El Manchester City derrotó al Burnley sin hacer excesos (0-2). Le bastó con desatar a Silva y a Gundogan para controlar la situación y afirmarse en el liderato de una Premier que ya será muy difícil que se le escape. Con un partido menos que sus competidores, el equipo de Guardiola sumó 47 puntos, seguido del gris United (44), el joven Leicester (42) y el declinante Liverpool, que se estancó en 40 puntos después de dejarse sorprender por el Brighton (0-1).
Anfield vacío es el más conspicuo de los esqueletos de multitudes y una invitación clamorosa al fútbol característico de tiempos de pandemia. Sucede que no sucede nada. Los equipos fingen una actividad, una disputa, una formación. Los jugadores hacen ejercicio, gritan, piden la pelota, se gustan incluso, la soban, la pasan y pasan el tiempo. Pero es difícil ver en todo ese movimiento una acción genuinamente agresiva, una sintonía en las asociaciones, una entrega total y continuada. Escasean los desmarques, no abundan los actos valerosos, nadie se la juega y en cambio todos cumplen con la prestación de servicios esenciales. Así jugaron el Liverpool y el Brighton.
El Brighton viajó al norte a siete puntos del descenso. La presión la dejaba para otros. No tenía nada que perder en Anfield y muy poco que ganar. El Liverpool jugaba en cambio por los grandes premios. Si sumaba tres puntos seguiría enganchado a la carrera por el título. El reto no debió estimularle demasiado. Antaño el pelotón más febril del mundo, el equipo de Jürgen Klopp avanza por la vía de la disolución. En los pequeños ahorros de energía reside su ruina. La lesión de Sadio Mané, el más rabioso de sus hombres, le despojó del poco ánimo que le quedaba.
El Liverpool controlaba la pelota sin desequilibrar, como si en el cadencioso girar de la posesión esperase generar algún desborde por somnolencia del adversario. El Brighton se cerraba y esperaba. El Liverpool remataba fuera de palos. El Brighton ni tiraba, dejándose arrullar por la gimnasia del 4-4-2, los diez jugadores de campo basculando de derecha a izquierda sin abrir brecha, regularmente formados y anestesiados por la disciplina. Hasta que se produjo un contragolpe. Una maniobra rutinaria. Balón a banda derecha, a Solly March, extremo zurdo a pierna cambiada, que recibe, se gira y centra al segundo palo sin mucha fe. Ahí aparece Dan Burn, que le gana la espalda a Trent Alexander-Arnold y cabecea a la olla. Despeja Philips y la pelota rebota en el pie de Steve Alzate. Remate accidental. Primer remate del Brighton a puerta. Y gol. Gol gravísimo: 0-1. Tanto determinante porque el Liverpool no ha cambiado de marcha en una hora y los jugadores, cuando llevan tanto tiempo si acelerar, pierden la capacidad de hacerlo. No hay interruptor para devolver a la tropa a la tensión competitiva cuando el cerebro ha estado tantos minutos, tantos partidos, en servicios mínimos.
Qué mal está el fútbol y qué mal está la Premier. Qué desorientados marchan el Liverpool, el Arsenal, el Tottenham y el Chelsea en su travesía del desierto del coronavirus. Qué lógico que, en este contexto de apagamiento general, el monótono Manchester United de Solskjaer parezca un buen equipo y se permita el exceso de meterle 9-0 al desastroso Southamton. Entre tanta ruina solo destaca el City de Bernardo Silva y Gundogan, verdaderos motores de la única máquina capaz de volar en el fútbol inglés.
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