Fue la última tierra que pisó Colón antes del Descubrimiento, y de ahí su sobrenombre de isla Colombina. Aun compartiendo el mismo origen volcánico que las demás islas canarias, hace 22 millones de años que no conoce la menor erupción, y, en ese sentido, conserva el ADN del archipiélago: seca en sus contornos y verdísima en su centro, con playas negras y rubias en su litoral. “La Gomera es como un flan, cuya cúspide de caramelo es el Garajonay”, explican, con logrado didactismo, algunas guías turísticas.
Con un perímetro de perfecta redondez, el gran atractivo para el viajero son las paredes casi verticales de su coso. “Isla-tobogán”, la llamó el poeta gomero Pedro García Cabrera (1905-1981); y es que, se vaya por donde se vaya, destaca su profusión de acantilados, valles, roques, degolladas. Entre tanta y tan pronunciada orografía proliferó el célebre silbo gomero, un medio de expresión único en el mundo (declarado en 2009 patrimonio oral e inmaterial de la humanidad), que resulta inteligible en un radio de hasta tres kilómetros de distancia, y cuyo origen se remonta a la cultura prehispánica.
08.00 Repostar en la Villa
El viaje suele empezar y concluir en el valle de San Sebastián, la Villa (1, pinche sobre el mapa para verlo ampliado) como llaman los gomeros a su capital. A media hora de ferri desde la playa de los Cristianos, en el sur de Tenerife, en su infraestructura hotelera destacan establecimientos veteranos como el asequible y funcional hotel Torre del Conde (2), y el lujoso parador (3) (Cerro de la Horca, s/n), un portento de arquitectura y botánica autóctonas, con imponentes vistas a la bahía, y que, junto al restaurante El Charcón (4), en la recoleta playa de La Cueva, asume también la más selecta oferta gastronómica.
San Sebastián, de casi 9.000 habitantes, semeja una apacible aldea grande y colonial, detenida en el tiempo, crecida en torno a la larga y rectilínea calle de En Medio (5). En ella se concentran los vestigios del máximo esplendor que conoció, en el siglo XVIII, como la Casona de los Hidalgos (Ascanio, Bencomo, Echevarría, Condal…); y conduce, asimismo, a la austera pero rica en detalles interiores iglesia de la Asunción, incendiada y reconstruida, y al colindante Museo Arqueológico de La Gomera (6) (plaza de la Iglesia, 8), con interesantes paneles sobre el patrimonio y la historia de la isla. Destacan las inmediaciones de la plaza de la Constitución (7), con quedas terrazas de sabor isleño, donde se alza el edificio de la Aduana, en cuyo pozo Colón se abasteció de agua para su primer viaje a América.
10.00 La torre del conde y Beatriz de Bobadilla
Pero la principal leyenda del paso de Colón por la isla Colombina la alberga el totémico obelisco de la Torre del Conde (8). Según se cuenta, en sus dependencias retozó el almirante con la hermosa Beatriz de Bobadilla, exilada en la isla, al parecer por designio de la Corona, para apartarla de sus recurrentes entendimientos con Fernando el Católico. El cuidado y extenso jardín de la torre es hoy un verde remanso para el apacible paseo.
12.00 El lecho de Gara y Jonay
Mejor documentado por las crónicas está el amor que se profesaron, hasta la inmolación, los jóvenes príncipes guanches Gara y Jonay, que dan el nombre a la imponente reserva de laurisilva que domina la isla (9). Focalizado por la laguna grande, un espacio de culto entre los aborígenes, el parque nacional —patrimonio mundial desde 1986— abarca 3.984 hectáreas de verdor húmedo y umbrío, con aspecto envolvente de un bosque encantado. Hasta un total de 40 especies endémicas se aglutinan en él, entre laureles, musgos, brezos, fayas, helechos, adelfas, tejenistes, viñátigos, barbusanos, madroños…, y su peculiaridad es la llamada lluvia horizontal, a través de la permanente absorción arbórea de la nubes de los alisios. Fue en su cima, en el Alto de Garajonay (10), a 1.487 metros de altitud, donde el tinerfeño Jonay y la gomera Gara se atravesaron el corazón con la doble punta de la rama de un cedro, ante la negativa al matrimonio por parte de sus progenitores. En su cogollo destaca el Bosque del Cedro (bosque húmero de laurisilva con un arroyo que corre todo el año), y en las inmediaciones, la fortaleza de Chipude (11), de plana y extensa cumbre, totémica para los guanches, en un enclave que ofrece una privilegiada panorámica de la isla.
14.00 El rico puchero de doña Efigenia
La excursión al Garajonay es sinónimo de repostar, antes o después, en Casa Efigenia (12) (Las Hayas, plaza de los Eucaliptos), emblemática casa de comidas con bella trastienda, asistida por la amable señora, y en la que se sirve un rico puchero con productos de su propia huerta (10 euros), con un mojo picón y un almogrote (pasta de queso y pimentón típica de la Isla) de chuparse los dedos. Rumbo al sur, en Alajeró, destaca Playa Santiago (13), una apacible bahía de arena y callaos moteada por restaurantes y chiringuitos de buen pescado fresco —entre ellos, la veterana La Cuevita, al pie del acantilado—, y donde destaca el hotel Jardín-Tecina (Lomada de Tecina), de cuidada arquitectura canaria y con acceso en ascensor a la playa. Pero es, sobre todo, el extenso litoral de Valle de Gran Rey (14), al suroeste, el centro turístico la isla. Su descenso ofrece uno de los paisajes más espectaculares. De parada obligatoria es el mirador de El Palmarejo (15), obra de César Manrique, que permite la plena contemplación del valle a los pies, cuajado de palmeras sobre bancales, como si se tratara de un anfiteatro sobre un paisaje bíblico.
19.00 Hombre en función del paisaje
Si bien lo suyo sería dejar el atractivo pero menos frecuentado norte de la isla para la siguiente jornada, una tendencia al alza es el turismo rural específico en esa área. Destaca el acogedor municipio de Hermigua (16), largo y empinado, con olores a campo, que desemboca, junto al pescante, en un haz de marítimas piscinas naturales. Allí se encuentra el hotel Ibo Alfaro, uno de los establecimientos pioneros. Y, más al norte, Agulo (17) realza, con gran colorido en las fachadas de las casas, la pendiente que conduce al mar.
El mirador de Abrante y el centro de visitantes son dos de los emblemas de la localidad del célebre pintor y muralista José Aguiar (1895 -1976). Luego, cortejado por el impresionante monolito del Roque Cano, se halla Vallehermoso (18), el municipio más extenso de la isla, en cuyo casco abundan las casa señoriales que dan cuentan de su tradicional prosperidad agrícola. Es la localidad natal de García Cabrera, que legó uno de los más importantes tratados de la literatura canaria, El hombre en función del paisaje. Al norte, en el confín de la isla, se hallan los acantilados de Los Órganos (19), que solo pueden contemplarse desde el mar.
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