Ícono del sitio La Neta Neta

El jaque mate de Ana Taylor-Joy

Los ojos de Anya Taylor-Joy atrapan al instante cuando lanza una mirada directa. Ella controla muy bien el gesto y lo utiliza con cautela, con timidez se diría. Lo mismo ocurre con su rostro, dotado de un atractivo juvenil hasta que se desdobla en una belleza singular y algo picassiana y hasta que su postura olvida la jovialidad cayendo en el hermetismo de los robots de Westworld o de la Madre de Raised by Wolves. Es un cóctel entre niña y mujer madura, inteligente e inocente. Habla inglés, francés y español de acento porteño. Esta es su lengua natal, pero también la que más vergüenza le hace pasar cuando habla en público, escondida tras el acento británico que aprendió con Harry Potter. ¿La razón? Es la lengua de su corazón, la de estar por casa, la que habla con los suyos. Y ese es el trozo de Anya que esta estrella de 24 años —una joven actriz que en un mes se coló en más de 62 millones de hogares de todo el mundo gracias a la serie Gambito de dama no quiere dar a conocer. “Hay una parte de mí que la gente más cercana conoce y entiende, pero que no estoy preparada para compartir con todo el mundo. Lo estaré algún día, pero ese día no es hoy”, adelanta serena y rotunda.

Su año ha sido 2020. Toda una paradoja, teniendo en cuenta cómo ha sido para el común de los mortales. El detalle no se le escapa, pero tampoco lo esconde. Como ella dice, echando la vista atrás, son muchos los sentimientos. “Esta pandemia ha causado muchísimo sufrimiento, pero personalmente me ha ofrecido un espacio para asimilar todo lo que me está pasando”, resume con esa voz que conserva un ligero tono de excitación adolescente hasta que se pone seria, modula los graves y suena a reina del terror. El pasado fue la consumación de seis años de carrera trabajando sin apenas descanso.

Anya Taylor-Joy, en un plano de uno de los capítulos de la serie ‘Gambito de dama’

Un año que comenzó con el estreno de Emma, nueva adaptación de la novela de Jane Austen que llevó a Taylor-Joy a un público más amplio que sus anteriores escarceos en el mundo del terror. También estrenó Los nuevos mutantes y pasó por Madame Curie, pero la explosión fue Gambito de dama. La serie de Netflix fue número uno en 63 países. La página de ajedrez Chess.com multiplicó por cinco el número de visitantes tras ver la adaptación de la novela de Walter Tevis y la venta de tableros de juego se multiplicó por 250. Todo gracias al personaje de Beth Harmon y su historia de superación personal como reina del ajedrez en la década de los sesenta. Y dado que han pasado 37 años desde la publicación de la novela, es imposible negar el peso que Anya ha tenido en el éxito de esta adaptación. “No puedo ser objetiva”, dice humilde pero sin sonrojo. “Desde que leí el libro, algo resonó en mí: la idea de que a veces somos nuestro peor enemigo. El hecho de que tenemos demonios pero que es posible superarlos, especialmente juntos; un mensaje que al menos tocó mi corazón. Siempre me entrego mucho. A todos mis personajes. Pero nadie como Beth tiene tanto de mí. Lloré cuando acabé el libro, lloré cuando acabé el guion, lloré al finalizar el rodaje, pero también gracias a Beth exorcicé muchos de mis demonios que ahora ya descansan. Por eso le estaré eternamente agradecida”.

“La pandemia causa sufrimiento, pero me ha ofrecido un espacio para asimilar todo lo que me está pasando”

¿Cuáles son esos demonios que tanto menciona, pero de los que no quiere hablar? El director M. Night Shyamalan sostiene que son cosas de actores. Trabajó con Taylor-Joy en dos ocasiones. La vio crecer entre las pelícu­las Múltiple (2016) y Glass (2019), con las que la dio a conocer, aun quedando eclipsada en ambos casos por James McAvoy. “Todos los actores tienen sus vulnerabilidades y no las esconden”, señala apuntando a esos demonios como si fueran la razón de su talento. “Anya es muy complicada, pero eso la hace mágica en cuanto la ves”. Así describe a la actriz. Por su parte, a McAvoy no le interesa el pasado, solo el presente de una actriz a la que envidia. Y habla así de ella: “Tiene tal talento en estado puro. Bella e interesante, sí, pero su presencia y su intuición es envidiable. Y le viene dado. No es que no tenga técnica, es que no la necesita. Tiene algo que no se puede aprender. Y lo dice alguien que sabe mucho de técnica”, afirma el intérprete escocés cultivado en el teatro antes de ser parte de los X-Men. Y otra aproximación a la protagonista de Gambito de dama: “Tenemos ese lazo de confianza que hemos formado y que forzamos al límite para hacer nuestro trabajo excitante y a la vez perfecto. Como debe ser”, resume Robert Eggers, el director que la descubrió con La bruja (2015) y que acaba de volver a trabajar con ella en The Northman.

Fotograma de ‘La bruja’, dirigida por Robert Eggers (2015) y el primer trabajo en cine de Taylor-Joy. AF Archive/agefotostock

Taylor-Joy es fruto de la unión de un banquero metido en el mundo de la motonáutica, Dennis Taylor, de sangre argentina y escocesa, y Jennifer Marina, angloespañola con algo de sangre de Zimbabue y también de Zaragoza, de donde es la abuela de la actriz. Taylor-Joy, la pequeña, se lleva más de 30 años con su hermana mayor (son seis) y siete con la anterior a ella. “Adoro a mi familia, aunque me pasé la vida rodeada de adultos. Nunca me sentí como una niña. No me quejo, solo que estuve mucho tiempo sola, a mi aire, jugando en bosques donde me inventaba criaturas, brujas, seres mágicos. Me montaba obras enteras en español. Y mientras mi familia era muy deportista, yo era un ratón de biblioteca”, recuerda de la infancia vivida en Argentina, adonde llegó con sus padres y hermanos procedentes de Miami, ciudad en la que nació.

El escenario cambió radicalmente cuando la familia se mudó a Inglaterra. Ella tenía seis años y tuvo que cambiar los perros, gatos, caballos y patos del bosque por un hámster de tres patas en un piso en Londres. “Me sentí tan confusa y desplazada… Solo quería volver a casa”, recuerda. Decidió no aprender inglés y así se pasó dos años, para ver si sus padres la mandaban de vuelta a Argentina. “Claramente, no funcionó”, se ríe ahora esta enamorada de Londres, donde ha pasado la pandemia y luego las fiestas, donde se acaba de comprar una casa y de donde le viene su sentido del humor. Pero el estómago y su corazón siguen siendo hispanos. “Esos churros con dulce de leche, el pan de provolone, las empanadas… Y ahora, los abrazos, la manera en la que nos abrazamos casi sin darnos cuenta. Eso es lo que extraño”.

Con 5 años les pidió a sus padres de regalo un agente artístico. Con 14 les dijo que se iba a Nueva York. Ahora sueña con rodar en castellano y con retomar a Beth Harmon, su personaje en ‘Gambito de dama’.

Lo que nunca cambió, ni en Argentina ni en Inglaterra, fue su sueño. O mejor dicho, su determinación, porque a los cinco años no les dijo a sus padres que le gustaría ser actriz. Les pidió un agente, como quien pide una muñeca por Reyes. Y a los 14 no es que se fuera de casa pero casi, porque tenía ahorrado el dinero del avión con destino a Nueva York. “Lo pasaba muy mal en la escuela y simplemente les dije: ‘No voy a ir más y tengo billete para Nueva York. Puedo contar con vuestro apoyo o, simplemente, marcharme’. Fueron increíbles conmigo”, recuerda ahora.

Suena como parte del guion de Gambito de dama, pero esa es Anya, llevada por la interpretación como Beth siguió su pasión por el ajedrez. “Beth y yo teníamos problemas desde chiquitas. Y también de mayores. Siempre nos sentimos solas, como separadas del mundo por un cristal. Un mundo en el que no encajábamos. Ha sido un largo camino hasta comprender que no tengo por qué encajar en una sola cosa para que los demás se sientan cómodos”, afirma. Hay elementos que han ido cambiando en ese tiempo. La narrativa de sus “amigos invisibles”, de “sus monstruos debajo de la cama que son reales”, frases que tanto mencionaba al principio de su carrera y que ahora desmiente como si nunca lo hubiera dicho. O ese otro momento ha nacido una estrella que tantas veces cuenta: el primer día de rodaje en La bruja, cuando, sin saber lo que era una marca o lo que significaba ser la primera en la hoja de rodaje, supo que ese era su lugar en el mundo. “Recuerdo que en Múltiple tuve que echarle la bronca como lo hago con mis hijos porque perdió el guion durante una noche de marcha con las otras actrices de la película”, recuerda hoy Shyamalan, “pero en Glass la vi convertida en una aspirante de directora, siempre mirando las tomas por encima de mi hombro”.

La actriz, en su papel de la joven Emma en la película ‘Emma’, de Autumn de Wilde (2020), basada en la novela de Jane Austen.

Las historias que no han cambiado ni con el tiempo ni con la fama son la de su descubrimiento como modelo mientras paseaba a su perro con tacones por delante de Harrods, en Londres. O el momento, también fortuito, en el que Allen Leech (Downton Abbey) coincidió con Anya en una sesión de fotos y la puso en contacto con su agente (todavía lo sigue siendo).

En la actualidad, a Anya se le acumulan los proyectos. Last Night in Soho, de Edgar Wright, que ya está rodando. O The Northman, una película épica de vikingos que la sacó del confinamiento para luchar contra los elementos junto a Eggers en Irlanda (adonde, por cierto, se llevó un tablero de ajedrez además de sus velas, sus chales y sus cuadernos de notas, en los que escribe a diario para sentirse en casa). Siguientes paradas, Furiosa, la precuela de Mad Max: Furia en la carretera que dirigirá George Miller y donde Anya será una joven Charlize Theron (“una gran inspiración y una gran suerte”, resume), y la adaptación de la novela de Vladimir Nabokov Laughter in the Dark, de nuevo junto a Scott Frank, su director en Gambito de dama. “Con Anya haces una amiga para siempre”, resume la también actriz Mia Goth, parte de la familia artística de Taylor-Joy tras trabajar a su lado en Asturias a las órdenes de Sergio Gutiérrez Sánchez en Marrowbone y luego en Emma.

La actriz, durante la gala de los Premios Bafta del cine británico de 2018, en el palacio de Kensington.

Sí, a Anya le gusta repetir. “No hay nada mejor que mi lazo con los directores. Ellos entienden mi vulnerabilidad. Es como una droga. De nuevo, amo la interpretación y además están todas las cosas que vienen con ello, que son maravillosas”, reitera. No se refiere necesariamente a la fama, que rehúye riéndose del momento en el que supo que había pegado el salto, con su fotografía en los laterales de los autobuses en Londres, para luego ver su rostro sucio de barro cuando, por culpa de la pandemia, la promoción de Emma se mantuvo en las marquesinas durante meses. Tampoco lo dice por esos otros beneficios como las alfombras rojas o la moda, aunque ahora le encanta la ropa. De hecho, se ha quedado con unos cuantos modelos de los que lució en Gambito de dama.

Todavía existe una Anya normal, esa que echa de menos las discotecas de Berlín en las que pasaba inadvertida bailando entre la multitud al acabar las largas jornadas de rodaje de la serie “rodeada de humanidad”. O la que tiene un punto débil por las películas de adolescentes tipo Cuenta conmigo. “Vaya llorera”, describe. Le encanta Tilda Swinton y se ríe recordando su flechazo por Devon Sawa, el chaval de Casper (1995). Lo que le falta a este work in progress que es Anya —como ella misma se describe— es esa película en español. “Estoy esperando a la persona correcta, el proyecto perfecto”, rumia pensando en voz alta lo mucho que se identifica en corazón y en cerebro con Guillermo del Toro. “Y sería especialmente divertido hacerlo en España, un lugar donde hay mucha pasión. Pero a saber si sería capaz. El español sigue siendo un idioma sagrado para mí”. Le es más fácil pensar en un futuro para la Beth Harmon de Gambito de dama. No es algo que vaya a ocurrir seguro, pero le intriga. “Me fascinaría verla como madre”, dice. ¿Y su propia ambición? “La palabra ambición suena negativa cuando se aplica a una mujer y eso no me gusta. Claro que tengo ambiciones. Soy ambiciosa con mi trabajo, soy ambiciosa queriendo ir más allá, buscando nuevas oportunidades. Soy de las que piensan que, si no creces, te mueres. Y yo pienso seguir creciendo tanto como me sea posible”.

A raíz de su estelar aparición en la serie de Netflix ‘Gambito de dama’, a la actriz —nacida en Miami en 1996 y criada en Argentina— se le acumulan los proyectos cinematográficos.

Source link
Salir de la versión móvil