El mercado castiga a las farmacéuticas sin vacuna


La irrupción de la pandemia ha puesto patas arriba el mercado farmacéutico. Pese a contar con un enorme músculo financiero, instalaciones punteras y expertise técnico, gigantes del sector como Merck, Sanofi y GSK, tres de los mayores fabricantes de vacunas del mundo antes del coronavirus, no han sido capaces de desarrollar una inyección propia para combatir al patógeno que trae de cabeza al planeta. Eso ha tenido su reflejo bursátil: ninguna de ellas ha recuperado lo que valían antes del virus. El camino inverso han seguido en 2020 otras firmas prácticamente desconocidas antes de la crisis sanitaria, como las alemanas CureVac y BioNTech o la estadounidense Moderna, así como alguna de capa caída, como la también norteamericana Novavax, catapultadas ahora por haber desarrollado un producto cuya demanda está garantizada. La apreciación de sus títulos en los últimos 12 meses oscila entre el 65% de la primera y el 1.100% de la última.

Entre las emergentes y las que se han quedado fuera del pastel de las vacunas, hay un tercer grupo en el que se encuentran Pfizer, Johnson & Johnson o AstraZeneca. Las tres han cumplido con lo que se esperaba de firmas asentadas al concebir su propia vacuna, pese a la mancha en el expediente de esta última por no cumplir con los suministros a los que se había comprometido con la Unión Europea y las dudas sobre sus efectos secundarios. Al margen de todas ellas perviven otras dos vacunas de fuerte impronta estatal: la rusa Sputnik, financiada por el Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), el fondo soberano de Rusia, y la desarrollada por Sinovac, donde el Ejecutivo chino tiene una participación indirecta. Elena Rico y Ana Gómez, expertas en el sector de Renta 4, coinciden en que el comportamiento ha sido asimétrico. “Hemos visto las dos caras de la moneda. Aquellos jugadores que han estado involucrados en la carrera hacia la vacuna/tratamiento se han visto menos impactados que aquellos que no han tenido un papel fundamental en ello”.

2020 no ha sido un año especialmente boyante para los resultados de las grandes farmacéuticas, estén o no implicadas en las vacunas. Por citar algunos ejemplos, los ingresos de Pfizer crecieron un 2% y los de AstraZeneca un 10%. Ambas valen hoy en Bolsa un 2% menos que al empezar 2020. Con la economía en modo supervivencia, al menos han evitado el descalabro. Aunque también han sufrido las consecuencias de la pandemia en forma de paralización de ensayos clínicos, ralentización en la aprobación de nuevos fármacos o dispositivos, y reducción de revisiones y visitas médicas ante el temor de los pacientes a contagiarse.

Entre las pequeñas que salieron del ostracismo gracias al desarrollo de su propia vacuna sí ha habido en cambio movimientos notables. Un caso paradigmático es el de Moderna, que pasó de ingresar 60 millones de dólares en 2019 a 800 millones el año pasado, gracias a un cuarto trimestre donde se dejaron notar con fuerza las ventas de vacunas y las subvenciones públicas. Un vistazo rápido a sus cuentas podría llevar a engaño. Moderna perdió 747 millones de dólares, por encima de los 514 millones de 2019. Pero eso se explica por la partida sin precedentes que dedicó a la investigación para la vacuna, lo que hizo que prácticamente triplicara sus gastos. Los frutos de esa apuesta se recogerán este curso: para 2021 la compañía calcula que ingresará 18.400 millones de dólares en concepto de ventas de su vacuna, gracias a pedidos masivos como los 300 millones de dosis encargadas por EE UU (con opción a 200 millones más en 2022), los 310 millones de la UE (también con una opción de ampliarla en 150 millones el año que viene), los 50 millones de Japón, los 44 millones de Canadá o los 40 millones de Corea del Sur.

Entre los que han tratado de aprovechar ese tirón está el magnate Warren Buffett, uno de los inversores más influyentes del mundo. Su vehículo de inversión, Berkshire Hathaway, se deshizo de posiciones en banca y compró en noviembre pasado 5.000 millones de dólares en títulos de las farmacéuticas AbbVie, Bristol Myers, Merck y Pfizer.

Alianzas entre farmacéuticas

Si 2020 fue, en su primera parte, el año de la incertidumbre sobre quiénes se subirían al carro de las vacunas, y en la segunda el de los ensayos y las estimaciones de dosis, 2021 está siendo el de poner la maquinaria productiva a trabajar a la máxima potencia. Como Moderna, Pfizer ha gastado más en investigación (9.405 millones en 2020, frente a 8.394 millones el año antes). Y también espera que le suponga una importante inyección económica este ejercicio, en su caso de 15.000 millones de dólares a cambio de 2.000 millones de dosis, aunque esa cifra podría ser aún mayor. Johnson & Johnson, cuya vacuna de un solo pinchazo llegará a España el 15 de abril, espera distribuir en torno a 1.000 millones de dosis, lo que le reportaría unos 10.000 millones de dólares. Aún así, las analistas de Renta 4 no perciben que esto vaya a suponer un cambio revolucionario en el modelo de negocio de las más grandes del sector. “La proporción sobre las ventas globales no será suficientemente significativa como para ver unos resultados sorprendentes”, opinan.

Pese a haber logrado diseñar en tiempo récord remedios contra el virus, la reputación de las compañías peligra por la imagen negativa que proyecta lucrarse con un producto sanitario capaz de salvar millones de vidas. Por eso, AstraZeneca ha optado por venderlas a precio de coste hasta que la pandemia esté más controlada. Las que se han quedado fuera por el fracaso de sus ensayos clínicos no observarán de brazos cruzados. Merck, que sí fue capaz de diseñar en el pasado tratamientos útiles para el ébola o el VIH, pondrá sus laboratorios a fabricar la vacuna de Johnson & Johnson, hasta ahora uno de sus más fieros competidores. La francesa Sanofi hará lo propio para producir 100 millones de dosis de la de Pfizer, que también cuenta con el apoyo de Novartis en sus instalaciones de Suiza. Y Bayer y GSK fabricarán 160 millones y 100 millones respectivamente de la de CureVac.


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