“He cometido errores, pero yo no soy un asesino”, dijo Salah Abdeslam, principal acusado por los atentados islamistas del 13 de noviembre de 2015 en los que un comando de nueve hombres asesinó a 130 personas en la sala de conciertos Bataclan, varios cafés del este de París y el estadio Saint-Denis. Después, el presidente del tribunal, Jean-Louis Périès, declaró: “La audiencia queda suspendida”. Y así quedó el lunes visto para sentencia, 10 meses después de la primera sesión, el mayor juicio antiterrorista de la historia de Francia.
El veterano Périès, que prevé jubilarse en cuanto haya dictado sentencia, y el resto de magistrados que componen el tribunal, se han encerrado en un cuartel militar en la región de París (la localización, por razones obvias, no se ha desvelado) para retomar los argumentos de la acusación y la defensa, evaluar las pruebas, reconstruir los hechos y pronunciar, de acuerdo con su “íntima convicción”, las condenas para Abdeslam, único superviviente de los comandos que atentaron en París y Saint-Denis, y los otros 19 acusados. La decisión se dará a conocer este miércoles a partir de las 17.00, hora local, en la última sesión del juicio en el Palacio de Justicia de la isla de la Cité, en la capital francesa.
La Fiscalía ha pedido la reclusión criminal perpetua irreductible —el término con el que se refieren a la cadena perpetua en Francia— para Abdeslam, quien participó en los preparativos de los atentados, se desplazó desde Bélgica a París para perpetrarlos y finalmente no activó (por decisión propia y “humanidad”, como sostiene el acusado, o porque el detonador falló) el chaleco explosivo con el que se disponía a cometer una matanza y a suicidarse. La cadena perpetua irreductible solo es revisable a partir de los 30 años de prisión. Es la mayor pena que contempla el Código penal francés. Raramente se ha aplicado. El resto de penas solicitadas van desde los cinco años de prisión a la cadena perpetua para varios miembros de la célula terrorista y combatientes del Estado Islámico, y la perpetua irreductible para Abdeslam y otros acusados en ausencia.
“Vuestro veredicto no curará las heridas, visibles o invisibles, no devolverá a los muertos a la vida”, dijo hace dos semanas la abogada general Camille Hennetier, una de los tres representantes de la Fiscalía Nacional Antiterrorista. “Pero al menos podrá asegurar que aquí los que tienen la última palabra son el derecho y la justicia”. Martin Vettes, uno de los abogados de Abdeslam, dijo el viernes mientras se dirigía al tribunal: “Lo que se les pide a ustedes, en el fondo, es sancionar a Salah Abdeslam de modo que la sanción esté a la altura del sufrimiento de las víctimas. Pero esto se llama Ley del talión, en una versión moderna y revisitada”.
Todo ha sido superlativo en el macrojuicio por el ataque terrorista más sangriento que este país sufrió en una década marcada por el terrorismo autóctono. Estos años han dejado centenares de muertos y heridos a manos de la versión más violenta del islamismo, han llevado a las autoridades a aprobar leyes de excepción, y han confrontado a los franceses con la presencia en barrios y ciudades de jóvenes educados en las escuelas de la República y dispuestos a destruirla.
Han sido, desde el 8 de septiembre, 148 días de audiencias, más de 400 testimonios de supervivientes y familiares, 330 abogados, cinco magistrados, medidas de seguridad y una sala de audiencias construida para la ocasión, 14 acusados presentes (y otros seis ausentes, quizá muertos en Siria o Irak), y todo grabado por ocho cámaras: imágenes y sonidos para la Historia. Lo esencial era esclarecer, en lo posible, las responsabilidades de cada uno de los acusados y su culpabilidad, pero el juicio también ha tenido algo de terapia (unas víctimas, y una nación ante su peor pesadilla) y de catarsis colectiva.
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“Sí, ha sido una catarsis”, dice en un correo electrónico Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario de Florencia y especialista en islamismo. “Lo ha sido al permitir que las víctimas se expresen, se conozcan entre ellas y, sobre todo, interpelen a los acusados. Las víctimas han descubierto que tenían en frente a individuos ordinarios, más bien perdidos, no muy sofisticados y tampoco superhéroes diabólicos. En este sentido, el proceso ha desinflado la imagen heroica de los terroristas, imagen que circulaba por las redes sociales y suscitaba vocaciones”.
Hay otro aspecto del juicio que, en opinión de Roy, deja en mala posición a los yihadistas. “Afirmaban que [los atentados] eran una réplica a la intervención del ejército francés en Siria”, argumenta. “Pero se radicalizaron antes de esta intervención. Y nunca mencionaron la intervención francesa en Malí, donde el ejército francés estaba en primera línea. Se ve cómo viven en un mundo imaginario, desconectado de las verdaderas cuestiones estratégicas”.
Roy, autor entre otros ensayos de La yihad y la muerte, cuestiona el discurso según el cual “los terroristas atentan contra nuestros valores”. “¿En qué es un valor el concierto en el Bataclan? De hecho, es una forma de ocio. Y en esto, tanto las víctimas como los magistrados fueron claros: el objetivo no eran los valores occidentales, sino simplemente un modo de vida, una cotidianidad. Es lo que la abogada general resumió con la fórmula: ‘El terrorismo es la tranquilidad imposible’. Quizá sea la mejor manera de mostrar la vanidad del terrorismo. Es decir, el desajuste entre su pretensión de destruir la civilización occidental y la inutilidad de su acción: solo destruye vidas, pero ni siquiera un modo de vida, y aún menos una sociedad”.
En la última audiencia, el lunes, los acusados tomaron la palabra: algunos lloraron, uno calló, varios expresaron su remordimiento y presentaron excusas, otros condenaron el terrorismo y aseguraron que ignoraban los planes del comando con el que colaboraron. Abdeslam (Bruselas, 32 años) quiso explicar lo que llamó su “evolución”: el silencio desde su detención en 2016 y durante su primer juicio en Bélgica, la actitud desafiante al inicio del proceso en París al declararse “combatiente del Estado Islámico”, y la supuesta transformación que ha sufrido durante estos 10 meses y que le llevó en abril a decir: “Quiero presentar mis condolencias y disculpas a todas las víctimas”.
Tan destacable es lo que, durante estos meses, se ha conocido sobre los atentados (desde los preparativos hasta la reconstrucción minuciosa gracias a los testimonios) y sobre el funcionamiento de las células del Estado Islámico y la psicología de los terroristas y sus cómplices, como lo que no ha ocurrido en este tiempo. Durante el proceso del 13 de noviembre de 2015, Rusia invadió Ucrania y se celebraron elecciones presidenciales, pero ha habido una diferencia notable con el juicio en otoño de 2020 por los atentados islamistas de enero de 2015 contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado Hyper-Cacher, que resultó en condenas de entre cuatro y 30 años de prisión. Durante aquellos meses, un terrorista de origen checheno decapitó a un profesor de instituto, Samuel Paty, y un inmigrante tunecino mató a cuchillazos a tres personas en una iglesia de Niza. Esta vez, Francia ha tenido un juicio en paz.
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