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El milagro de Fabio Jakobsen ilumina la Vuelta

Por la estepa de Soria, hacia las fuentes del Tajo y las sierras frías remonta el Duero el pelotón y al atravesar Berlanga se pregunta si la realidad existe, si la Vuelta es una ficción, si el viento, como anuncian los que desean emociones les agitará como la ventisca azota en invierno a los rebaños y los pastores les refugian en una ermita, una fuente, una gruta, que es un oasis, y Fabio Jakobsen no tiene dientes pero tiene piernas y ojos achinados que lloran de verdad y de alegría, emocionados, en Molina de Aragón, en Guadalajara, el observatorio de las mínimas mínimas cuando Filomena, de los 30 grados y el calor en agosto, y el viento sopla de espaldas y se sobresaltan las banderas en los torreones cuadrados de su castillo, que es una muralla y poco más.

La Vuelta a España 2021, de la catedral de Burgos al Obradoiro

Las banderas se agitan y el pelotón, que tiene sentimientos el monstruo, aplaude porque ha ganado uno que ha regresado del casi más allá, de un coma y de donde a todos los dicen que no se puede volver. Y se ven en él y desean todos ser como él, capaces de sobrevivir y volver a ser normales si un día se caen, se rompen la cara, las costillas, la mandíbula, el cráneo, y las cuerdas vocales, y se teme por su vida todo el mes que pasa en la UCI de Katowice, donde los cirujanos ejecutan el primer milagro Jakobsen. Sale hecho una piltrafa. Meses sin poder comer sólido, sin poder masticar sin apenas hacer otra cosa que gruñir. Meses entrenando y recuperándose. Y su victoria en un sprint abierto e inteligente –sin miedo, sin freno, la curva por dentro, la rueda de Démare, la remontada imparable, una bici de diferencia–, y enseña su rostro reconstruido, la boca que aún necesita cirugías, la nariz también, es la victoria de la esperanza. El rostro de la vida. “Parece que ha sido rápido”, dice el holandés, que cumplirá 25 años el 31 de agosto. “Pero todo ha sido muy lento. Un largo camino de vuelta, mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucha gente, médicos, cirujanos… es su victoria también”.

Imagen tomada instantes después del grave accidente que afectó a Jakobsen en Polonia en 2020SZYMON GRUCHALSKI / AFP

En Berlanga de Duero una fachada vertical, un lienzo, nada por delante un cerro y un castillo rotundo por detrás, simula un palacio renacentista, que no es. En la iglesia, un caimán de tres metros disecado que llevó fray Tomás desde las Galápagos que descubrió, y unas matas de tomate que le dieron en Panamá a cambio de los plátanos que plantó, y no muy lejos, la ermita mozárabe de San Baudelio, cerrada, como casi siempre, una caja fuerte diminuta en la que la columna principal es una palmera que se abre, y hay dromedarios, y las figuras bíblicas de los frescos, una Biblia en cómic para que a los campesinos analfabetos les llegara la palabra de Dios, arrancados, hace décadas, tienen la piel morena y los ojos almendrados, como etíopes, escribió Jiménez Lozano. El Islam que fue España.

La ermita es un milagro que enciende Castilla, un milagro como el de Jakobsen, que ilumina la Vuelta. Un vergel soñado, fantasía de colores, un chorro de agua fresca en la árida meseta, y los corredores que avanzan se frotan los ojos y ven delante, en fuga, a dos camisetas moradas y una naranja, y respiran. Es la Vuelta, se dicen. No estamos perdidos. Dos del Burgos, un gallego, el niño Canal, un cántabro, el astuto Madrazo, y uno del Euskadi, un valenciano, Bou, como de costumbre, nos enseñan el camino. Y el público en la cuneta se emociona y convierte la carretera en un túnel que estalla cuando una ola de viento los agita, y en el cruce de Anguita los aficionados se caen de espaldas en los rastrojos y los girasoles brillantes.

El viento empuja a todos y empuja a Jakobsen, que volvió a ganar sprints hace unas semanas en el Tour de Valonia, pero que en la Vuelta, en la carrera en la que hace dos años empezó a ganar a los más grandes, siente que cierra el círculo de la recuperación, y vuela hacia la victoria que le permite decir: puedo pasar página, el pasado es solo un recuerdo. “Ha sido una recuperación física y mental, pero todo empieza con lo físico”, dice Jakobsen, a quien en su equipo, el Deceuninck, miraban con la boca abierta cuando en Livigno, en los Dolomitas, se preparaba para la Vuelta subiendo más montañas que nadie, machacándose como nadie se machacaba. “Volver a tener dientes meses después de haberlos perdido ya me hizo sentirme una persona normal, y todavía me quedan operaciones para cerrar las encías, para arreglarme la nariz. Y luego, la recuperación psicológica. Al principio solo pensar en un sprint, en la velocidad, en tener que abrirme hueco, me asustaba, pero perdí el miedo en cuanto sentí que el físico me acompañaba. Volví a sentirme sprinter, que es lo que era y quiero ser, y todas las piezas, las físicas y las mentales, encajaron. Y una cosa puedo decir: el dolor que se siente en las piernas en los últimos 500 metros de una etapa no es nada comparado con el dolor que he conocido”.

El líder, Rein Taaramäe, se dio una culada a dos kilómetros pero no se rompió nada. Sigue de rojo.

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