Hasta cinco banderas de diferentes fuerzas ondean sobre la localidad siria de Tel Tamer y sus alrededores, en el noreste del país, recordando que la década de guerra que ahoga al país mediterráneo ha quedado encallada en una compleja lucha de intereses donde intervienen media docena de actores regionales e internacionales. Bachar el Asad tiene la victoria asegurada en el plano militar y, aunque una salida negociada para la paz ya no está en manos de los sirios, cada bando busca defender su proyecto para la Siria de posguerra. La bandera rusa ondea discreta sobre una antigua granja hoy reconvertida en base militar. A menos de 200 metros lo hace la oficial de la república árabe, junto a un póster del presidente El Asad. Un poco más allá, la de los kurdos frente a la bandera siria con las estrellas rojas, símbolo de la oposición armada. A pocos kilómetros, enseñas turcas. Cinco banderas que simbolizan un cruce de caminos, rescoldo del conflicto en el país, pero que sin duda simbolizan las dificultades del proyecto autónomo en el anhelado Kurdistán sirio.
La autopista M4, clave en la conexión de grandes ciudades en el país de este a oeste, atraviesa la localidad de Tel Tamer convirtiendo a los pueblos colindantes, de mayoría cristiana, en objetivos estratégicos de todos: El presidente, Bachar el Asad, quiere recuperar “hasta el último centímetro del país” —controla entre el 65% y el 70%—; los kurdos buscan reconectar los cantones que conforman el sueño de un Kurdistán sirio autonómico —tienen bajo su dominio entre el 25% y el 30% del territorio sirio, en el norte y en el este—, y Turquía intenta impedirlo apoyándose en las milicias locales sirias para crear una zona tampón al sur de su frontera con Siria —controlan entre el 5% y el 10%—.
Lo cierto es que desde la operación turca de octubre de 2019, con apoyo de fuerzas insurgentes locales, el frente de Tel Tamer apenas se ha movido 200 metros. Un acuerdo sellado entonces entre Ankara y Damasco vía Moscú lo ha congelado con el múltiple despliegue de patrullas y banderas. En la base de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, milicias kurdo-árabes), el soldado kurdo Chia asegura que “cada semana hay algún tipo de ofensiva terrestre de poca envergadura para hacerse con tal o cual poblado”. La noche anterior cayó muerto un miliciano enemigo, cuyo cuerpo fue retornado gracias a la mediación rusa.
Amenazados en el terreno por los turcos, milicias locales y el Gobierno sirio, y en la mesa de negociación por la oposición siria, que les ha expulsado de toda participación en el diálogo, los kurdos buscan aliados entre las poblaciones árabes con los que preservar el sueño de una autonomía de facto. Cuentan con un Gobierno político mixto, árabe y kurdo, bautizado como la Administración Autonómica del Norte y Este de Siria (AANES, por sus siglas en inglés) y un ejército, las FDS que, junto con los assayish —fuerzas kurdas de seguridad—, suman, según estimaciones, cerca de 100.000 hombres y mujeres. Gobiernan sobre una población de entre 2,5 y tres millones de personas y una extensión que abarca desde la frontera con Irak hasta, en el oeste, prácticamente los alrededores del cantón kurdo de Afrin, ocupado por fuerzas proturcas.
“Allí están los americanos”, afirma a las puertas de Tel Tamer un soldado ruso, que junto con otros 20 compatriotas sale de las tanquetas. Cada día escoltan durante unas tres horas de trayecto a un centenar de vehículos tdesde la ciudad de Ein Issa, donde el frente entre kurdos y milicias sirias proturcas sigue activo. “Ellos no salen de las bases ni protegen a los civiles”, dice el joven uniformado sobre los estadounidenses. La intervención rusa en Siria en 2015 salvó a El Asad, cuando el régimen se veía más amenazado. EE UU llegó un año antes en nombre de la lucha contra el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).
La lucha contra el ISIS (2014-2019) les brindó a las fuerzas kurdas el apoyo militar de la coalición internacional liderada por Washington y, sobre todo, la protección de su aviación en una contienda donde los cazas decantan la batalla hacia el lado vencedor. La situación ha cambiado. “Los cielos ya no están con nosotros”, lamenta Aram, portavoz del Consejo Militar Siriaco (parte de las FDS), en una posición cerca de Tel Tamer y a cargo de gestionar el masivo éxodo de esta minoría cuyos pueblos se vacían.
Turquía alega querer expulsar del norte de Siria al PKK turco —que considera un grupo terrorista—, aliado de las FDS en su proyecto social, político y militar. “El PKK está presente entre nosotros y tiene una gran influencia ideológica, pero no toma decisiones”, defiende Elham Ahmed, copresidenta del Consejo Nacional Sirio (CNS), brazo político de la Administración autónoma kurda. “Es solo una excusa. El PKK no está ni en Libia ni en Armenia [en referencia al conflicto de Nagorno Karabaj] donde Turquía ha desplegado también a sus soldados y mercenarios sirios”, afirma. “Rusia usa la carta turca para presionarnos a volver al poder de Damasco”, prosigue Ahmed.
Durante la contienda, las relaciones entre las fuerzas kurdas y el Ejército regular sirio se han mantenido cordiales a excepción de algunos encontronazos en Qamishli o Hasaka. Camiones cargados con crudo u hortalizas cruzan a diario los controles del Ejército sirio para abastecer a Damasco. “Nos reunimos una vez al año con el régimen, no podemos llamar a eso negociaciones”, sostiene en sus oficinas de Qamishli la dirigente kurda Ahmed. “Quieren que retornemos al sistema autoritario baazista [en referencia al Partido Baaz, que gobierna Siria desde hace 60 años] de antes de 2011”, prosigue esbozando media sonrisa. “Nuestras fuerzas están dispuestas a integrar las filas del Ejército regular sirio si se reconoce la especificidad de esta zona y los poderes descentralizados”, valora por su parte el comandante Siyamand Ali, en una base militar de Hasaka.
Cortejando a las tribus árabes
Desde que en 2014 se crearan las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG, por sus siglas en kurdo), estas han integrado progresivamente a gente de las poblaciones árabes vecinas en su avance contra el autoproclamado califato hasta formar las FDS. “Han demostrado ser el aliado más efectivo para la comunidad internacional”, se apresura a señalar Ali —antes que con las FDS, EE UU trató de aliarse con otros grupos armados sin éxito—. Sin embargo, la alianza táctica se circunscribe a la lucha antiterrorista, y no ha cuajado en un apoyo de Washington al proyecto autonómico.
Entre los logros del proyecto kurdo, señala Ahmed, se encuentran el cultural y lingüístico. Nuevos libros de texto cuentan por primera vez su historia y enseñan su lengua en las escuelas de la zona. Pero también se incorpora un elemento ecológico y de género inspirado, asegura, por la influencia del PKK. “Tomar posiciones y defenderlas”, resume así la estrategia de género Sozdar Afrin, comandante de las Unidades de Protección Populares femeninas (YPJ, por sus siglas en kurdo) en su base de Qamishli. Las milicianas se ganaron la simpatía de la opinión pública internacional al empuñar las armas y luchar contra los yihadistas.
La comandante Afrin defiende que las mujeres ocupan hoy los mismos cargos de decisión que los hombres en todos los puestos militares y políticos para representar los derechos legales del 50% de la población. Si bien se topan con la resistencia de un sistema patriarcal muy enraizado entre las poblaciones kurdas y árabes, también han logrado atraer a sus filas a un creciente número de jóvenes dispuestas a romper con el sistema heredado. Una revolución feminista en el seno de otra autonómica que necesitará de décadas para afianzarse, admite esta curtida miliciana.
En el complejo tablero bélico con frentes estancos, las alianzas se reconfiguran en torno a enemigos comunes. “No existe ya una oposición siria”, valora el comandante kurdo Siyamand Ali. “Tan solo mercenarios a sueldo de Ankara y políticos exiliados que están totalmente desconectados del terreno”, agrega en referencia a las fuerzas que controlan parcialmente la provincia oriental de Idlib y varias localidades en el norte fronterizas con Turquía.
“Raqa ha florecido durante los últimos tres años [desde la expulsión del ISIS en 2017]”, celebra en conversación telefónica y desde la que fuera la capital de facto del califato en Siria el jeque Mohamed Nour Al Dib, copresidente del Consejo Civil de Raqa —autoridad civil local—. Al Dib define también como “una alianza estratégica” la que une a los líderes árabes con los kurdos y una oportunidad para redefinir los poderes locales lejos de los dictados del Gobierno de Damasco, al que recriminan haber abandonado durante décadas los servicios básicos en la zona. Un proyecto que no está exento de críticas ya sea hacia la influencia ideológica del PKK en los poblados árabes como frente a una rampante corrupción en el seno de la AANES.
En caso de una guerra abierta entre Damasco y Ankara por recuperar este pedazo del noreste de Siria “algunas tribus pueden optar por aliarse con Turquía antes que someterse al régimen”, afirma desde Raqa un líder tribal que solicita el anonimato. Un nuevo baile de sillas en el tablero sirio en el que los kurdos se juegan a un aliado clave para la supervivencia del modelo autonómico.
Decenas de miles de desplazados por la ofensiva turca
Han transcurrido ya 18 meses desde que las tropas turcas, con apoyo de las milicias locales aliadas, lanzaran una ofensiva contra el norte de Siria para expulsar a las milicias kurdas, que tachan de grupo terrorista por sus vínculos con el PKK kurdo. Más de 120.000 personas siguen desplazadas, según las autoridades locales.
Bajo control turco ha quedado la localidad fronteriza de Serekaniya, cuyos habitantes esperan en otras poblaciones más al sur algún atisbo de negociación que les permita retornar a sus hogares. “Eso es Serekaniye”, lamenta la desplazada Fatima. Madre de tres pequeños en la treintena, señala con el dedo su ciudad natal, que se avista a pocos kilómetros desde la azotea de una casa abandonada por sus dueños durante los combates. Su familia ocupa hoy la precaria vivienda sin luz ni agua en el recóndito poblado.
Cada atardecer sube al tejado para mirar nostálgica al horizonte. Hace ya año y medio que la artillería turca irrumpió en su vida justo cuando bañaba al mayor de sus hijos en el hosh -patio interior-. Un pedazo de metralla alcanzó al pequeño justo antes de que Fatima huyera despavorida. “Imagínese el miedo que sentí que agarré a mis dos hijos mayores y corrí sin mirar atrás”, relata. Tan solo cuando logró reunirse con su hermana se percató de que se había dejado a su bebé de 40 días en la cuna. Regresó a por el pequeño en medio de los combates antes de huir durante cinco días a pie campo a través arreando junto a su familia al rebaño de ovejas, único medio de subsistencia.
Más al sur, en la periferia de la ciudad de Hassake, también en el noreste del país, más de 15.000 desplazados han acabado en el campo de Washukani. Allí los relatos de la guerra se multiplican entre unas familias que acumulan múltiples desplazamientos. “Al menos con el ISIS pudimos volver siete meses después a nuestras casas”, sostiene la profesora Estira Rachic, de 56 años y responsable del campo. En 2015 ya tuvieron que abandonar sus casas que fueron saqueadas por los yihadistas. Hoy, tras los bombardeos, no quedan muros a los que retornar, asegura.
Ya no queda sitio en el recinto así que más de 750 personas, incluida la familia de Fátima, aguardan a que se levanten nuevas tiendas. “Con la crisis económica en Siria, los desplazados que habían buscado refugio en casas ya no pueden hacer frente al coste del alquiler”, explica Rachic. La responsable lamenta la falta de ayuda internacional en el campo donde escasean las mantas y colchones y, molesta, señala que la cooperación extranjera “aporta más apoyo a los campos de Al Roj para familiares del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) que al de los desplazados cuyos hijos cayeron mártires luchando contra el califato”.
Exhaustos tras una década de muerte y desplazamientos, la minoría siriaca empieza a desaparecer del mapa de los poblados que rodean Tel Tamer. “Siete iglesias han sido destruidas y miles de vecinos han optado por buscar refugio en el extranjero, principalmente mediante lazos con iglesias en Australia y Canadá”, sostiene Aram, portavoz del Consejo Militar Siriaco. En Pueblos como Tell Jumaa, que albergaba a cerca de un millar de familias, dice, a penas quedan tres o cuatro. Husjaba Ibrahim, de 88 años es el más viejo del pueblo, donde vive junto con su esposa frente a la iglesia. “Una vez al mes leo algunos párrafos en la iglesia a las vecinas que aquí quedan”, relata desde el interior del templo. Es el único que habla arameo. En las calles desiertas, apenas varias ancianas, pañoleta sobre la testa, toman el fresco en silencio frente a la puerta de sus casas. “El apego a la tierra es mayor que el miedo a la muerte”, defiende el octogenario que cuenta con ocho hijos repartidos por el mundo.
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