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El motín del 10

Josep Maria Bartomeu.

Josep Maria Bartomeu, vulnerable y equívoco en la gestión, sobrevive en las situaciones más extremas como presidente del Barça. Ya pasó en enero de 2015, cuando la suplencia de Leo Messi en Anoeta y sus diferencias con Luis Enrique provocaron una crisis que acabó con la convocatoria de elecciones y la destitución del secretario técnico Andoni Zubizarreta. Nadie apostaba entonces por un triunfo de Bartomeu. Ocurrió que el Barça ganó la Liga, la Copa y la Champions y Bartomeu se proclamó presidente con un eslogan coyuntural: el triplete y el tridente, Neymar, Suárez y Messi.

El brasileño abandonó el club en 2017 a cambio de 222 millones, la cláusula de rescisión que abonó el PSG, Luis Suárez no entra en los planes de Ronald Koeman y Messi había decidido irse después del 2-8 de Lisboa. La partida del 10 se daba prácticamente como segura en diferentes ambientes barcelonistas, no en la reducida directiva, que se apiñó alrededor de Bartomeu. El presidente resistió y salió por ahora airoso de un momento también crítico a pesar de que el jugador se queda a regañadientes en el Camp Nou. Al igual que en 2015, Bartomeu tiene fecha de caducidad porque no se puede presentar a las elecciones que se convocarán a partir del 15 de marzo de 2021.

El problema de cuadrar las cuentas

El reto es ahora alcanzar el final del mandato porque después de retener al 10, una decisión cuyas consecuencias se desconocen, deberá afrontar una posible moción de censura y también una asamblea en octubre que se presenta especialmente compleja por la dificultad de cuadrar las cuentas de la pasada temporada y la necesidad de presentar un presupuesto que cierre sin pérdidas el mandato. Los avales condicionan a la directiva de Bartomeu, heredero de la presidencia de su amigo Sandro Rosell, quien dimitió en 2014 por el caso Neymar. El club acabó condenado por delito fiscal y quedaron exonerados Rosell y Bartomeu.

La judicialización del club ha sido una constante en la última década y la deriva ha sido tan manifiesta que se han sucedido las dimisiones en el consejo; hasta seis se produjeron el pasado mes de abril con motivo del Barçagate, que todavía continua abierto por indicios de corrupción, de acuerdo con un informe de los Mossos d’Esquadra.

Bartomeu ha asumido diferentes cargos, sobre todo deportivos, desde que sintió que le movían la silla desde el palco, incapaz de protagonizar una transición tranquila, desconfiado y enrocado, todavía pendiente de poder llevar a cabo el famoso proyecto de remodelación del estadio conocido como Espai Barça.

El presidente insiste en que la única crisis que vive el club es deportiva y no institucional, una apreciación muy discutible si se tiene en cuenta su precaria situación económica por la elevada masa salarial de la plantilla que capitanea Leo Messi. Algunos consultores económicos estiman que la deuda supera los 500 millones. El expresidente Joan Laporta, que evalúa la posibilidad de presentarse a los próximos comicios, afirmó el pasado 15 de julio: “El Barcelona será un club con mil millones de ingresos, pero con mil millones de gastos y mil millones de deuda. Y eso será muy difícil para el que venga”.

Aunque admite que la situación es compleja, Bartomeu se siente aliviado porque después del triplete de 2015 ha podido evitar la partida de Messi, aunque a sea a regañadientes, como su mandato, presidido por una gestión deficiente, llena de gazapos, que ha desquiciado a muchos barcelonistas y hasta al 10.


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