El secreto de una esquina en un barrio obrero de Ciudad de México, una esquina desapercibida y alejada de los famosos museos o grandes parques de la capital, estuvo durante décadas muy bien guardado en una bodega al otro lado del Atlántico, en Suiza. “¿Sabía usted que este jardín fue construido por el famoso arquitecto mexicano Luis Barragán?”. Incrédulo, Francisco (Paco) Pérez, administrador del jardín en esa esquina y del conjunto residencial que lo rodea con cinco edificios, llamado Cobre de México, se sorprende ante la pregunta. “¿Qué? No, no, yo he vivido acá toda mi vida”, responde Pérez, un hombre de 47 años que nació y creció en este conjunto de 128 departamentos. “Esto fue construido por el dueño de una fábrica de cobre para sus obreros, Raúl Cano, pero no he escuchado de Barragán”, asegura, mientras carga una bolsa de basura llena de hojas secas que recogió esa tarde en el jardín. De ese espacio abierto, construido en 1965, solo dice que lo cuida con particular atención porque “es de las únicas áreas verdes de mi colonia”.
Pérez, segunda generación de una familia de obreros, estalló en risas cuando vio por primera vez fotos del jardín en la nueva página web de la Barragan Foundation, la organización que guarda los miles de archivos del icónico arquitecto desde 1995. Allí también hay un plano original del viejo jardín que Pérez limpia y cuida todos los días. “No sabía, y de haber sabido, lo hubiera presumido”, dice. Representante de su colonia, afirma: “Si el año pasado tuve que pelear en el concejo para que nos asignaran más presupuesto, ¡les hubiera dicho que el jardín es de Luis Barragán!”. Atónito, le pregunta a uno de sus ayudantes llamado Antonio si sabía que el jardín fue construido por el más importante de los arquitectos mexicanos, el segundo en el mundo en ganar el premio de arquitectura Pritzker, en 1980. “No”, le responde Antonio, también sorprendido de ver la foto del jardín en esta página web. “Pero la semana pasada vino un grupo a preguntar si yo sabía dónde estaba el jardín de Luis Barragán. Yo les dije que no. Pensé que estaban perdidos”.
Hace 26 años, el representante de una fábrica de muebles en Suiza adquirió la mayoría de los documentos del arquitecto Luis Barragán: unos 13.500 dibujos, 7.500 fotos, 3.500 negativos, y muchos documentos más como manuscritos, cartas o artículos de periódicos. Pero, salvo por unas pocas exposiciones, el acceso al archivo ha sido de muy difícil acceso para investigadores o fans del arquitecto (en un acto polémico muy conocido en México, una artista le ofreció en 2016 a la directora de la Barragan Foundation los restos del arquitecto, en forma de anillo, a cambio de que devolviera el archivo a México. La directora rechazó la oferta, pero apreció el gesto).
Hace dos semanas, la Barragan Foundation lanzó una nueva página web en la que se puede leer, por primera vez, una lista con los 170 trabajos que Barragán dibujó en sus 86 años de vida (falleció en 1988), algunos de estos acompañados de fotos y planos originales. “La lista presentada en la página web es el resultado de 25 años de trabajo”, dijo a EL PAÍS Federica Zanco, quien ha dirigido la Fundación en Suiza todo este tiempo. “Estas 170 entradas representan casi la totalidad de los proyectos desarrollados por Luis Barragán. Esto incluye algunas obras en donde la intervención de Barragán pudo haber sido marginal pero sustancial y documentada como, por ejemplo, la asesoría que Louis Kahn le pidió acerca del patio del Salk Institute en La Jolla, California”.
Luis Barragán es conocido en el mundo, sobre todo, como el arquitecto de enormes mansiones —propiedad de él o encargadas por hombres ricos de México– en las que transformó gigantes espacios en hermosos juegos de luces y sombras con paredes de colores, y en las que trabajó sus jardines como si fueran el corazón de la arquitectura. “Yo creo que los arquitectos deberían diseñar jardines para ser usados tanto como las casas que construyen, para desarrollar un sentido de la belleza como el gusto e inclinación hacia las bellas artes y otros valores espirituales”, dijo una vez Barragán.
Pero a diferencia de otros arquitectos de los años cincuenta y sesenta que trabajaban en enormes proyectos para el Estado —como Mario Pani— Barragán no trabajaba usualmente en proyectos del gobierno ni de interés social. “A Barragán no le interesó mucho eso”, explica el arquitecto Enrique de Anda, uno de los pocos que conoce la totalidad del archivo en Basilea, y fundador del Archivo de Arquitectura Moderna y Cultura Visual Mexicano. “No le gustaba mucho que hubiera un burócrata dándole órdenes, o que tuviera un jefe que le dijera que tenía tantos metros cuadrados en la planta baja de un edificio que estaba proyectado para oficinas de gobierno, por ejemplo. Él necesitaba mayor libertad”.
Tener la libertad para cambiar los muros o los colores mientras se observa el desarrollo de una construcción es un lujo que Barragán no estaba dispuesto a abandonar. “Lo que cuenta la historiografía es que él nunca tuvo un proyecto definitivo, porque cuando un cliente le decía que trabajara en su casa, conforme iba construyendo, también iba diseñando”, explica el profesor de arquitectura Gonzalo Mendoza. “Si no le gustaba un muro que había construido, lo hacía más chico, o más grande, y no cualquier cliente acepta esos cambios”.
Por eso, el pequeño jardín para los obreros de la fábrica de cobre es una rareza en la obra de Barragán, una que le tomó 25 años a la Barragan Foundation descifrar, contrastando los dibujos que tenían en el archivo con lo que exploraban sus investigadores en Ciudad de México (inicialmente pensaban que se trataba de un boceto para el proyecto residencial más lujoso en Lomas Verdes, en el que Barragán trabajaba con Juan Sordo Madaleno).
“Es necesario entender que en el archivo de Barragán raramente uno encuentra dibujos fechados, datos de cabecera de proyectos, o indicaciones precisas de su ubicación”, explicó Zanco a EL PAÍS sobre el enigma del mapa del jardín. Cuando los investigadores por fin llegaron a la Unidad Habitacional Cobre de México, en la colonia Obrero Popular, al norte de la ciudad y a kilómetros de las icónicas casas de Barragán, no les quedó duda: era el dibujo de Barragán hecho realidad.
“Aunque modesto en su tamaño y alcance, este proyecto le ofreció a Barragán la oportunidad de aplicar sus principios en diseño paisajístico a un contexto espacial y social que difería sustancialmente de sus trabajos previos”, dice la página de la fundación sobre el jardín descubierto. En los planos originales, el jardín de cemento en el centro de los cinco edificios residenciales toma la forma de una L, un espacio dividido en cuadros por largas banquetas de cemento pintadas de rojo y espacios para que jueguen los niños o para sembrar árboles (en la imaginación de Barragán, allí habría sauces llorones o fresnos. Pérez, el administrador, tiene árboles de durazno o naranjas).
Algunos de los pasillos que Barragán diseñó como parte del jardín ahora están cerrados (los vecinos pusieron barandas cuando el barrio se puso muy peligroso), pero el administrador ha logrado con un diminuto presupuesto evitar que se derrumben los muros de la entrada, las bancas para el descanso de los mayores y los espacios verdes para los niños. “Este lugar aguantó los temblores de 1985 y 2017”, dice Paco, orgulloso por el pequeño espacio de juegos para los niños de colonia Obrero Popular, que no guarda el glamour de los monumentos de Barragán ni tiene una sola placa recordando que por ahí pasó la mano del famoso arquitecto mexicano.
Proyectos no construidos
La nueva página web con las 170 entradas aún no tiene todas los fotos o mapas que sustentan cada uno de los proyectos (“poco a poco se irá subiendo más información, contenido e imágenes”, dijo Zanco a EL PAÍS), pero solo con la lista se ve otro aspecto de Barragán que es menos conocido que sus hermosas casas de colores y jardines: los proyectos que nunca realizó.
De la lista, aparecen casi 50 proyectos no construidos, sobre todo entre 1971 y 1986: un proyecto para hacer una tienda Calvin Klein, una casa para el director de cine Francis Ford Coppola en California o una tienda para una cadena de comida rápida llamada Chick n’ Taco. “La década de los setenta se trata de una muy difícil para Barragán. En esta empieza a tener algunos problemas de salud”, explica Zanco sobre la lista de proyectos que, muchos por razones desconocidas, fracasaron. “Además, en ese momento en México no parece ser muy favorable para el tipo de comisiones y clientes que tradicionalmente acudían a Barragán”.
Ante la crisis económica en México —y la dramática caída del peso mexicano y la crisis de la deuda en 1982— Barragán y su socio Raúl Ferrera intentaron encontrar cualquier dólar en inversores extranjeros. “El caso de Chick n’ Taco es emblemático de un despacho en busca de cualquier trabajo que pueda conseguir”, cuenta Zanco. En el caso de Coppola, el famoso director no encontró más dinero para invertir en la casa porque estaba filmando Apocalypse Now. Entre la emblemática película o la hermosa mansión, en ese momento, Coppola escogió la película.
Quizás lo mejor del archivo digital que se está subiendo poco a poco desde Basilea no son las hermosas fotos de las casas que construyó Luis Barragán en Guadalajara o Ciudad de México. Lo mejor, por ahora, son sus proyectos desconocidos, desde el jardín en un barrio obrero de México hasta los que nunca logró hacer realidad, como la tienda de Calvin Klein.
“El primer creador de mitos sobre Barragán fue Luis Barragán”, dice el arquitecto Enrique de Anda. Ante una personalidad que sus colegas reconocían como reservada y distante —no daba clases de Arquitectura, no se involucraba en el proceso burocrático de sacar permisos con sus colegas, no hacía parte de la Sociedad de Arquitectos de México— se crearon mitos alrededor de su figura que solo un archivo puede desmentir (se dice que contribuyó a la construcción de Cuidad Universitaria de la UNAM: no es cierto; se dice que fue fundamental en construir el Faro de Monterrey, un monumento icónico de la ciudad: es cierto). Al ver la lista de 170 obras, Barragán no es solo el arquitecto icónico que se ganó el premio Pritzker en 1980, sino el ser humano entero, que borra y dibuja de nuevo las luces y las sombras con las que juega en un jardín. “La historia no es solo hacer cuentas de los grandes triunfos, también las oscuridades cuentan”, dice De Anda. “Lo que me importa del archivo, como investigador, es ver ese proceso, ver con qué ideas empezó, y cómo las fue modificando con el paso del tiempo”.
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