El infierno personal de la que ha sido la última superviviente de los hermanos Kennedy


En la familia Kennedy el éxito en la vida pública en muchas ocasiones no ha estado acompañado por la tranquilidad en la faceta personal. El pasado 17 de junio falleció a los 92 años en su casa de Nueva York, Jean Kennedy Smith, la octava de un clan de nueve hermanos considerados por los estadounidenses lo más parecido a los que ellos ha dado en llamar su plebeya y democrática familia real. Ambiciones, poder, política e incluso la presidencia de Estados Unidos alcanzada por su hermano John F. Kennedy, han compuesto una imagen de la familia que podría retratar el sueño americano. Pero al mismo tiempo las desgracias personales y los dramas de la vida cotidiana también han sido una constante para esta dinastía que de puertas adentro probablemente hubieran deseado una vida más placentera.

Jean, la única de los hermanos que aún vivía, tampoco se libró de lo que algunos ya han bautizado como la maldición de los Kennedy. Octava hija del matrimonio formado por Rose Fitzgerald Kennedy y su esposo, el poderoso patriarca, Joseph P. Kennedy, Jean Kennedy Smith participó en varias de las campañas políticas de sus hermanos, pero también fue la primera miembro femenina de de su generación que se involucró activa y seriamente en la política activa. Llegó a ser embajadora de los Estados Unidos en Irlanda para el gobierno de Bill Clinton y utilizó las raíces irlandesas de su familia para influir en el Proceso de Paz de Irlanda del Norte y conseguir que el IRA se sumara a la mesa de negociación. Criticada por pedir al departamento de Estado de EE UU que concediese una visa al presidente del Sinn Féin, Gerry Adams, esta controvertida medida aparentemente fue una de las que ayudó a que el IRA aceptará el alto el fuego en 1994 y por su contribución a ello fue reconocida ciudadana irlandesa honoraria en 1998.

Pero la paz para la que negoció en Irlanda no la logró en su familia. Ella fue quien presentó a sus hermanos, Jack, Bobby y Teddy (John, Edward y Robert) a sus futuras esposas, Jacqueline Bouvier, Ethel Skakel y Joan Bennett. Ninguno de los matrimonios fue una balsa durante los años que duraron, entre otras cosas porque los miembros masculinos del clan siempre tuvieron fama de mujeriegos. La misma Joan contrajo matrimonio el 19 de mayo de 1956 con Stephen Edward Smith, un apuesto miembro de una acaudalada familia de Nueva York, que después tuvo un papel fundamental en las carreras de sus cuñados. La boda se celebró en la catedral de San Patricio de la ciudad de origen del novio ante un público numeroso y cientos de curiosos que se acumularon en la entrada del templo. El novio cumplía con todos los requisitos para entrar a formar parte de la exclusiva familia: graduado en la Universidad de Georgetown en Historia; oficial en la Fuerza Aérea de Estados Unidos durante la Guerra de Corea, analista financiero y, como fue demostrando con los años, un brillante estratega político al que sus cuñados fueron convirtiendo en directores de campaña cuando lo necesitaron.

Pero igual que era sobresaliente en su trabajo, también fue un mujeriego de alto voltaje. Su propio cuñado Ted, que también fue uno de sus amigos más cercanos, lo elevó a los cielos al afirmar cuando murió : “Durante 34 años, desde el día en que se casó con Jean, Steve era como un hermano en nuestra familia. Era el asesor más sabio, el gerente de campaña más hábil y el mejor amigo que cualquiera de nosotros haya tenido. The New York Times lo describió con otra frase que lo retrata: “Steve Smith era el hombre para ver y ser visto en Nueva York”. El único problema es que tampoco tenía ningún problema en que le vieran por la ciudad con sus numerosas amantes, un hecho que conocía su esposa y que la sumergió en largas épocas de angustia, vergüenza y aflicción. El cuñado favorito del clan engañaba públicamente a su mujer y seguía la estela de conquistadores de sus cuñados Ted, Jack y Bobby.

Según Jerry Oppenheimer, autor de varias biografías sobre los Kennedy, “Jean lo sabía e inicialmente no hizo nada” sobre las andanzas de su esposo. “Al igual que Rose (la madre de los Kennedy), Jackie, Ethel y Joan (las esposas de John, Ted y Bobby), Jean enterró su cabeza en la arena e interpretó el papel de leal y amorosa esposa, al menos de cara al público”, le dijo una fuente a Oppenheimer. “Estaba demasiado avergonzada para confesar lo que estaba pasando, a pesar de que su cuñada, Jackie, le había dicho: ”Divorciate de ese hijo de puta. No es bueno para ti”. Jean lo pensó pero sus firmes creencias católicas la hicieron rechazar la idea. Sus cuñados, por otra parte, poco menos que le dieron la bienvenida al club de los tramposos del que ellos mismos formaban parte y, en cierta manera, le admiraban, porque en ese terreno era el más hábil de todos. Llegó a compaginar varias amantes que no se conocían entre sí. Manejó la fortuna de la familia y tuvo acceso a cantidades ingentes de dinero. Nunca se documentó que usara para su propio beneficio dinero de los Kennedy, pero él mismo afirmó que gastó “una gran cantidad de dinero comprando regalos para sus amantes”. Según una de las fuentes consultadas por Oppenheimer, Steve “sintió que era intocable, que tenía poder y prestigio para hacer lo que quisiera, especialmente en lo que se refería a las mujeres”. Entre los Kennedy era Dios y Jean, su esposa, tenía miedo de enfrentarse a él.

A los 37 años Jean, ya madre de cuatro hijos, vivió una aventura con el letrista Alan Jay Lerner, famosos por sus letras románticas, divorciado ya cuatro veces y antiguo compañero de Jack Kennedy en la exclusiva escuela Choate y en la Universidad de Harvard. Una amiga íntima de Jean afirmó que creía que era “la primera vez que estaba verdadera y locamente enamorada”. Lerner consumía anfetaminas pero durante un año hizo feliz a esta esposa desgraciada, hasta que en el camino se cruzó una joven periodista que terminó viviendo con él cuando todavía era amante de Jean Kennedy Smith. Jean se separó temporalmente de su esposo Steve Smith a mediados de los años 60 pero no tardaron mucho en reanudar su tóxico matrimonio e incluso adoptar dos hijas más, una de ellas vietnamita. Steve murió en 1990 a los 62 años de edad a causa de un cáncer de pulmón, y sin haber renunciado a sus aventuras fuera del matrimonio.

Solo un año después de su muerte, uno de sus hijos, William Kennedy Smith, de 30 años, estudiante de medicina de cuarto año, se encontraba de fiesta en Palm Beach con su tío, Ted Kennedy, que entonces ya tenía 59 años y fama de alcohólico y mujeriego. Will fue acusado de violar a una mujer que conoció en el elegante club Au Bar, un hecho que Ted Kennedy describió más tarde como “un fin de semana tradicional de Pascua”. Puede que recordando su propio escándalo ocurrido dos décadas antes, cuando Mary Jo Kopechne, se ahogó cuando el auto de Kennedy se hundió en el agua en la isla Chappaquidick después de una noche de fiesta.

El asunto se trató de ocultar como ocurrió años antes con el incidente de Chappquidick que protagonizó su tío, pero un mes después del presunto asalto Willy Smith fue acusado de agresión sexual y Jean estuvo al lado de su hijo para apoyarle y defenderlo. El mediático juicio, seguido por periodistas de todo el mundo, duró 10 días; una devastada Jean y muchos miembros de la familia acudieron a mostrar su apoyo al miembro del clan. Solo Jackie Kennedy y su hija Caroline se negaron a asistir. Willy terminó por ser absuelto. El poder Kennedy se dejó ver de nuevo en todo su esplendor y de puertas adentro también lo hizo la furia de una madre, Jean, que arremetió contra su hermano Teddy que era el acompañante de su hijo en la noche del escándalo. Sin embargo en sus memorias, publicadas en 2016, The nine of us, Jean Kennedy Smith dijo de sus hermanos: “Eran la fuente de mi diversión y los objetos de mi admiración”. Todo muy conveniente.


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