El modelo Disney castiga en el Camp Nou


Cuando Vázquez Montalbán consideró que los estadios eran las catedrales paganas de nuestro tiempo, no tenía que ir muy lejos para verificarlo. Hincha y principal relator del Barça, ante sus ojos se levantaba el Camp Nou, edificio colosal, el más grande de Europa en su género, escenario de culto a un equipo que en los últimos 30 años se erigió en un aclamado portavoz del fútbol como nueva religión. Necesitaríamos a Vázquez Montalbán para explicarnos qué significan los estadios y el fútbol en estos tiempos.

El Camp Nou, con un aforo de 98.000 espectadores, apenas congregó a 39.000 en el Barça-Alavés. De la crisis del equipo hay noticias constantes. De la dramática situación económica del club, también. Se alude al desánimo para explicar la desertización del estadio, que en estas condiciones ha adquirido el aspecto de las moles soviéticas, de un tiempo superado por los acontecimientos.

La ausencia de turistas es la primera causa de la despoblación del Camp Nou. Es cierto, acuden menos turistas a Barcelona y muchos menos al campo del Barça. No está Messi y el equipo no los convoca, pero esta realidad informa del cambio que sacudió al fútbol a mediados de los años 90, cuando la creación de la Liga de Campeones y los primeros grandes contratos televisivos lo diseñaron como un fértil modelo de negocio. Los estadios comenzaron a desprenderse de su mística para abanderar físicamente la disneyficación del fútbol.

Al Barca le correspondió uno de los papeles más activos en la transformación. Construyó un grandioso estadio para su gente más próxima y terminó convirtiéndolo en un parque temático universal. Al reclamo de los éxitos del equipo y la fascinación por Messi, el Camp Nou se erigió en un destino turístico de primer orden. Miles de turistas acudían al estadio para entretenerse y extender la marca Barça por el mundo. Y para llenar las arcas. Cada referencia de la revista Forbes al liderazgo del club en el capítulo presupuestario, se utilizaba como garantía de la excelencia de su modelo. No era verdad. Por el camino, el Barça perdió una parte importante de su alma.

Los turistas buscan nuevos territorios para satisfacer su ansia de entretenimiento. No les convoca este Barça. No les interesa un equipo sin Messi, sin importar qué edición de Messi. Fascinaba el mito, que ahora habita en París. Cuando se agudizaron las señales de declive del Barça, el Camp Nou respondió con el tono acrítico de sus turistas, cuyos afectos son transitorios por definición. Cuando los escándalos económicos comenzaron a emerger —el Barça está convicto desde 2015 por fraude fiscal y desde entonces las noticias solo han empeorado—, el barcelonismo no se removió en las gradas.

La pandemia ha reventado todas las costuras del club. En el exterior se perdió la fiebre por el Barça. En el interior, el modelo de negocio desgastó los hilos que vinculan al fútbol con su parroquia tradicional. El Barça eligió una versión postmoderna y difusa del fútbol, retratada en el Camp Nou actual.

Al Barça le gustaría regresar a la tesis de Vázquez Montalbán y recuperar la mística ferviente de sus aficionados. Los perdió de vista. Su lugar en el campo lo ocuparon los pasajeros que proporciona el turismo de masas. La hinchada se volvió pasiva y lejana. Es el precio que se paga cuando la deriva del fútbol convierte su banalización en un estrago monumental, de consecuencias imprevisibles. El Barça, que capitaneó ese modelo, las sufre en carne viva. Su problema futbolístico es de primer orden, pero el déficit emocional de este Camp Nou semivacío lo agrava aún más y resultará tan o más difícil de arreglar. No se regresa fácilmente de Disneylandia a las viejas costumbres parroquiales.

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