Mientras Carlos III se daba un baño de masas al llegar al Palacio de Buckingham y la multitud gritaba “Dios salve al Rey”, a unos cinco kilómetros de allí, en las calles del mercado de Portobello, turistas y jóvenes británicos paseaban, empujaban carritos de niños a la salida de la escuela y tomaban café con los amigos. Nada permitía a primera vista adivinar que al otro lado de Hyde Park se encontraba el epicentro del seísmo que ha hecho temblar los cimientos del Reino Unido. La de las inmediaciones de palacio y la de quienes no se acercan a dejar flores son dos de las realidades que conviven en un país que adoraba a su Reina, pero que tras su muerte ve cómo las grietas en torno a la sucesión comienzan a asomar sobre todo entre la población más joven.
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Es previsible que la proclamación de Carlos III, que ya ha sucedido a Isabel II, despierte una ola de simpatía por parte de una población dispuesta a darle un voto de confianza. Pero los testimonios de algunos de los jóvenes que pasean por Portobello dan a la vez una idea de la magnitud del reto al que se enfrenta el nuevo rey. Carlos III, a sus 73 años, no goza ni mucho menos de la popularidad de su madre. Obtiene un 42% de apoyo frente al 75% de la Reina o el 66% de su hijo Guillermo, según YouGov. Pero cuando se pregunta solo a los de la generación milenial, Carlos III goza de apenas un 34% de popularidad, según la misma fuente. Muchos jóvenes y no tan jóvenes piensan que el rey Carlos III tendrá que cambiar si quiere ganarse a la población. Creen que el mundo ha cambiado muy rápido y que seguir como hasta ahora no es una opción. El temor a que el nuevo rey no sea capaz de unificar al país como lo hizo Isabel II alimenta la tristeza que se palpa en la calle y que a la vez tiene que ver con ese sentimiento de orfandad que albergan no pocos británicos.
Durante el fin de semana, Portobello se llena de turistas, pero entre semana está algo más tranquilo y la vida del barrio convive con los que vienen de fuera. En el mercadillo venden patatas en espiral y vestidos de la India. Hay también verduras orgánicas y todo tipo de recuerdos con la Union Jack, la bandera del Reino Unido. Allí, algunos jóvenes hablan de dejar atrás de una vez por todas el pasado colonial en el que vivió Isabel II. Otros, de que Black Lives Matters, el movimiento que exige justicia e igualdad para la población negra, no prendió en el Reino Unido en vano. Los hay que directamente cuestionan el papel de la Corona en la sociedad. Es como si tras la muerte de Isabel II se hubiera abierto la caja de pandora. Carlos III resulta para muchos una figura del pasado. Además, su relación con Camila, la Reina consorte, y la muerte de Ladi Di en circunstancias trágicas siguen aún pesando para muchos británicos, también para los más jóvenes.
“Si todavía quieren tener un lugar en la sociedad tienen que implicarse más con la gente, no pueden seguir siendo tan pasivos. Esto es el siglo XXI y la gente solo va a aceptar que sigan costando tanto dinero si participan más”, piensa Cassie O’Reilly. La Reina nunca daba su opinión. Era una monarca discreta, que en realidad muy pocos conocían. Puede que el mundo cambiara a su alrededor, pero ella permanecía inmutable. Esa admirada cautela resulta insuficiente para quienes piden una presencia distinta. O’Reilly acaba de salir de cuentas y tiene una barriga enorme. Habla del futuro que quiere para su hijo y esta profesora de instituto treintañera sostiene que “tiene que haber un cambio”. Su compañero, un chef que trabaja en una mansión de lujo en Chelsea como cocinero privado, tiene claro que su opción favorita habría sido el príncipe Guillermo. “Es nuestra única esperanza de tener una monarquía progresista. Además es hijo de su madre. Estamos obsesionados con Diana”, reconoce.
En la calle suena también mucho el nombre de Enrique de Inglaterra, el hijo díscolo que dejó de ser miembro activo de la realeza británica el año pasado tras trasladarse a Estados Unidos con su mujer, Meghan Markle. “Carlos representa los viejos valores, no tiene nada que ver con lo que los jóvenes pensamos. Si los jóvenes pudieran elegir, te digo que Enrique sería sin dudas el rey. Para mí, es importante que esté casado con una mujer medio negra”, asegura Joseph Kelly, un carnicero de 20 años que siente que la monarquía actual no le representa. “No representan ni a los negros, ni a los jóvenes, ni a la clase trabajadora. Tienen que adaptarse. No pueden pretender ser una referencia cuando esconden a un miembro de la familia real acusado de pedofilia [en alusión al príncipe Andrés, acusado de abuso sexual] o cuando el rey tuvo un affaire con otra”, dice refiriéndose a Camila, la reina consorte. A su lado, su amiga Kelly Said verbaliza la distancia sideral que la separa de muchos monárquicos. Para ella y para muchos de sus amigos, los influencers de Youtube son una referencia mucho mayor que cualquier miembro de la familia real británica. “Están pasados de moda”, cree.
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Lousie, Sophie y Elisha son amigas y estudiantes de 19 años en la universidad en Londres y comparten opinión: “Nadie que yo conozca se alegra de que Carlos vaya a ser el rey. Nos gustaría que fuera otro, que no fuera él. La gente piensa que no es buena persona por lo que pasó con Diana”, piensa una. Otra relativiza el impacto de la sucesión. “En una semana, cuando empecemos a ver su rostro en los billetes, nos acostumbraremos”.
De vuelta en Buckingham, siguen llegando ríos de gente y los ramos de flores. Entre la multitud hay también muchos jóvenes que han venido a despedirse de Isabel II. Los hay que también preferirían a Guillermo o incluso a Enrique, porque creen que al rey le va a resultar difícil conectar con los más jóvenes. Pero también hay muchos que creen que Carlos III lleva décadas preparándose para este momento y que eso le permitirá llevar a cabo un buen reinado. “Hace 10 años, el rechazo a Carlos III era mucho mayor, pero poco a poco se ha ido ganando el respeto de la gente que le ha acabado aceptando a él y a Camila”, piensa Stephanie Smith una sanitaria de 28 años que ha venido a dejar un ramo de rosas amarillas al Palacio. Hay otros, como un grupo de jóvenes financieros que trabajan en la City, que destacan la preocupación de Carlos III por el medio ambiente como síntoma de su capacidad de conectar con las nuevas generaciones. Las opiniones y sus matices tienden al infinito, pero lo que parece evidente es que la población estaba entregada a su reina y que su sucesor tendrá que ganarse a partir de ahora el favor de los británicos.
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