Olaf Scholz vuelve. Aunque en realidad, el candidato socialdemócrata a suceder a Angela Merkel siempre ha estado ahí. Es un político veterano, que ha sido casi todo en el partido, en Hamburgo, y en el Gobierno, donde ahora es vicecanciller y ministro de Finanzas. Scholz, de 62 años, conoce como pocos los pasillos del poder. Pero vuelve a la primera línea de su partido, donde apenas hace ocho meses los militantes rechazaron su centrismo frente a una opción más izquierdista. La gestión del coronavirus, acompañada de una lluvia de millones procedentes de su ministerio y la falta de un candidato mejor en un partido en horas bajas han acabado por encumbrar a este político flemático con fama de gestor eficiente.
Eso y los cálculos electorales de la nueva era que se abre en Alemania con la salida de Merkel y las elecciones de otoño del año próximo, en las que por primera vez no se presentará nadie con el plus de ser canciller en activo. El hueco que dejará Merkel cuando termine el año que viene su cuarto y último mandato es precisamente el que aspira a llenar Scholz. Se trata de replicar el éxito electoral del liderazgo tranquilo merkeliano. De ser capaz de transmitir seguridad y capacidad de gestión al electorado. Desde el centro.
Esos cálculos tienen sobre todo en cuenta los sondeos, en los que Scholz aparece a menudo entre los primeros puestos de la lista de políticos mejor valorados de Alemania. Porque como Merkel, el candidato socialdemócrata tampoco exuda carisma. Hasta el punto, que su aparente frialdad robótica, asociada también a las latitudes hanseáticas, le ha costado el apodo de Scholzomat. También como Merkel, es poco expresivo y a veces cuesta incluso escuchar lo que dice. Solo de vez en cuando, a este antiguo abogado laboralista se le escapa una media sonrisa cargada de sorna. Poco importa, porque si algo ha dejado claro el votante medio alemán en los últimos tres lustros es que no se deja seducir por las luces de neón de personalidades magnéticas o estridentes.
Scholz ha sido secretario general del partido con Gerhard Schröder, ministro de Trabajo entre 2007 y 2009 en el primer Gabinete de Merkel y exitoso alcalde de Hamburgo, la próspera ciudad del norte de Alemania hasta 2018, cuando asumió la cartera de Finanzas. Por eso, su rostro acompaña a los alemanes desde hace décadas –Scholz entró en el partido en 1975- y evoca todo menos renovación.
Pero lo cierto es que el titular de Finanzas ha sabido reinventarse y parece otro desde que el maldito virus se hiciera fuerte en Alemania y en el resto de Europa condenándola a la recesión. Scholz ha aparcado la ortodoxia presupuestaria que heredó y emuló de su predecesor, Wolfgang Schäuble, y ha desplegado, en sus palabras, “el bazooka”, o lo que es lo mismo, una lluvia de millones sin precedentes para empresarios, autónomos, asalariados, artistas y también para los vecinos europeos más afectados por la covid-19. A Scholz se le atribuye el impulso decisivo al plan de reconstrucción europeo. Ese quiebro le ha permitido, además, sentirse vindicado en su etapa de rigor presupuestario, en la que le llovieron las críticas dentro y fuera de su país pidiendo un plan de estímulos económicos para la mayor economía europea. Scholz siempre dijo que el momento no había llegado, que se tomarían medidas cuando hubiera una verdadera crisis. El desembolso ahora es posible, piensan en Berlín, gracias a haberse apretado el cinturón en tiempos de bonanza.
Ese giro social le ha permitido ganar adeptos dentro de su propio partido, del que a menudo se dice que es su enemigo más temido. Él es el candidato del aparato y de los barones, frente a las bases. Prueba de ello es la sonada derrota que cosechó en diciembre pasado, cuando se presentó para presidir el partido. Encajó con elegancia la derrota en la carrera para liderar el partido que acabó ganado un tándem izquierdista [Saskia Esken y Norbert Walter-Borjans] y crítico con la coalición en la que los socialdemócratas gobiernan con el centroderecha de Merkel. Eso, a pesar de que, como el resto de candidatos, invirtió ingente energía en el tour que les llevó por todo el país a batirse el cobre con los militantes. En aquellos salones de congresos era evidente que el tirón era muy limitado. Hubo incluso afiliados que se encararon con él por haber apoyado las reformas laborales de Schröder.
Eso era antes, antes de la pandemia. Timon Gremmels, diputado del SPD en el Bundestag sostiene que “es importante que tenga el apoyo de fuera del partido, pero lo cierto es que muchos de los que votaron a Esken y a Walter-Borjans ahora le apoyan porque han visto que durante la crisis del coronavirus ha sido muy flexible con el schwarze Null [cero negro o déficit cero] y prueba de ello es que la Ejecutiva votó por unanimidad”.
La derrota del año pasado no le hundió. En aquellos días, fuentes del partido próximas al candidato ya tenían en la cabeza 2021. Lo que de verdad estaba en juego, adelantaban, era la era pos-Merkel. Ahora, visto con perspectiva, aquel episodio puede que incluso le favoreciera. Que el partido tenga un tándem de presidentes izquierdistas y un candidato a canciller más centrista puede acabar siendo beneficioso para una formación en la que conviven dos almas. En el partido citan ahora la experiencia de Gerhard Schröder como canciller y Oskar Lafontaine al frente del SPD en los noventa.
El anuncio de la candidatura de Scholz era hasta cierto punto esperado, pero se pensaba que llegaría más adelante, y no en pleno rebrote pandémico, considerado por el resto de partidos un momento poco propicio para la contienda partidista. El anuncio resultó una auténtica sorpresa incluso dentro del partido, lo que supone un detalle que ofrece importantes claves, según Gremmels. Que no hubiera filtraciones, a pesar de estar al tanto distintas corrientes del partido, es un buen termómetro para los observadores internos de que el partido está de su lado.
Incluso sus mayores detractores, como Kevin Kühnert, el rutilante líder de las juventudes socialdemócratas, tradicionalmente crítico con Scholz y con el statu quo que representa el ministro de Finanzas. Kühnert le ha prestado esta semana públicamente su apoyo en un alarde de pragmatismo impensable hace meses. Porque según afirma, el objetivo es lograr una mayoría de izquierdas y “tal vez Olaf Scholz es más capaz que ningún otro para forjar una posible alianza que logre una mayoría”.
Pero todo puede dar aún infinitas vueltas. Queda mucho por aclarar en el megaescándalo de Wirecard, la compañía alemana de pagos que burló al supervisor financiero, bajo responsabilidad de Scholz. Pero, sobre todo, la pandemia va para largo y sus estragos sociales y económicos todavía más, lo que se prevé que desate consecuencias imprevisibles. Los socialdemócratas son conscientes de que el fin de la bonanza económica les puede favorecer electoralmente, pero también saben bien que falta aún más de un año para unas elecciones que se perfilan muy abiertas. Un año es una eternidad en los tiempos que corren. Scholz camina, mientras, sin excesivas prisas. Su dilatada trayectoria demuestra que lo suyo es la carrera de fondo, no la velocidad.
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