al partido, ni a jugar al baloncesto hasta la fecha. Cuando el entrenador le reclamó para regresar a la pista y el grupo se percató de su ausencia, un miembro del staff fue a buscarle y se lo encontró tendido en el suelo de los vestuarios, sangrando a causa de dos heridas profundas en el bíceps de uno de los brazos. Ahí comenzó un auténtico infierno para Baynes.

Mientras comenzaron a auxiliarle, los médicos intentaron explicarse lo sucedido. Unos ganchos para colgar toallas parecían la causa de los cortes y el golpe en la cabeza al caer, el origen de la conmoción de Baynes. Pero cuando el jugador retomó consciencia y la idea de ir al baño se dio cuenta de que no podía caminar, por lo que fue trasladado de urgencia a un hospital japonés. “Fue el momento de mayor soledad de mi vida. Recuperando y perdiendo el conocimiento, repasando mi vida y mi carrera. Llorando como un niño. Mi tío quedó tetrapléjico hace 10 años tras un accidente y, con esa experiencia, toda la familia estaba muy asustada”, ha explicado Baynes a la ESPN, en el repaso de su calvario. Una resonancia magnética descubrió que tenía una hemorragia interna que estaba ejerciendo presión sobre la médula espinal. El hormigueo en las piernas y la paralización del lado izquierdo aumentaron su angustia tras el diagnóstico. Además, los protocolos de aislamiento por la covid dejaron a Baynes solo en el hospital, incapaz de comunicarse de forma fluida con los médicos japoneses.

Un desafío desconocido para todo un campeón de la NBA. Un currículo forjado a contracorriente desde que en 2009 quedó fuera del draft y le tocó marcharse a Lituania para hacer carrera en el baloncesto. Del Lietuvos Rytas a la Bundesliga alemana y, después, Grecia y Eslovenia como destinos hasta que llegó el despegue definitivo. En enero de 2013 fichó por los San Antonio Spurs y, tras pasar por el equipo de la D-League, encontró hueco en el equipo que conquistó el anillo en 2014. Baynes jugó 53 partidos aquel curso con el conjunto de Popovich y 70 al año siguiente. Posteriormente pasó por Detroit, Boston, Phoenix Suns (con los que, en la 2019-20, firmó su mejor temporada: 11,5 puntos y 5,6 rebotes de media), y Toronto, con los que jugó 53 partidos antes de afrontar los Juegos de Tokio con la potente selección australiana liderada por Patty Mills.

Mientras sus compañeros hacían camino hasta la medalla de bronce, derrotando a la Eslovenia de Doncic en el partido por el tercer puesto, Baynes afrontó su particular batalla médica. Intentando buscar explicaciones a la situación, el repaso se centró en el primer partido del torneo. Aquel día, en el descanso del duelo ante Nigeria, Baynes sufrió una caída mientras calentaba para la segunda mitad. Las manos le resbalaron en el aro al hacer un mate y tuvo una mala caída con la cabeza y el cuello soportando el golpe. Ese día no volvió a jugar por precaución, pero ahí pudo empezar un tormento que no dejaba de repasar en su convalecencia. Entre la claustrofobia de una habitación minúscula para su corpachón y la angustia de la incomunicación, Baynes logró contactar con un neurocirujano australiano que le marcó un tratamiento con medicamentos y fisioterapia para reducir la inflamación y poder regresar a casa. Lo puso en práctica durante dos semanas con la obsesión de poder manejarse y coger así el vuelo de Tokio a Brisbane para estar de nuevo con los suyos.

Diez días después de su accidente, Baynes vio la ceremonia de entrega de medallas desde el hospital, en mitad de los ejercicios de fisioterapia y el tratamiento que le hacía mejorar lentamente. Su medalla fue el premio al esfuerzo en la recuperación. El hospital le permitió ver al médico del equipo y a los preparadores físicos durante 15 minutos. Sus compañeros Dellavedova y Sobey se hicieron pasar por médicos para sortear los controles de seguridad. Finalmente pudo regresar a Australia en un avión medicalizado en el que viajó sedado para aguantar las 13 horas de vuelo. Cuando finalmente llegó a su casa en Brisbane tuvo que pasar una cuarentena obligatoria de dos semanas en un hospital local hasta poder ver a la familia y recibir su impulso en la rehabilitación de ocho horas diarias. De la silla de ruedas al andador, de ahí a los pequeños pasos para reaprender a caminar solo. Meses de proceso hasta darse el regalo de volver a lanzar a canasta dentro de la terapia de fortalecimiento. Esta semana, Baynes asistió al partido entre Brisbane Bullets y Melbourne United donde vio a Dellavedova anotar 16 puntos en el triunfo del United. Decenas de niños se acercaron a pedirle fotos. “Como si nada hubiera pasado”, contaba Baynes tras seis meses de vuelta a la vida. “Quiero volver a jugar. No sé cómo será el camino, pero voy a darle una gran oportunidad”, cuenta el pívot australiano.

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