¿Quién nos vendió la idea de que lo nuevo es mejor que lo usado? Puede ser más caro, más moderno, más trendy pero ¿es necesariamente mejor? Yo, por ejemplo, tengo en casa electrodomésticos de segunda mano fabricados en los años 80 en Alemania que me dan un rendimiento y una fiabilidad que ya querrían para sí los nuevos cachivaches muy electrónicos, pero muy orientados hacia la obsolescencia programada que salen nuevecitos hoy en día de la planta de producción.
Ya conté en su día que Francia es un país abocado al consumo de productos de segunda mano y la práctica está extendida en todas las clases sociales. En eso radica en parte su riqueza: saben lo que vale realmente un peine. No van a gastar por aparentar, sino que van a darle a cada cosa su justo valor, que no depende necesariamente de cuándo fue fabricado ni de si ha sido usado, sino de muchos otros factores en juego.
En todo caso, mis hijos, franceses por nacimiento, adoran recibir ropa de mi amiga Amalia porque significa que heredan prendas llevadas por sus amiguitos Víctor y Mateo. ¡Qué honor! Es mucho mejor para ellos llevar ropa usada, y usada por gente querida, que ropa sin historia ni memoria. Y antes de Víctor y Mateo, otros niños ya la utilizaron en su día. Yo me ahorro un montón de dinero gracias a la generosidad de Amalia y mis hijos encima se llevan una gran alegría cada vez que llega una bolsa para ellos a casa. Les parece todo como nuevo, porque así es para ellos, aunque no salga directamente de fábrica ni del escaparate.
¿Llegará esa vergüenza sueca (a comprar ropa nueva) a instalarse definitivamente también por nuestros parajes?
El consumo de productos de segunda mano no solo significa ahorro directo en el presupuesto familiar sino menos emisión de CO2 a la atmósfera y ahorro global también de recursos. Y eso es serio e importante. Los datos los tiene Milanuncios, que acaba de elaborar un estudio conjuntamente con el Instituto de Investigación Medioambiental de Suecia (IVL) y la consultora especializada en medioambiente Ethos Internacional sobre el efecto medioambiental del mercado de segunda mano en 2020.
No es de extrañar que los suecos estén en el ajo. Suecia, ese país de héroes medioambientales. Ellos crearon en el 2015 el primer centro comercial de productos reciclados. E inventaron el concepto de “vergüenza de viajar en avión” (flygskam, en sueco) así como la “vergüenza de comprar ropa nueva” (köpskam, también en sueco), ambas motivadas por el impacto negativo de estas dos actividades sobre el medio ambiente. ¿Llegará esa vergüenza sueca a instalarse definitivamente también por nuestros parajes?
La segunda mano es realmente una escapatoria muy digna para poder proveerse de lo necesario sin castigar aún más al planeta. Los datos cantan: en 2020 la compraventa de segunda mano ahorró en España en CO2 el equivalente a dejar Madrid sin tráfico durante siete meses o al total de emisiones de CO2 de una ciudad como Santander o Logroño.
Y el ahorro no solo se contabiliza en emisiones contaminantes sino en todos los recursos, que son a menudo escasos y caros, y que no van a ser aún más sobreexplotados, puesto que se reutilizan productos ya existentes. En concreto, en España la economía de segunda mano permitió el año pasado ahorrar tanto plástico como el utilizado para fabricar las bolsas que circulan en 1,3 años; y tanto acero como el necesario para constituir la mitad de la red ferroviaria española. Por sectores, Motor, Hogar y Jardín, Informática, Telefonía y Bicicletas son los que más han ayudado a reducir la emisión de CO2.
El estudio ofrece conclusiones detalladas por comunidades autónomas. En cómputos globales, las que más aportan al ahorro de CO2 al medio ambiente son Andalucía con 261.091 toneladas de CO2, Cataluña, con 141.908 toneladas de CO2; Madrid, con 137.303; Comunidad Valenciana, con 119.736 y Castilla y León, con 83.637.
Sin embargo, este orden varía si atendemos al impacto por habitante. La comunidad autónoma que más dióxido de carbono ahorró por habitante fue Extremadura, con 37,59 kilos por habitante, seguida de Castilla y León (34,92 kg), Navarra (33,82 kg), Islas Canarias (33,17 kg) y Castilla-La Mancha (32,53 kg). Por otro lado, las comunidades que menos contribuyeron por habitante al medioambiente gracias a la segunda mano fueron Cataluña, con solo 18,24 Kg por habitante, Ceuta (18,57 kg), Melilla (18,68 kg), Madrid (20,25 kg) y País Vasco (22,04 kg).
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