Yaakov Agayof se sentía hasta ahora decepcionado con el Gobierno de Benjamín Netanyahu al que ayudó a llegar al poder con su voto hace medio año. La semana pasada, tras la muerte de un conocido preso palestino en la huelga de hambre con la que protestaba por su encarcelamiento, las milicias de Gaza lanzaron un número elevado de proyectiles contra Israel en un solo día, 104. El Ejército bombardeó la franja, siguiendo el guion habitual, pero de una forma que le permitiese a la vez salvar la cara y evitar que la situación degenerase, como prueba que el único palestino que murió fue porque una piedra salió volando decenas de metros hasta el tejado de su casa. Tras 27 horas de fuego cruzado, se acordó un alto el fuego informal.
Este martes, 12 horas después de que el Ejército israelí matase en asesinatos selectivos a tres líderes de la Yihad Islámica y a 10 civiles ―principalmente sus mujeres e hijos, que estaban en casa cuando impactaron los misiles―, no esconde su satisfacción. “Lo que veía la semana pasada es que intentaban matarnos y que el Gobierno que nos prometió seguridad no hacía nada, que no había muertos allá. Esta mañana he dicho: ‘¡Gracias a Dios, por fin!’. Ahora al menos saben que también nosotros podemos disparar”, recuerda en Sderot, la localidad de 30.000 habitantes famosa por ser la más afectada por el lanzamiento de cohetes desde Gaza ―situada a apenas un kilómetro― cada vez que se dispara la tensión en la zona.
Siguiendo la tónica de las últimas dos décadas, Agayof, de 20 años, sabe lo que viene ahora: una andanada de cohetes. También el resto de habitantes de Sderot, donde las calles están casi vacías y hay apenas un puñado de comercios abiertos, de los que se ve salir a gente con bolsas más llenas de lo habitual. Los únicos autobuses que circulan llenos son los que evacuan a los residentes de la zona a otras partes de Israel.
Pero este ciudadano israelí lo considera como un peaje necesario, dure lo que dure. “Espero que esto solo sea el principio. Hace falta una operación de peso. El terrorismo no se va a detener hasta que pase algo grande, hasta que entremos [con las tropas]. Pero el mundo no nos deja hacerlo”, lamenta Agayof, votante de Sionismo Religioso, la lista ultra integrada en el Ejecutivo de coalición.
Inevitable
Otra gran ofensiva en Gaza sería la quinta. Las anteriores han dejado unos 4.000 muertos desde 2008 en este territorio bloqueado por Israel desde hace 15 años. Es una idea que se escucha con frecuencia en Sderot, donde se repiten frases y paradigmas que se resumen en un destino inevitable: los palestinos no quieren la paz, así que no se puede negociar una solución, pero tampoco hay una solución militar definitiva, así que no queda más remedio que hacer cada tanto una demostración de poderío militar que incluya asesinar a los líderes de Hamás, el movimiento islamista que controla Gaza desde 2007. Los civiles muertos son una parte indeseable, pero inevitable, de la ecuación. “No se puede hacer de forma que solo mueran los líderes. Y es eso, o que mueran judíos”, resume Agayof, mientras recoge una pizza para llevársela a la escuela talmúdica del nacionalismo religioso en la que estudia.
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SuscríbeteBaterías del sistema de defensa antiaérea israelí Cúpula de Hierro en la ciudad de Sderot, el 9 de mayo de 2023RONALDO SCHEMIDT (AFP)
Su opinión no es minoritaria en un país en el que, cuando la fuerza no resuelve un problema vinculado al conflicto con los palestinos, el diagnóstico suele ser que hace falta aún más fuerza. Particularmente en Sderot, bastión de la derecha y en particular del Likud, tanto por motivos demográficos como por estar en la primera línea de fuego. En los comicios de noviembre, los partidos de la coalición derechista de Gobierno obtuvieron en Sderot un 79% de los votos, según los datos del Comité Central Electoral. En Israel, la división izquierda-derecha depende a grandes rasgos de la disposición a negociar con los palestinos un acuerdo de paz, con la derecha ―que lleva en el poder gran parte de las últimas cuatro décadas― más partidaria de la mano dura, de mantener la ocupación militar y de promover los asentamientos.
Al alcalde de la localidad, Alon Davidi, que se encuentra de viaje oficial en Estados Unidos, le han preguntado esta tarde en la radio pública israelí sobre los civiles palestinos muertos. Ha ironizado con que pensaba que le preguntaba por los civiles israelíes, antes de recordar que la población de Gaza votó mayoritariamente por Hamás en las últimas elecciones legislativas palestinas, en 2006, un año después de la retirada unilateral israelí de la franja de sus colonos y soldados.
Daniel Landesman, de 31 años, 13 de ellos en Sderot, es otro de los que no quiere “una tirita cada año”, en referencia a los tres días de enfrentamientos del verano pasado, que concluyó con medio centenar de muertos palestinos, y a la más virulenta de 2021, que derivó en disturbios violentos en las ciudades israelíes con población judía y árabe. “Hay que arrancar el terrorismo de raíz. Lo que no quiero es despertarme y encontrar que hay un alto el fuego”, señala en alusión a la semana pasada. También Maoz, votante del Likud de 19 años, espera que los bombardeos de esta madrugada sean solo un “campamento de verano” comparado con lo que venga. “Espero que no paren ahora, que sigan lo que haga falta. Lo importante es no dejarles a ellos tener la última palabra”.
Roza, que emigró de Ucrania a Sderot hace justo medio siglo, compra bastante pan en uno de los pocos comercios abiertos, con vistas a los días por llegar. “Ya estamos acostumbrados. Incluso a esto uno se acostumbra”, admite. También ella espera que los ataques de este martes sean “solo el principio” y, a sus 75 años, no quiere moverse de casa por muchos cohetes que puedan caer. “Nos ha llamado mi familia en Rejovot [una ciudad cerca de Tel Aviv] insistiendo en que vayamos allá, pero yo me quedo. Que pase lo que tenga que pasar”.
Otros 2.000 han salido ya en cambio en sus coches particulares a casas de familiares en partes más seguras del país. Unos 4.500 se han registrado para ser evacuados a hoteles, como los ancianos Matti Danino y su mujer, Dina, que suben al autobús con una maleta con ropa para una semana. “En vez de evacuarlos a ellos [los palestinos de Gaza], nos evacuan a nosotros”, lamenta él. Como en 2021 y en 2022, se van de Sderot porque Matti tiene problemas de audición, así que no escucha bien las sirenas que alertan de la caída de un cohete, apenas 15 segundos más tarde. Se quedarán a cargo del Estado en un hotel en Tel Aviv.
Adiv Efraimov es una voz discordante. Estudia desde hace cuatro años en una conocida escuela de cine en la zona y come tranquilamente un shawarma [sándwich de carne típico de Oriente Próximo] en un local casi vacío. “No me enfada ver lo que ha pasado en Gaza, pero ya no sé lo que está bien y lo que no. Siempre escucho que hace falta, pero… ¿de verdad hace falta?”. Efraimov, de 27 años, recuerda que el nombre del Ejército nacional es Fuerzas de Defensa de Israel, poniendo el énfasis en la palabra “defensa”. “¿Usar más fuerza en Gaza, ¿qué es? ¿Lanzar una bomba nuclear?”, bromea.
Protesta
La semana pasada, tras el alto el fuego, unas 150 personas se manifestaron en la carretera de acceso a Sderot con lemas como “El pueblo pide asesinatos selectivos” o “Bibi [Netanyahu], despierta, el sur arde”. Además, los seis diputados de Poder Judío (uno de los dos partidos de la lista Sionismo Religioso, a la que Sderot dio un 24,5% de votos en noviembre y que lidera el titular de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir) comenzaron un boicot de las votaciones parlamentarias hasta que Netanyahu “entienda e interiorice que el objetivo de este Gobierno es ser plenamente de derechas”. Ben Gvir se ausentó además el pasado domingo de la reunión semanal del consejo de ministros en protesta por la “débil” respuesta militar en Gaza y por haber sido excluido del gabinete de seguridad que la decidió.
Protesta para pedir una actuación militar israelí más dura en Gaza, el pasado miércoles en la ciudad israelí de Sderot.Antonio Pita
En realidad, Netanyahu había dado luz verde inicial hace tiempo a los tres asesinatos selectivos y los confirmó la semana pasada en un foro político-militar reducido. A la espera de su ejecución, el Likud respondió a la rebelión de Poder Judío con un comunicado de tono inusual entre socios de coalición: “El primer ministro es quien decide […] quién participa en estas deliberaciones. Si eso es inaceptable para el ministro Ben Gvir, no tiene por qué permanecer en el Gobierno”. Este retó entonces a Netanyahu a destituirlo. Este martes, ha reaccionado a la operación con una frase similar a la del joven Agayof: “Es un buen principio”.
Durante la rebelión parlamentaria, los diputados de Poder Judío se desplazaron a Sderot. Uno de sus diputados más radicales, Almog Cohen, montó un estand en un centro comercial con gasolinera a la salida de la ciudad para protestar por la respuesta del Gobierno al que él mismo pertenece. “Hamás ha tratado de matar a nuestros hijos y eso no puede pasar. No podemos ceder siempre. Necesitamos una respuesta no proporcional”, defendía. Apenas lograba encadenar dos frases sin que alguien bajase a su lado la ventanilla del coche para decirle algo. Algunos, “Te queremos” o “Eres nuestra voz”. Otros le recordaban, con tono de reproche contenido, que no le votaron “para eso” o le animaban a salirse del Ejecutivo de coalición.
Este martes ha anunciado la retirada de su estand, cuyo lema ―”Justicia para el sur como justicia para Tel Aviv”― jugaba con una fibra muy sensible en Sderot, donde se concentran los sentimientos de agravio de ser periferia, mizrahíes (judíos originarios del norte de África y Oriente Próximo) y primera línea de fuego. Una de las frases más repetidas aquí es que, si cayese un solo cohete en Tel Aviv (símbolo del Israel privilegiado y secular), las autoridades reaccionarían de manera muy distinta.
Este martes, ese mismo centro comercial está casi desierto. Hay apenas unos cuantos periodistas nacionales de televisión y un grupo de soldados que descansa, a la espera de lo que ―como en las películas que comienzan por el final― todo el mundo sabe que acabará pasando.
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