El peronismo está dividido, una vez más. Para suerte de Argentina, las disputas ya no son a los tiros, como en los años setenta, sino con demostraciones de fuerza callejera. Quien moviliza a más gente, mejor representa el legado de Juan Domingo Perón. Lo sabe bien La Cámpora, la agrupación que lidera Máximo Kirchner, el hijo de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Este jueves 24 de marzo, Argentina conmemoró el 46 aniversario del inicio de la dictadura más sangrienta del Cono Sur americano. Y La Cámpora desbordó la Plaza de Mayo, el sitio donde se concentran todos los símbolos del poder político. El presidente Alberto Fernández no fue invitado a la plaza más peronista de Argentina. Prefirió entonces recordar con un pequeño acto protocolar a los científicos asesinados por los militares.
La Cámpora, y con ella Cristina Fernández de Kirchner, forma parte del Gobierno de Fernández. El divorcio, sin embargo, parece inminente. Los senadores y diputados que siguen a Kirchner votaron en contra del acuerdo que Argentina acaba de firmar con el FMI para refinanciar la deuda de 45.500 millones de dólares heredada del Gobierno de Mauricio Macri. Fernández consiguió la aprobación con los votos opositores, mientras Kirchner se ausentaba del Senado en el momento de la votación. Fue una declaración de guerra interna.
En los pasillos de la Casa Rosada corrió entonces el rumor de que la vicepresidenta preparaba una carta incendiaria contra el presidente, el hombre al que ella misma ungió hace dos años como candidato de su espacio político. La derrota en las Legislativas de noviembre del año pasado degradó la relación. Desde el kirchnerismo acusaron a Fernández por la derrota: dijeron que se había alejado de la gente, que la crisis económica era insostenible. El acuerdo con el FMI fue la gota que rebalsó el vaso. El kirchnerismo asocia al Fondo con todos los males argentinos y firmar en Washington era una afrenta a su base electoral. La Cámpora lo dejó bien en claro este jueves.
La agrupación kirchnerista convocó a sus simpatizantes frente al predio de la antigua Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó el mayor centro clandestino de la dictadura, hoy convertido en espacio para la memoria. La respuesta fue multitudinaria: a las diez de la mañana, los manifestantes ocupaban ya más de diez calles de la avenida del Libertador, una de las más anchas de Buenos Aires. Desde allí, las columnas recorrieron 13 kilómetros por el norte de la ciudad hasta la avenida de Mayo.
“A pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros muertos, de los desaparecidos, no nos han vencido”, cantaban los manifestantes. “No se va, no se va, la jefa no se va”, coreaban algunas columnas, en referencia a la vicepresidenta y las amenazas de ruptura que pesan sobre la coalición. Los cánticos y eslóganes peronistas se impusieron durante el recorrido sobre aquellos vinculados al Día de la Memoria. Sólo algunos pañuelos blancos, símbolo de las Madres de Plaza de Mayo, interrumpían la marea de banderas de La Cámpora y fotografías de Perón, Evita y los Kirchner.
La Cámpora estuvo ausente en la calle cuando el Congreso aprobó el acuerdo entre el FMI. La recuperaron este jueves para mostrar su rechazo. “Independencia económica”, podía leerse en una de las pancartas de la movilización. “Esa deuda que dejaron no la vamos a pagar”. “Con el hambre del pueblo no se jode nunca más”, cantaban. A lo largo de toda la ciudad hay pintadas en las que los camporistas exigen que no se pague al Fondo. “Primero que coman los argentinos”, se lee también en las paredes. Según las estadísticas oficiales, cuatro de cada diez argentinos son pobres.
En la cabecera de la movilización circulaba un autobús descubierto, desde el que la agrupación política retransmitió en streaming toda la manifestación. Desde allí entrevistaban también a los principales referentes del kirchnerismo, reacios a menudo a hablar con los medios. Desde allí disparaban contra el presidente Fernández, sin nombrarlo. “Cuando decíamos a la sociedad argentina que había que bancársela con los fondos buitre para que no ingresaran a la Argentina, era porque no queríamos que pasara lo que estamos pasando hoy”, dijo Máximo Kirchner desde el autobús reconvertido en estudio de televisión. “Cuando la gente está presente en un Gobierno, lo malo es menos malo y lo bueno es bueno. Es con la gente adentro. Siempre, compañero”, destacó el diputado nacional, convertido en la gran estrella de la movilización entre saludos y selfies.
Menos diplomático fue Andrés Larroque, ministro de Desarrollo en la provincia de Buenos Aires y hombre fuerte de La Cámpora. Larroque no se olvidó del presidente, la interna que divide a la coalición y la posición que consideran que ocupan en ella. “No nos podemos ir de algo que gestamos”, dijo. “El presidente estaba en un espacio político y fue jefe de campaña de un espacio que sacó el 4% en la elección de la provincia de Buenos Aires”, recordó, en referencia a los tiempos en lo que Fernández estaba enfrentado a Kirchner. El kirchnerismo le recuerda cada vez que puede que debe su cargo en la Casa Rosada a la vicepresidenta.
Las diferencias no se limitan al seno del Gobierno. También son visibles en la calle. La izquierda ocupó la Plaza de Mayo a partir del mediodía y se replegó pasadas las tres para dejar lugar a La Cámpora. “Si hoy estuviesen los 30.000 [desaparecidos] en esta plaza, muchas cosas no pasarían. Esos 30.000 no aceptarían al FMI”, dijo desde el escenario la titular de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora, Nora Cortiñas. “Todos los que apoyan al Fondo son traidores al pueblo”, agregó.
Alberto Fernández celebró su propio acto por la mañana, lejos de las multitudes. Acompañado por algunos de sus ministros, recordó con tono protocolar en la sede del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) a los científicos asesinados durante la dictadura. Desde allí convocó, una vez más, a la unidad del peronismo y a terminar con el debate interno.
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