Caterina Albert había cumplido 75 años. Era la decana de una tradición cultural proscrita y un libro suyo sería el primero de nueva creación que se publicaría en catalán después de la guerra. Pero ni eso serviría. Septiembre de 1945. Capas de prejuicios estéticos y morales se habían sedimentado sobre su obra hasta acabar sepultada por la condena del olvido. Y ella sigue, pule y escribe. Sobre la tensión entre pureza, muerte y deseo, que en la moral de sus narraciones se resuelve en un arco que va de la extrañez a la tragedia pasando por la maldad. Son asedios a un malestar: el malestar de la cultura. En ese libro de postguerra —Mosaic— se publicaron páginas autobiográficas, otras quedarían olvidadas entre sus papeles. Hasta hoy. Hay un nuevo Mosaic con estampas como El primer remordiment.
La autora ve a la niña que era en el jardín familiar. Camina por la gravilla y llega a una zona con azulejos. Se sienta en un banco protegida por la sombra de una acacia tan alta que en su seno abraza a un laurel. En la tierra hay musgo y un gato se le acerca para comer migas del panecillo. De entrada, reelabora el tópico del hortus conclusus: un jardín cerrado y paradisiaco donde la paz y la belleza se despliegan en alianza con la naturaleza. Es la escenografía idílica donde siempre pareció que Albert conservaba su misterio, solitaria en la casa señorial que heredó de sus padres en L’Escala. Pero entonces, sin que el lector pudiese preverlo, el idilio queda cancelado. Su alter ego se posesiona del recuerdo. Es Víctor Català. Ella fue la gran obra de Caterina Albert, como propuso Margarida Casacuberta en L’escriptora enmascarada (L’Avenç).
El nacimiento del pseudónimo es conocido. En 1898 Albert envía dos originales a un premio celebrado en Olot: el poema Lo llibre nou y el monólogo dramático La infanticida. En este último, que cierra la antología de cuentos La púa del rastrillo, ya concentra su imaginario turbio. Lo protagoniza una loca encerrada en un manicomio. En su discurso, alternando modulaciones emocionales, se cruza el pánico a la amenaza del padre castrador con el fervor del recuerdo del orgasmo experimentado con un hombre que la ha abandonado. Vivía con su familia en un molino y no tardó en saberse que había quedado encinta. Nace la niña. “¡En el acto la amé!”. El deseo sexual muta en amor materno, pero el llanto incontenible de la niña es el testimonio angustiado del malestar que la rodea y acaba desquiciada. Sin control sobre sí misma, sola, sin poder huir de la casa del padre, mata al bebé. Como vio uno de sus mejores lectores —Justo Serna—, es un “efectismo brutal”.
Su primer cuento, en el que una madre mata a su bebé, desencadenó un escándalo al saberse que ella era mujer
La infanticida ganó el premio al que se había presentado, pero se desencadenó un escándalo al saberse que el autor era una mujer. Tenía 19 años, no fue a recoger el premio y creó el pseudónimo para blindar su libertad creación. Incluso la blindaría su modelo de lengua. Ella —Caterina— mantendría la relación con el mundo mientras que él —Víctor— le permitiría regresar a ese imaginario tabuizado donde nada parecía poder frenar el vendaval de la animalidad. Podía intentar sortearlo, pero no desaparecía. Tampoco en esa estampa autobiográfica inédita hasta hoy. La niña, ingenua, está sentada en el banco del jardín cuando nota que una hormiga empieza a subirle por una pierna. La aparta. El insecto lo intenta de nuevo y el léxico que usa la narradora para describirlo se va sensualizando. Ella, que la mira con detalle y descubre su belleza, la aparta otra vez. La hormiga vuelve a subir por su pierna. Se distrae de los libros que tiene entre las manos y, sin razonar el gesto, le aprieta el cuello con la uña del dedo y la mata. Su capacidad para ejercer la violencia la deja “en un estado de ausencia mental absoluto”. Estira la pierna, las órbitas se le salen de los ojos.
Pocos años después del escándalo de La infanticida, Víctor Català escribe su obra maestra: la novela Soledad. Apareció por fascículos entre 1904 y 1905, en volumen en 1909 y ahora se publica en una nueva traducción castellana. La protagonista —Mila— se instala en una ermita de la montaña con su marido, pero la infelicidad es su cotidianidad. Una vía de salida podría ser un hombre que identifica con la pureza y al que desea hasta que constata que no podrá satisfacerla. Su marido lo matará. El vacío existencial de Mila, brutalmente, lo profana un personaje repugnante —Ànima— que la viola. Tuvo que pasar medio siglo para que Gabriel Ferrater analizase ese inquietante mundo simbólico: la novela era una alucinación erótica. También lo es Después del amor, escrito en 1949, uno de sus cuentos más extraordinarios. En una casa de campo que sufre una plaga de conejos, se cuenta la historia de otra mujer loca que mató a su marido en la cama quemándolo. Y entre llamas muere también La vieja, un cuento de 1902.
¿Por qué narraba el lado más salvaje de la vida? Aunque buscaba claridad, su mundo moral era morboso, truculento, tan libre como fascinado por el mal. Más que anacrónico, atávico. ¿Por qué instalarse allí?
Quien primero entrevió una respuesta fue Pere Gimferrer. El poeta reseñó la obra completa póstuma, de 1973, y subrayó la principal novedad de la edición: la inclusión de la maldita Un film. Editada en 1918, fue recuperada en 2015. Una editorial de prestigio y una serie de poetas críticos —de Enric Casassas a Blanca Llum Vidal— encendieron la llama lírica para incendiar la labor desarrollada por académicos durante años. La luz angustiaba. Esa extraña novela, pronto publicada en inglés, conectó con una nueva sensibilidad. La que podía descifrar la clave íntima de Nonat, el protagonista desclasado y maligno que quiere brillar para ser contemplado con la fascinación erótica de la elegancia queer. En su reciente biografía también analizó Anna Caballé esa compleja sensualidad. La que durante medio siglo la llevó a explorar sus demonios, con la verdad de los clásicos, para que nunca pudieran poseernos.
La púa del rastrillo
Víctor Català Traducción de Nicole D’Amonville Alegría. Club Editor, 2021. 320 páginas. 22,95 euros.
Soledad
Traducción de Nicole D’Amonville Alegría. Trotalibros, 2021. 309 páginas. 21,95 euros.
Mosaic III. Intimitats
Víctor Català. Club Editor, 2021. 320 páginas. 21,80 euros.
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